'In bocca al lupo': el bautismo de fuego del Gruppo Gamma

Los italianos de la décima | Capítulo XII

Los 'invisibles' sortean la vigilancia española, los faros de los pescadores de La Línea y las patrulleras británicas hasta adosar las 'mignatas' en el casco del mercante

El 'SS Barón Douglas', de 3.899 toneladas, construido en Glasgow en 1932. Uno de los cuatro mercantes que quedó fuera de servicio como consecuencia de este primer ataque de los Gamma.
El 'SS Barón Douglas', de 3.899 toneladas, construido en Glasgow en 1932. Uno de los cuatro mercantes que quedó fuera de servicio como consecuencia de este primer ataque de los Gamma. / E.S.
Alfonso Escuadra

21 de diciembre 2022 - 04:00

La operación prevista para la luna nueva del lunes 13 de julio de 1942 iba a ser, a un tiempo, el bautismo de fuego de los buceadores de combate del Gruppo Gamma y el estreno de Villa Carmela como base secreta de la Décima M.A.S.

Antonio Ramognino, la primera persona en defender las posibilidades tácticas de este enclave, había dedicado los días previos a repasar todos los aspectos de la misión. En este sentido, no sólo había recorrido la ruta que debían seguir para llegar a la playa, sino que había querido constatar por sí mismo las posibles dificultades que pudiera presentar la natación en aquella época del año.

En su diario, dejaría escrito: "Yo había sido el que había propuesto todo aquello. ¿Pero y si la primera operación salía mal?.... Con la intención de no dejar nada al azar..., una noche hice el recorrido hasta el mar... Me aparté de la carretera y llegué hasta la base del pequeño saliente de Punta Mala (Campamento). Me desnudé detrás de unos arbustos, me introduje en el agua y estuve nadando durante más de una hora. Aquel reconocimiento resultaría de mucha utilidad.... Había regresado a casa alrededor de las dos de la mañana, con el cuello y las piernas irritados por las picaduras de las medusas. El agua estaba helada.... Dos días después, redacté un informe que entregué a Visintini". Ramognino se refiere al Teniente de Navío Licio Visintini, el oficial de la MAS que, desde su puesto a bordo del Olterra, era el responsable táctico de la bautizada como operación G.S. 1.

Por encima de otros detalles, lo más importante de aquella improvisada descubierta era que, gracias a ella, se habían podido perfilar los últimos detalles de la misión. En este sentido y como el propio Antonio reconocería, nadie había puesto ni pondría ninguna pega a la hora de seguir sus recomendaciones. Los agentes Piero Pierleoni y Giulio Pistono, se encargarían de conducir al grupo desde la casa hasta un punto concreto de la playa de Campamento, situado al sur del espigón y a unos trescientos metros al Norte de Punta Mala. En ese mismo lugar, habrían de aguardar su regreso y a una hora concreta, comenzar a hacer señales con una linterna para ayudarles en su orientación. Una vez los buceadores hubiesen superado la playa, sólo les quedaría llevarles de vuelta a Villa Carmela.

La tarde antes del ataque y teniendo igualmente muy en cuenta los consejos de Antonio, el Sottotenente Straulino, el oficial al mando directo del grupo, había procedido a asignar los diferentes objetivos. Estos se habían seleccionado entre los trece mercantes fondeados frente a la sección oriental del arco de la Bahía. Cada uno de sus hombres había estado observando la posición de sus respectivos blancos utilizando el catalejo oculto tras la jaula de los periquitos. Caída ya la noche, los doce invisibles iniciaron mecánicamente el ritual de enfundarse sus trajes de goma y colocarse sus equipos de combate. El matrimonio Ramognino fue testigo de aquella escena que, medio siglo después, la Dama española de Villa Carmela tuvo a bien compartir con el autor:

"En la habitación donde se encontraba la chimenea, mientras yo intentaba limpiar y ordenar un poco la casa, pude contemplar cómo (los buceadores) se vestían. Primero se untaban el cuerpo de grasa; una grasa que sacaban de unas latas que dejaron por todo el salón. Después se pusieron una tuta blanca, encima un traje de goma que les cubría de los pies a la cabeza y sobre él, el resto del equipo con los respiradores y una especie de arnés donde iban sujetas las mignatas; que así era como llamábamos a las cargas explosivas... Si alguna de aquellas mignatas hubiese estallado, con toda seguridad la casa hubiese volado por los aires con todos nosotros dentro. Pero por fortuna, no fue así. Antonio daría cuenta de los últimos pasos de esta liturgia describiendo cómo los buzos habían terminado de completar su camuflaje colocando algas sobre la red que llevaban en la cabeza y poniéndose grasa negra sobre la cara". Tras lo cual, aquellos primeros buceadores de combate estaban ya listos para partir.

Sigue contándonos Antonio: "Era poco después de las 11 de la noche cuando, tras apagar todas las luces interiores, abrí la puerta de la casa. De pronto, los perros se pusieron a ladrar furiosamente mientras yo escuchaba cómo alguien aporreaba la puerta trasera. Fue el momento más crítico. Se me heló la sangre. ¿Nos habrían descubierto?".

"Empuñé la pistola y rodeé la casa para abordar por detrás al inesperado visitante. Le dije: 'Si abres la boca, eres hombre muerto'. 'Italia', me respondió aquel sujeto, más muerto que vivo. 'Me envía el comandante Pierleoni', me dijo. 'Traigo conmigo los placas de identificación para reemplazar las insignias, ya que estas pueden resultar dañadas por el agua...”. Aquel sujeto era Adolfo Marino, uno de los más estrechos colaboradores de Pierleoni y Pistono; este último, inquilino de El Buen Retiro en Pelayo y auténtico puntal de la Décima MAS en la comarca.

La entrega de aquellas placas no era algo baladí. Ya que, en el caso de ser capturados, ya fuese por los españoles pero sobre todo si lo eran por los británicos, constituían su único seguro de vida. Después de medio siglo mitificando al combatiente irregular de la resistencia, es posible que a muchos lectores esta afirmación le pueda resultar extraña. Pero se debe tener en cuenta que la identificación externa de un militar son su uniforme y sus divisas. Ello evita a su portador quedar fuera del ámbito definido por las convenciones internacionales. Al mismo tiempo, le permite distinguirse de los civiles no combatientes, haciendo posible que estos puedan gozar de una cierta garantía de seguridad. Ser externamente identificados como miembros de la Regia Marina había sido lo que, dos años antes, había impedido que Birindelli o Paccagnini, se enfrentaran al fatal destino que sufrieron los jóvenes linenses José Martín Muñoz y Luis López Cordón-Cuenca.

Pero volviendo a la noche del 13 al 14 de julio de 1942, Conchita recordaría que, antes de salir, Giari se había ofrecido a solucionar el tema de los insistentes y temidos ladridos de aquel perro de los Perales, que ya había estado a punto de delatarles a su llegada. Parece ser que no hizo falta y poco antes de la medianoche, aquellos doce invisibles comenzaron a abandonar la casa. En las memorias de Antonio se puede leer: "Antes de partir, todos y cada uno de ellos me entregaron cartas para sus seres queridos. Mi esposa los despidió con los ojos llenos de lágrimas diciéndoles: 'Vayan con Dios. Viva Italia'... En fila india, los buceadores partieron en dirección al mar... Unos minutos después, la villa estaba desierta...".

Desde que Borghese hiciera alusión a una ruta que seguía el curso de un río seco, se viene hablando de que el camino seguido aquella noche discurría por la ribera sur del Cachón de Puente Mayorga. El testimonio de Antonio Ramognino, las declaraciones de Pistono y sobre todo el informe redactado por Pierleoni permiten afirmar sin lugar a dudas que fueron en dirección contraria, campo a través, hasta alcanzar el lugar de la playa de Campamento propuesto por Ramognino; un itinerario cuyo último tramo discurría, curiosamente, por el mismo linde de la propiedad que Mister Jaime J. Russo, Vicecónsul británico en La Línea, poseía en aquella barriada.

"La vigilancia española era muy intensa -escribiría Antonio Ramognino-.... Había patrullas por toda la costa que se ocupaban de vigilar sectores muy bien definidos. Cada dos o tres horas, estas patrullas pasaban por un mismo punto. A veces, sin embargo, se detenían en el café y mi idea era aprovechar el margen de tiempo que proporcionaban esas paradas. Aparte de los carabineros (sic), la orilla esta repleta de fortines".

Sobre las doce de la noche y sin que se registrara incidente alguno durante el trayecto, los hombres Gamma y sus guías alcanzaron el punto de partida previsto; punto que también debía ser el de su retorno. Esperando el momento, permanecieron agazapados junto a una caseta en compañía de Pistono y Pierleoni, mientras Ramognino regresaba a Villa Carmela. "Cuando vi que todos habían llegado al lugar predeterminado -escribió- ...volví a la casa donde había dejado sola a Conchita. Encontré a mi mujer empeñada en limpiarlo todo... Yo me planteaba mil preguntas. ¿Tendrían éxito? ¿Serían capaces de regresar? Conchita rezaba: 'Que Dios los proteja...”.

Mientas tanto, en la playa, el grupo y sus guías, esperaron a que pasara la pareja de la Guardia Civil que aquella noche patrullaba aquel sector para entrar en el agua. Uno de los buceadores, el joven Vago Giari contaría al autor: "No nos quedó más remedio que esperar, cosa que hicimos escondidos detrás de una caseta. Pero como la espera se estaba alargando demasiado, decidimos comenzar a movernos. De manera que estrechamos la mano de nuestros guías y por parejas, arrastrándonos sobre el vientre con la esperanza de que nos confundieran con un bote pesca varado en la arena, nos fuimos introduciendo en el agua".

En su posterior informe, el sottotenente Giorgio Baucer, segundo oficial del grupo, precisaría algo más: "En seguida, tal y como había quedado establecido, Straulino entró en el mar, con Bianchini y Lugano tras él. Poco después, sobre la una y quince, les seguí con Carlo Bucovaz, mientras los otros continuaban esperando...",

A partir de este punto, pocos testimonios ofrecen un nivel de detalle tan alto sobre el desarrollo de aquella operación G.S. 1 como el que pude escuchar por boca de Vago Giari: "Estaba completamente oscuro y a lo lejos, se escuchaban las cargas de profundidad que los patrulleros británicos lanzaban al agua a intervalos regulares... Esa noche, yo formaba pareja con el cabo Giovanni Luchetti de La Spezia. Llevábamos casi tres horas nadando hacia nuestro objetivo, cuando tuvimos que sortear algunos botes de pescadores que estaban faenando con los focos encendidos".

"Finalmente, llegamos a nuestro blanco y comenzamos a colocar las mignatas activando el depósito de aire comprimido que permitía fijarlas por presión al casco. Coloqué las dos primeras en la parte central del navío pero, tras dirigirme a proa para colocar la tercera y última de mis cargas, me encontré con que su bomba de aire no funcionaba".

"En ese momento, vi pasar a nuestro lado al cabo Giuseppe Feroldi camino de su objetivo. Antes de que se alejara, le conté lo que me pasaba y a continuación, le pedí que me prestara una de sus mignatas. Accedió sin problemas y tras comprobar que funcionaba perfectamente, me sumergí fijándola bajo la bodega de proa".

"Entonces pude contemplar cómo, muy cerca de donde yo me encontraba, Luchetti golpeaba furiosamente el casco del barco con una de sus mignatas intentando hacer funcionar su bomba de aire. Mediante gestos, le indiqué que dejase de dar golpes e intentase activarla en superficie. Emergimos y al comprobar que sus esfuerzos resultaban inútiles, comenzó a despotricar lanzando maldiciones contra los que habían diseñado aquellas cargas. Lo malo es que lo hacía en un tono tan alto que, con toda seguridad, iba a terminar por delatarnos. Le dije varias veces que cerrase el pico, al tiempo que le insistía en que no se desesperara y siguiera intentándolo. En cierto momento, su frustración llegó a tal punto que llegó a decirme que se disponía a subir abordo para intentar arrojar la carga por la chimenea del mercante. De pronto, vimos a un patrullero británico aproximarse al navío. Temí que, en cualquier momento y debido al reflejo de las luces, nuestra presencia fuese detectada. La escena era para imaginársela".

"Indiqué a mi compañero que volviésemos a sumergirnos. Me mantuve bajo el agua hasta que, por el sonido, supe que el patrullero se había alejado. Y he aquí que, cuando salgo de nuevo a la superficie, me vuelvo a encontrar con Luchetti lanzando improperios. No me quedó otro remedio que taparle literalmente la boca. Poco a poco, le convencí para que cada uno nos llevásemos de vuelta una mignata defectuosa para que pudiesen ser examinadas. Luego, como nos habían aconsejado durante nuestra instrucción en La Spezia, arrojábamos las demás al fondo. Finalmente, iniciamos el regreso intentando llegar al mismo punto de donde habíamos partido".

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