Algecireños en la Guerra de Cuba (XIX)
Historias de Algeciras
Mientras seguía la escalada de tensión por el conflicto, el Ayuntamiento de Algeciras facilitaba los trámites burocráticos para la marcha de los reclutas locales al frente
Al mismo tiempo que el conflicto proseguía, los soldados destinados en Ultramar –incluidos los algecireños–, seguían sufriendo las penalidades de la guerra a pesar de que la prensa afín al gobierno, quisiera dar en la península otra imagen, tal y como se pudo comprobar en el capítulo anterior. No obstante a aquellas lejanas tierras, seguían llegando nuevos reclutas para reemplazar a los caídos o heridos que con sus vidas o con su sangre, debían de tapar la nefasta política exterior de los sucesivos gobiernos que España había padecido en aquel trágico siglo. Aquella guerra estaba dejando al descubierto la dejadez –en todos los sentidos–, de los gobernantes españoles hacia aquellas lejanas colonias, valga como ejemplo, la curiosa perdida de la isla de Guajan, sede de gobernación de la demarcación de las islas Marianas.
Estando la mencionada isla defendida por 70 hombres, bajo el mando del gobernador militar Juan Marina, llegó hasta las aguas de la misma el acorazado estadounidense Charleston, al mando del capitán Henry Glass. Para sorpresa de los yankeés, que esperaban un duro recibimiento, observaron como hacia el navío se acercaba una barcaza que trasladaba desde tierra a un oficial, quién una vez a bordo, dijo al capitán enemigo: “Vengo a pedirle que no tome a descortesía el no haber contestado a sus disparos de aviso. No tenemos ni pólvora ni cañones”. Contestando el capitán Glass: “No importa. Estamos en guerra, considérense prisioneros”.
Pero de regreso a las repercusiones que en nuestras costas tenía la guerra contra Estados Unidos, comentar que por aquellos días, coincidentes con los hechos que se estaban produciendo en el archipiélago de Las Marianas, entro en las aguas de la bahía un barco con la bandera de las barras y estrellas que puso rumbo hacía la vecina colonia británica, levantando la sospecha entre las fuerzas de defensa aquí destinadas: “De paso para Filipinas, y con objeto de hacer carbón, ha estado fondeado por cuatro días en Gibraltar, otro transporte de guerra norteamericano cargado de tropas yankeés que van a reforzar á las que se encuentran en aquel Archipiélago”. La presencia de este navío enemigo suscitó entre la población de la comarca, la habitual animadversión hacia aquella bandera, cuyo ejército estaba poniendo en peligro la vida de los hijos de las distintas poblaciones, que habían sido obligados a marchar a aquella lejana lucha. Uno de aquellos campogibraltareños que se sentiría indignado por esta presencia tuvo el siguiente gesto: “Un individuo cuyo patriotismo –y buen humor– es indiscutible embarcóse en un pequeño bote para dar un paseo por la rada, y como se acercara al casco del buque que arbolaba la enseña de Norte América, hubo de pintar en letras muy grandes la inscripción que sigue: “Este barco vá bien repleto de sándwiches para los tagalos. La ocurrencia ha sido tan comentada que muchos curiosos fueron expresamente en lanchas hasta el costado del transporte para convencerse de la veracidad del suceso”.
Mientras estos hechos se sucedían en nuestra bahía –incluyendo el gesto del graffiti patriótico–, en el ayuntamiento algecireño seguían cumpliendo con la normativa vigente, facilitando a la maquinaria administrativa del Estado la marcha de los reclutas locales; tal fue el caso del mozo Francisco Román Expósito, cuyo segundo apellido ya denotaba su humilde origen, pasado en la calle Correo Viejo (hoy, Teniente Serra), donde se encontraba la Casa Expósito de Algeciras, y que en sesión plenaria fue declarado soldado condicional.
Distinto destino corrió el también mozo Antonio G. G., quién en la misma sesión fue declarado prófugo. En otro orden de asuntos, pero teniendo de fondo el conflicto de Ultramar, expresar que por aquellos días el que fuera vicecónsul de Estados Unidos en nuestra ciudad –y que al comienzo del conflicto en un claro rasgo de patriotismo había renunciado a su cargo, como se expresó en otro capitulo de esta serie–, el conocido industrial y empresario D. Jorge Glynn, celebró el bautizo de una de sus hijas, resultando el acto del siguiente modo: “En la Iglesia de Nuestra Señora de la Palma se verificó el lunes 24 por la noche el bautizo de la hija de D. Jorge Glynn. Se le puso por nombre María Luisa Antonia Benita, verificándose el acto con la mayor solemnidad, siendo los padrinos, los abuelos maternos de la neófita D. Ricardo Rodríguez España y Dña. Mercedes Gamba. De testigos actuaron don Eduardo F. Fontecha y D. Ventura Morón, y al acto que revistió carácter públicamente familiar, sólo asistieron los allegados e íntimos de los señores de Glynn”.
Al mismo tiempo que la guerra estaba presente –directa o indirectamente– en los actos sociales locales, como en el caso del exvicecónsul de los Estados Unidos en Algeciras Sr. Glynn, los sucesivos movimientos de las tropas en nuestra comarca, se seguían sucediendo, indistintamente del arma que se tratara: “Han sido destinados como refuerzos al Regimiento de Infantería de la Reina, el capitán D. Isidoro Walls, y los primeros tenientes D. Eduardo Martínez, Andrés Vega, Antonio Mantojo y el segundo teniente D. Andrés Castedo […], también y por igual motivo, ha sido ha sido nombrado Comandante del cañonero Águila, el Teniente de Navío D. Manuel Lenthe y Paira”.
Al otro lado del mundo, seguían llegando los algecireños que eran alistados en pleno conflicto, tal fue el caso de Manuel Sánchez Trujillo, sin profesión definida, y del jornalero Antonio Romero Sánchez. Estos inexpertos jóvenes como los reseñados, o los que llevaban aún más tiempo en el frente, tales como los también algecireños: Domingo Rivero Blanco y Fernando Ortega Arjona –ambos trabajadores del campo– les llamaría poderosamente la atención, entre otras y además de las vicisitudes de la guerra, la extraña religión que los nativos practicaban llamándola santería; otorgándoles increíbles poderes de hacer el bien o el mal a extraños personajes, con aún más extraños nombres, en muchos casos con correspondencia con el santoral cristiano, como Changó, Santa Bárbara, ú Ochún la virgen de la Caridad del Cobre.
Quizás para algunos de ellos, el asunto no tendría mayor complejidad de comprensión, cuando en su ciudad natal Algeciras, existían ciertos ritos y costumbres que bien podrían asimilarse a los observados en Ultramar; por ejemplo, la veneración por algunos lugares como los manantiales, cuyas aguas herrumbrosas constituían una auténtica medicina para los más humildes, valgan como ejemplo, entre otras los veneros o alfaguaras, situados en nuestro termino, siendo las mas populares, las conocidas como: La Fuente de la Negra, localizada en el Monte del Rayo, junto a Las Herrizas (de herrumbre), y llamada así según una antigua leyenda, en recuerdo de una esclava negra que allí llenaba su cántaro, y que era propiedad de un capitán corsario. Y donde existía el ritual consistente en: una vez bebidas sus oscuras aguas, rezar una pequeña oración, construyendo el enfermo una vez curado, con sus propias manos y a modo de exvoto, una pequeña cruz –normalmente de madera o caña– en señal de agradecimiento que se colocaba junto a la fuente; la cruz, también toscamente se podía esculpir en piedra que se situaba de igual modo.
Otra fuente de iguales características en hierro, era la llamada de La Serrana, situada junto al Cortijo del mismo nombre, no lejos del popular Huerto de Los Mellizos, cercano al ventorrillo de La Trocha. También junto al huerto reseñado, se encontraba la fuente, también de aguas herrumbrosas, cuyas características eran tan apreciadas y gozaban de tanto predicamento entre los habitantes de Algeciras, que le dieron la denominación de Fuentesanta; yendo a parar sus aguas al arroyo nacido en las Esclarecidas Bajas, llamado por tanto: Arroyo de Fuentesanta.
Coincidente con la guerra contra los Estados Unidos y la presencia de nuestros jóvenes paisanos en primera línea de batalla, las familias con posibles de nuestra ciudad, gustaban de pasar temporadas junto a este arroyo y manantial de Fuentesanta en la época estival: “A baños para la Fuente Santa, acompañado de su distinguida familia ha salido el ilustrado médico D. Juan Pérez Santos. También saldrá para dicho lugar la respetable familia del señor Muro”. (Tapia Ledesma M. Historias de Algeciras III. Ed. Imagenta, 2017).
Entre el poder de las aguas de nuestro termino, que aquellos mozos imberbes obligados a vestir el rayadillo, uniforme propio del ejército colonial, recordarían bajo el calor tropical, sin dudas, y aunque carente del componente medicinal del hierro, pero no de sobrada frescura, se encontraría la popularísima Chorrosquina, denominada desde el siglo XVIII de ese modo, por estar enclavada en una propiedad cuyo dueño, según documentación consultada, se llamaba Antonio de la Esquina; es decir, el chorro o los chorros se encontraban en los dominios de la Esquina, dando lugar a: Chorro-Esquina o Chorrosquina. Y en cuanto a otros rituales llevados a cabo, principalmente por los descendientes de los esclavos trasladados a las colonias, como por ejemplo los llamados milagrosos; aquellos reclutas imberbes algecireños, recordarían como en su tierra, las personas con la denominada “gracia”, estaban dotadas para curar ya fuese con pólvora o anea, acompañadas con la oportuna oración, las llamadas culebrinas o culebrillas (Herpes Zóster); la también cura del empacho infantil, derramando aguardiente con la boca sobre el estomago del bebé, previo masaje de esa parte de su pequeño cuerpo; y que decir –tanto en aquellas lejanas latitudes como en esta zona– del llamado “mal de ojo”, tratado a través de oraciones y uso de imágenes sagradas.
De regreso a la guerra, esta generó entre los obligados combatientes, no pocos resentimientos hacia el Estado, el Gobierno y la propia Nación; muchos de los jóvenes obligados a incorporarse a filas, vieron como con su marcha, entró la desolación y el dolor en sus casas, tal fue lo que le aconteció al grumete español Pedro Arisuri: “Ordenanza del Almirante Cervera, á bordo del Infanta María Teresa, quién negó á regresar á España, cuando fue repatriado el personal de la vencida escuadra de Cervera; siendo admitido en la marina norteamericana, y destinado a engrosar la tripulación del Vermout. Arisuri –prosigue el documento consultado– tras los hechos de Santiago, fue acogido como empleado en unos almacenes de Nueva York, habiendo aprendido el idioma inglés en poco menos de medio año. Negándose á volver á España, al saber que había muerto su madre del dolor por la pérdida de su hijo, creyéndola por tanto víctima del desastre naval”.
Volviendo a la amenaza de una posible ofensiva norteamericana sobre la zona del Estrecho, comentar la presencia en sus aguas de 12 buques británicos de la Royal Navy, creando gran confusión en el mando militar de la comarca, al coincidir en el tiempo y lugar con la presencia del gran buque norteamericano reseñado anteriormente. Afortunadamente para la defensa del Campo de Gibraltar, los navíos británicos se limitaron a fondear en colonia por unos días, volviendo al Mediterráneo tras levar anclas. Enlazando con la historia reseñada del grumete que estuvo al servicio del almirante Pascual Cervera, comentar que este laureado marino, con un apellido tan vinculado con Algeciras, y bajo cuyo mando estuvieron no pocos algecireños, también fue víctima de la dejadez e improvisación del gobierno. La toma de decisiones desde un despacho del ministerio de Marina por su titular Segismundo Bermejo, el no atender las sabias indicaciones de Cervera, y la diferencia abismal –dada la poca visión de futuro– entre las flotas que se darían cita en Santiago, trajo consigo el gran desastre naval. De distinto modo y forma, pero con la misma esencia negativa de improvisación y culto a la mediocridad, se repitieron los capítulos de la Armada Invencible y de Trafalgar; pero esa, es... otra historia.
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