Real Balompédica Linense - Recreativo de Huelva | La crónica

(2-0) El primero de los mortales

  • La Balompédica derrota al Decano con dos golpes de Gastón Cellerino y vuelve a puestos de liguilla

  • Los albinegros ofrecen la enésima lección de solidaridad y efectividad ante el marco rival

Gastón Cellerino celebra uno de los goles sobre el Recreativo de Huelva.

Gastón Cellerino celebra uno de los goles sobre el Recreativo de Huelva. / Jorge del Águila

Al más puro estilo Balona y en un encuentro al más puro estilo Segunda B. A base de construir una trinchera infranqueable al borde de su área, de defender cada balón como si fuese el último de sus vidas y de armarse de paciencia, de madurar los partidos y esperar esa oportunidad que siempre llega. Y aprovecharla. Así derrotó la Balona al Recreativo de Huelva. Así se subió el equipo de La Línea a la zona de liguilla. Así ha disparado la euforia de una grada añeja que palpa que esta temporada su equipo le brinda el derecho a soñar. Una afición que disfrutó de lo lindo al final, porque victorias como ésta, ante rivales de semejante calado, son las que marcan la diferencia entre el éxito y el fracaso.

La Balompédica ya es el primero de los mortales en el grupo IV de Segunda B. Solo le preceden en la tabla los todopoderosos Melilla, UCAM y Cartagena, cuyos talonarios se antojan infinitos al lado del albinegro.

Y además la Balona regresa a la zona noble avalada por su fútbol. Por ese juego que los que creen que han inventado la cuerda con la que se amarró la primera pelota se empeñan en tildar de rácano, pero no es más que la legítima forma que tiene Jordi Roger –el auténtico artífice de este milagro– de exprimir hasta límites inabarcables los argumentos de su plantilla.

Una fórmula que cada día recuerda más al cholismo puro y duro. Un credo futbolístico que no ha tardado en comprar su hinchada, que bendice a los suyos en cuanto lo ponen todo. No es una casualidad que a este equipo lo rebautizaran como Recia.

Esta afición, después de dos años de penalidades, sabe que acude al estadio para pasarlo mal si llega el caso –como sucedió ante el Recre durante un buen rato– pero también para encontrar recompensa una, y otra y otra vez, hasta permitirse el lujo de entrometerse en una zona clasificatoria que en los cálculos iniciales nadie se hubiese atrevido a decir que tendría cabida.

Durante el primer periodo se impuso el respeto. El Recre, como se sabía de antemano, tenía más el balón, pero no encontraba –como no encuentra casi nadie– la vía de agua de los de casa. Seguramente porque no existe.

Pasaban los minutos y no sucedía nada relevante. La Balona con su desgaste, su solidaridad defensiva, pero sin encontrar a sus puntas. El Recre con el esférico, pero sin hallar tampoco cómo hincarle el diente al rival. Ocasiones, lo que las estadísticas entienden por ocasiones, no hubo ni una. Algún sobresalto como mucho.

Nada más reanudarse el partido Juampe jugó a Pirulo. El de Los Barrios se inventó una de esas jugadas en el área reservadas a los jugadores diferentes, ganó la línea de fondo y centró. Gastón, como hacen los delanteros que saben de este oficio, en vez de volcarse hacia el marco buscó su sitio un par de metros más atrás. Paró el balón y fusiló. Uno-cero. La Balompédica había llevado el partido a su terreno, donde quería desde el pitido inicial.

Nada más anotar los de casa llegó la ocasión que pudo cambiar el rumbo de los acontecimientos, pero definitivamente a Javi Montoya, además de su extraordinario estado de forma, lo protegen los dioses del fútbol. Un pepinazo de Traoré se fue al larguero en medio de un suspiro de alivio de la grada. Y de los estadistas, a los que estaba a punto de echar por tierra otra semana de vomitar números sin cesar. La única oportunidad de los visitantes, por otro lado.

El Recre buscó la fórmula de mandar balones adentro y metió el susto en el cuerpo a los de casa. Roger, que no entiende de buenismos ni falta que hace, colocó tres centrales. Seguramente porque es lo suficientemente inteligente como para distinguir que los resultados cotizan más que los elogios acumulados entre derrotas. Seguramente.

En medio de toda esa tensión los de Huelva pidieron penalti por unas manos invisibles y los de casa por una caída de Gato dentro del área. Ni una ni otra acción merecían la pena máxima.

Cuando la grada entera se señalaba ya el reloj a la espera de un pitido final salvador apareció Ismael Chico. El capitán robó en la salida del que pretendía ser el último intento del Decano. Envió a Ahmed que leyó perfectamente la jugada y colocó el esférico entre los dos centrales con Gastón corriendo hacia el marco. El argentino impuso su zancada, se preñó de frialdad y envió al fondo de la red en medio de un rugido de satisfacción de una grada que se siente orgullosa, muy orgullosa de su equipo. Y que tiene motivos para hacerlo. Muchos, pero que muchos motivos.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios