Real Balompédica Linense - Recreativo Granada | La crónica

(1-0) La Balona, afincada en el éxito

  • Los albinegros derrotan al filial del Granada con un gol de Pirulo en el minuto tres

  • Gato juega horas después del fallecimiento de su abuelo

  • Los albinegros, a dos puntros del segundo

Pirulo levanta a Gato, abrazado por Pablo Santana.

Pirulo levanta a Gato, abrazado por Pablo Santana. / Erasmo Fenoy

Tres minutos, tres. Ése fue el tiempo que necesitó la Balompédica para resolver su partido con el Recreativo de Granada. Un balón de Gato a las entrañas del área, Pirulo que ejerció por enésima vez de ilusionista, escondió la pelota de las miradas del rival, se dio media vuelta y la mandó dentro. Como manda la biblia de esta Balona, el resto del tiempo fue un mero trámite. Intenso, pero trámite, porque una semana y otra y otra, ya se sabe cómo acaba la historia. Y siempre tiene un final feliz.

El triunfo sobre el filial granadista fue otra demostración más del poderío insultante de una Balona que parece no conocer límites. Después del gol pasaron ochenta y siete minutos en los que los de blanco y negro se las ingeniaron para cortocircuitar a un filial que lo intentó con varios argumentos, pero que fracasó siempre. No es que todos los rivales que pasen por el Municipal sean un desastre en el apartado ofensivo, como parecen denunciar los números. La verdad es bien diferente: la Balona, con su tela de araña, hace parecer peores a equipos a los que les roba las ideas. Doce jornadas sin perder, nueve sin encajar un solo gol (892 minutos) y cuatro triunfos consecutivos en el vetusto Municipal dejan sin opción a réplica a los que contestatarios del centenario equipo de La Línea. Que seguro que aún existe alguno.

Para que todas las victorias no parezcan iguales, porque por lo que sucede en el césped así podría parecer, la Balona sigue ampliando el abanico de connotaciones que les da a sus éxitos. Esta vez la dotó de emotividad. Antes del arranque del choque Gato no podía contener las lágrimas mientras el Municipal guardaba un respetuoso minuto de silencio por el reciente fallecimiento de su abuelo. No habían pasado tres minutos cuando logró mandar un pase al área para que Pirulo, otra vez Pirulo, acertase con el marco. El barreño salió corriendo para, literalmente, levantar a su compañero. Una forma de agradecerle el pase, pero, sobre todo, para señalarle como artífice de la jugada mientras sus compañeros hacían una piña sobre el lojeño, que dio una inabarcable lección de profesionalidad. Así se lo reconoció la hinchada cuando fue relevado.

La defensa de tres que ayer empleó Jordi Roger como armazón de la retaguardia más segura de Europa no es que hiciese aguas –que tampoco hay que exagerar– pero completó durante el primer tiempo dos concesiones. Muchas más de lo que suele hacer en un mes de competición.

Las dos llegaron en acciones a balón parado. En la primera (19’) Carrasco resbaló tras un saque de banda de un compañero y Jean Carlos se marchó solo hacia el marco. El último control se le fue un poco largo. Un poco. Lo suficiente para que Javi Montoya achicase espacios y el disparo del delantero se estrellase en su cuerpo. En la segunda (38’) Marín cabeceó totalmente solo un córner por culpa de un desajuste en las marcas. Su remate se fue a un palmo de la meta. Y colorín colorado, los sobresaltos se habían acabado.

Nada más arrancar la segunda parte Pierre pudo sentenciar, pero el disparo del francés desde la frontal lo vomitó el poste cuando en la grada ya se cantaba gol.

Todo lo que quedaba hasta el final ya lo había visto la afición de la Balompédica. El filial nazarí, lento a más no poder, tocaba sin saber muy bien hacia dónde ni para qué. La Balona había montado su puesto de guardia, que empezaba en un incansable Gastón, peleándose con tres zagueros rivales. Bueno, más bien aburriéndoles.

Cuando ya a la desesperada el rival empezó a buscar la solución en los pases largos Kibamba ejerció de controlador aéreo y despejó tantas veces de cabeza que daba hasta un poco de penilla ver la impotencia de los atacantes ante la exhibición del congoleño.

En un par de córners de esos de última hora se produjeron las habituales rebullascas que parecen mucho más peligrosas de lo que realmente son, lo necesario para que el triunfo final llegase acompañado del siempre entrañable suspiro de alivio, seguido de un emocionado aplauso preñado de reconocimiento de una afición que no ve perder a los suyos en casa desde hace ya ocho meses.

La Balona ya no se conforma con escalar a la cuarta plaza, se asienta en los puestos de honor. Es verdad que sus partidos no invitan a verlos dos veces, pero eso ¿a quién narices le importa?

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