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La batalla contra los cerebros TIK-TOK

Varios jóvenes miran sus móviles en el monumento a Monet en Cádiz. Varios jóvenes miran sus móviles en el monumento a Monet en Cádiz.

Varios jóvenes miran sus móviles en el monumento a Monet en Cádiz. / Julio González

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

Criticar lo que hacen y por dónde respiran los jóvenes era ya algo viejo en tiempos de Babilonia. Qué les pasa, que no están a lo que tienen que estar. Todo el día con el móvil. Que no leen, como si nosotros hubiéramos optado con 14 años al Nobel de Literatura. El ensayista Bernat Castany recuerda varios momentos de queja: “Hesíodo consideraba que estábamos en la Edad de Bronce, Quevedo hablaba de una decadencia moral en la España del XVII, Nietzsche de una oleada nihilista entre los jóvenes europeos, Spengler de la Decadencia de Occidente, etc”.

Aun así, “decir que siempre nos hemos quejado de cómo va la juventud puede hacernos encoger los hombros y no mancharnos las manos con un problema que es moderno –puntializa, sin embargo, David Cerdá–. Es como si a Dickens le dijeran que siempre se habían muerto niños, o que tiene que trabajar y ayudar a sus padres. Los jóvenes siempre han tenido problemas y no se han adaptado, y qué”.

Doctor en Filosofía, ensayista y profesor, Cerdá (Sevilla, 1972) defiende que vivimos un problema “atencional muy potente”. El acelerador probablemente esté en las pantallas, de las que los padres también abusamos:“Le pones el móvil en las manos muy pronto porque te quieres tomar una copa tranquilo, se lo regalas por la Comunión, te separas y le das un móvil.... Hemos estado tonteando con la tecnología, que no sólo se traduce en menos vida familiar sino, también, menos vida de barrio”.

El debate sobre el desempeño de los jóvenes suele dar un pellizco cada vez que aparecen los datos de comprensión lectora (PIRLS), que suelen colocar a nuestro país a un nivel tibio en la tabla. Hace poco, se publicaban los resultados de la última prueba, realizada a más de 10.000 estudiantes de cuarto de Primaria en España durante el año 2021. Las cifras dejan sentir la influencia de la pandemia y el confinamiento, que no ha sido buena: en el ámbito de la UE, 16 países empeoraban su rendimiento medio; diez, se quedaban igual; y tres, incluso mejoraban. Nosotros estábamos entre los que bajaban puntuación, pasando de 528 en 2016 a 521 en esta edición (mientras la media europea se sitúa en 533). Seguimos estando, sin embargo, en el nivel intermedio de la tabla: Irlanda e Inglaterra aparecen en los puestos de arriba a nivel europeo, con 577 y 566; mientras que Turquía (496) y Bélgica (494) copan los de más abajo.

Por comunidades, Andalucía se sitúa ligeramente por encima de la media nacional, (523), con Asturias en el primer puesto de la tabla (550) y Cataluña, en el último (507), exceptuando las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla (499 y 498).

Escritor y profesor de Lengua y Literatura en un instituto de Sanlúcar, Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978) desconfía de mediciones como el PIRLS, ya que ofrecen “una fotografía fija, no representativa. Habría que ver muchos detalles, como dónde se ha realizado, si los alumnos proceden del mismo universo cultural, si los centros son públicos o concertados...”

Pablo Gutiérrez, escritor y profesor de Literatura: "Los índices de lectura son buenos hasta los 17 o 18 años"

“Hay algo fundamental, que muchas veces se evita en estas pruebas, que es el nivel socioeconómico de las familias –prosigue Gutiérrez–. Evidentemente, tener cerca el acceso a libros y padres lectores, facilita las cosas”.

Porque, aunque la comprensión lectora y la afición a la lectura no sean exactamente lo mismo, están relacionadas. Y en el tema de la lectura, el dedo acusador ha de dejar de señalar a la chavalería, porque los principales lectores, y los más fieles, son los adolescentes: ellos sostienen muchos de los más grandes fenómenos literarios. “La literatura adulta roba lectores; la juvenil y de género, los pesca”, apuntaba en una charla reciente el escritor gaditano Jesús Cañadas.

Los índices de lectura suelen ser buenos hasta los 17 y 18 años –corrobora Pablo Gutiérrez–, se desploman en la universidad y la llegada al mundo laboral, y se recuperan años después, sobre todo en mujeres a partir de los 50. Pero es obvio –añade– que el asunto de las redes sociales y la omnipresencia de las pantallas resta mucha capacidad de atención y de curiosidad. Es un lenguaje más directo que el texto narrativo, que es más elaborado, y exige de nosotros menos tiempo parar la compresión, con imputs muy directos para nuestro cerebro. Cambia el adiestramiento de lo tiene que percibir: incluso yo, como adulto, noto que cada vez me cuesta más leer un texto extenso o hacerlo sin interrupciones”.

Se supone que, a partir del año que viene, los alumnos contarán con media hora diaria de lectura, al menos, desde Primaria a Secundaria: “Pero casi todos los departamentos de Lengua que conozco dedican una hora semanal a la lectura, que además no tiene por qué estar relacionada con la asignatura –indica Gutiérrez–. En los últimos años, compañeros de Matemáticas y Ciencia se quejaban también de que la falta comprensión lectora les impedía a algunos alumnos comprender los enunciados”. Pero la ausencia de comprensión lectora podría ser una tara extensible a la sociedad, teniendo en cuenta “nuestro comportamiento y adiestramiento con las pantallas. Yo pienso que habría que hacer aun difusión del hábito lector en general en la población, y valorar la lectura como una de esas famosas destrezas blandas”, desarrolla.

“Una o dos generaciones atrás –continúa David Cerdá–, por puro aburrimiento, te tenías que buscar la vida o lo mismo, agarrabas un libro o un cómic”. Hay una correlación entre la gente con menos capacidad de atención y peores expedientes. La queja llega también a la universidad, donde los profesores lamentan que se ven forzados a ir bajando el nivel progresivamente, “aunque no sé si eso es porque te lo impone la realidad, o porque entregas las armas, porque lo cierto es que tienes que ser como Michelle Pfeiffer en Mentes peligrosas”, indica Cerdá. Aun así, admite que a sus alumnos de tercero (21 años) les hace escribir una pequeña reseña de un libro, que es el 10% de la nota, “básicamente, para saber quese han leído algo”. Y, efectivamente, había quien ya la había hecho con ChatGPT.

Bernat Castany nombra a Diógenes, El Perro, del que se cuenta que un día “empezó a pegarle con su bastón a un padre que le había traído a su hijo para ver si aquél podía enseñarle a comportarse mejor. Como suele decirse, no importa que tus hijos no te escuchen, porque te miran, y acabarán haciendo lo que tú haces. De ahí que la educación de los hijos empiece en la infancia de los padres, que a su vez empieza en la infancia de los suyos. No digo esto con ánimos de excusar a uno o a otros, sino para avisar contra el peligro de convertir a los jóvenes en un chivo expiatorio de nuestros miedos y responsabilidades adultas”.

Aunque la comprensión lectora y el hábito de leer no son lo mismo, están relacionados. Aunque la comprensión lectora y el hábito de leer no son lo mismo, están relacionados.

Aunque la comprensión lectora y el hábito de leer no son lo mismo, están relacionados. / Belén Vargas

Castany (Barcelona, 1977) es escritor y profesor en la Universidad de Barcelona. Ha publicado con Thule Ediciones Pensamiento Crítico Ilustrado: un título con imágenes de Cinta Fosch, y orientado a los más jóvenes, en el que trata de mostrar estrategias para “neutralizar la propaganda, el emocionalismo, el dogmatismo y el nihilismo”.

“Sin duda, ha habido una caída en la cantidad y la calidad de la lectura, un cierto pathos nihilista y está en auge una oleada reaccionaria que amenaza con arrojar al niño del progresismo con el agua sucia de las ‘modernecedades’ –explica–. Sospecho que estamos en uno de los muchos ciclos de decadencia, frente a los cuales no queda más que resistir y resurgir, como el Ave Fénix, para luego volver a quemarnos. Del otro, creo que el peso de la culpa, y de la reforma, debería empezar por los adultos”.

La lectura no ha sido siempre, como bien sabemos, algo generalizado en la sociedad. Los humanos lectores desarrollamos, además, particularidades cerebrales: un área de la región occitotemporal izquierda, ubicada entre los centros de procesamiento de lenguajes, objetos y rostros, se ha especializado; el cuerpo calloso del cerebro, que funciona de canal de conexión entre los hemisferios, se ha engrosado; la parte de la corteza prefrontal implicada en la producción del lenguaje (el área de Broca) ha sufrido alteraciones, y la memoria verbal ha mejorado –todo ello lo recoge Joseph Henrich en Las personas más raras del mundo (Capitán Swing)–. Desde luego que hemos sobrevivido sin leer, lo que quizá no sobrevivamos es con la atención anulada.

“Pero el texto también es un camino hacia la sensibilidad y el entender a otro –prosigue Cerdá–. Hay mucha complejidad en ellos. Perderse en un texto no sólo implica no poder expresarse, sino que no entiendan sus propios sentimientos porque no pueden verbalizarlos. Cuando hablamos, por ejemplo, de leer los clásicos es más bien por leer todo tipo de historias, y tener acceso a escenarios o sentimientos que te pueden ser extraños, que son distintos. Si no los tienes, te aplanas el mundo.”

David Cerdá, economista y doctor en Filosofía: "Les ponemos tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias"

Cuando se habla del problema de atención y concentración lectora parece que se cae en un lamentable “en mis tiempos”. “Desde luego que no estábamos leyendo a Sartre entre ColaCao y Colacao, pero no estamos hablando de esto”, subraya Cerdá. El lamento no es que la gente no tenga una biblioteca en su casa, ni organice reuniones intelectuales, “sino que no sepan entender un contrato, una explicación médica, un anuncio, una oferta de trabajo. Que luego está el mundo real, que lo mismo tienes que organizar una auditoría, o una campaña publicitaria, o un plan de negocios y, para eso, tienes que entender las cosas, analizar, comprender los discursos”.

Los japoneses tienen un término precioso para designar grabados y estampas: imágenes del mundo flotante. Un poco en ese mundo es en el que vivimos, o en el que quieren hacernos vivir. “Pero no es cierto que eso sea el mundo o, más bien, el mundo de las imágenes es el de los consumidores –puntualiza David Cerdá–. El mundo del trabajo, te aseguro que no es el de las imágenes. Sobre todo porque, cada vez más, se mueve por lo que llamamos economía del conocimiento: la gente que gana dinero tiene que saber hablar y expresarse ante una audiencia. Si nuestra visión del mundo es consumidora, no habrá problema con la dictadura de las imágenes y de las pantallas. Pero no si lo que pretendemos actuar como ciudadanos”.

El mundo en el que están los adolescentes es, desde luego, el mundo flotante: el mundo del consumo, “que luego se traduce en muchas cosas, problemas emocionales, crisis de ansiedad... Pero ante estos casos, les ponemos tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias”.

Cerdá advierte de la plasmación de una división dolorosa: el mundo de las imágenes, para el común de los mortales; el de las palabras, para los “elegidos”. Según su experiencia, la formación y las actitudes se han “desplomado” entre la enorme franja media, mientras que el 20% inferior es peor que nunca; y el 20% superior, mejor que nunca. Esta semana, precisamente, saltaba la noticia de que las escuelas suecas han dado marcha atrás a las pantallas y vuelto a los libros de texto. “Y luego –añade – está la cuestión de si estudian para ser más libres o sólo para ser empleables. Creo que los hemos debilitado ante la realidad, y es culpa nuestra”. ¿Soluciones? Para Cerdá pasan por una educación “más exigente” y la asunción de que el deber de una persona es estar más informada.

Bernat Castany, ensayista: "El problema es que la cultura capitalilsta, no sólo la economía, lo ha invadido todo"

El problema es que la cultura capitalista, puesto que ya no es una ideología política, sino una verdadera cultura, lo ha invadido todo –desarrolla Castany–, de modo que cada vez parece más difícil encontrar espacios libres. Si no hay conciliación laboral que nos permita estar tiempo con nuestros hijos, para leer o hablar con ellos; si nuestras vidas están produciendo o consumiendo 24/7, jamás tendremos la calma de escuchar o de explicar; si nosotros estamos gestionando nuestra empresa unipersonal en las redes, empachados de esa especie de papilla indistinta entre el negocio y el odio… ¿cómo vamos a pedirles a nuestros hijos que lean, que sean altruistas o que no miren el móvil? Lo menos que podemos hacer los adultos es hacer el primer movimiento. Sólo luego tendremos el derecho de entristecernos o indignarnos si nuestros jóvenes no quieren seguirnos”.

Desde Erytheia Psicología, en Cádiz, el especialista Fran Quintana coincide en afirmar que las últimas décadas han visto una “comercialización de la atención”: “Se nos bombardea con estímulos para mantenernos donde quieren el mayor tiempo posible y aumentar la pasividad receptora. Los adolescentes, que controlan más difícilmente sus impulsos, tienen más fácil caer en la adicción tecnológica, son los primeros en sufrirlo”. La sociedad, apunta, está creando cerebros tiktok, “entrenados en atender estímulos muy potentes, de muy corta duración. Y hay personas que se entrenan en esto ocho horas al día: esto crea cambios, forzosamente, en el desarrollo cognitivo. No hay modo de centrarse luego en algo tan poco estimulante como unas letras. El cerebro está entrenado para el salto atencional, no para la concentración”.

Fran Quintana, psicólogo que trata con un público de perfil joven, señala que tenemos una “situación paradógica entre información y desinformación”. Nunca antes hubo mayor posibilidad de crecimiento intelectual y conocimiento, “que a veces incluso vemos eclosionar en chavales con precocidad, hay registradas muchas altas capacidades, quizá porque estamos inmersos en una estimulación bestial desde pequeños –contextualiza–. Pero esto también puede llevar a la hiperestimulación, viene a ser similar al escenario de sobreabundancia alimentaria”.

Fran Quintana, psicólogo: "Con las pantallas entrenamos el cerebro para el salto atencional, no para la concentración"

A no muy largo plazo, más allá de la falta de atención, es fácil encontrar relación entre la adicción a las redes sociales y la depresión: “Cuando al fin empiezan a ser conscientes del problema, los chavales te dicen que han sentido que las pantallas eran ladrones de tiempo, que les robaban la vida”. Pero la presencia de las pantallas y las redes es un reto que se “tiene que asumir”, aunque apunta el especialista que ya hay “gente joven cancelando sus redes, bien porque han llegado a un extremo, o porque han visto qué hay alrededor”: “El pensamiento crítico está devaluado, se acepta sin cuestionar lo que llega, el hábito de consumo cultural es pasivo –desarrolla el autor–. Twitter se basa en la polémica, que se nutre de otro mecanismo de adicción: el odio. La multidiversidad de opinión y el respeto a las opiniones es una falacia: no toda opinión es respetable, sobre todo, cuando se pone por delante de la realidad. Se dice que la generación Z es ya una generación escéptica, aunque puede estar muy manipulada, y terminar acercándose a posturas más nihilistas. Esto conlleva tendencia al aislamiento, a la reclusión, no significarse, pánico al compromiso...”

“El problema, que será quizás el inicio de una solución, es que la salud mental de nuestros niños y jóvenes es cada vez más precaria –abunda Bernat Castany–. Y quizás nosotros, adultos que no fuimos capaces de encontrar tiempo para estar con ellos, lo buscaremos ahora, para tratar de cambiar un mundo enfermo. De ahí la importancia de trabajar la sensación de alternativa”.

“En mi opinión –continúa–, las alternativas no pasan por soluciones mágicas e inmediatas, sino por un trabajo lento, de fondo, que piense casi más en nuestros nietos, que en nuestros hijos. Invertir en educación, reforzar las humanidades, participar en política de base, restaurar el contacto real con las personas, desintoxicarse de las redes sociales, desconectar la mirada utilitaria, en fin, perder el tiempo trabajando como locos en lo que importa. Esto es, en rehumanizar el mundo”.

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