SÍNDROMES EXPRESIVOS

Very Well Fandango: extranjerismos

Los extranjerismos se utilizan cada vez más por moda que por necesidad. Los extranjerismos se utilizan cada vez más por moda que por necesidad.

Los extranjerismos se utilizan cada vez más por moda que por necesidad.

“In un placete de La Mancha of which nombre no quiero remembrearme, vivía, not so long ago, uno de esos gentlemen who always tienen una lanza in the rack, una buckler antigua, a skinny caballo y un grayhound para el chase”.

Historiadores y ensayistas han insistido a lo largo de los últimos siglos en los defectos específicos de los españoles respecto a la visión de la existencia. A grandes rasgos, han incidido en dos defectos tatuados en la mente hispánica: la envidia ante el éxito y la prosperidad del vecino del quinto piso y, voceado por la crítica extranjera interesada, el carácter indómito y pasional en las relaciones sociales. Supongo que tales eximios pensadores han conseguido aislar el gen de la envidia en la raza ibérica, tras arduos debates en sociedades libres de rivalidades y recelos entre iguales. Palabra de Dios.

Dejemos por un momento las sesudas reflexiones de pensadores y ensayistas y volvamos nuestros ojos hacia el terreno de la comunicación verbal en la superficie de la piel de toro. En este ámbito, las dos primeras décadas del siglo XXI han puesto de manifiesto un síndrome expresivo cada vez más extendido entre los hablantes jóvenes (y ya con algunas canas): el complejo de inferioridad lingüística.

Así, este trastorno se manifiesta en el rubor que siente el hablante por el empleo de estructuras asentadas en la lengua española. En su lugar, aunque parezca alucinante, recurre a expresiones extranjeras ajenas a la fonética y morfología autóctonas. Como botón de muestra, las siguientes situaciones comunicativas:

  1. Hemos fulminado el término “estacionamiento” por el coqueto parking de columnas devoradoras de parachoques
  2. Si quiero lucir un careto plastificado, me pago un lifting en lugar de un rudo estiramiento de piel
  3. Enviamos a nuestros contactos un interesante link, en lugar de un monótono enlace
  4. Me meto entre pecho y espalda un brunch para engañar al caprichoso cerebro sobre el picoteo a deshoras
  5. Denigramos al profesor de turno por aburrirnos con una clase magistral; sin embargo, nos dejamos encandilar por el último orador bronceado que nos ilumina con una master class.

Ilusionante, ¿verdad? Algún optimista de la alianza de civilizaciones lingüística objetará que no es conveniente proyectar una visión tan catastrofista de la situación actual. En este sentido, hemos de subrayar que el fenómeno de inclusión de palabras extranjeras en español no es rechazable en sí mismo. La única pega es que este proceso debe ajustarse a unos criterios mínimos, que no conviertan el idioma en el camarote de los hermanos Marx (para los más jóvenes, me refiero a los actores, no al autor de El capital).

¿Se puede superar?

Esta obsesión por el préstamo lingüístico ha invadido nuestro día a día, sobre todo en los ámbitos de la comunicación digital y la publicidad. Como respuesta a este problema endémico, los reaccionarios y anticuados miembros de la RAE se atreven a plantear con la boca pequeña alguna objeción a esta costumbre liberadora de la estrictas normas de la lengua española:

1. Si no es mucha molestia, podríamos evitar “los extranjerismos superfluos e innecesarios”. Por ejemplo, el término Pay per view puede sustituirse por un arcaico “televisión de pago” o “pago por visión” o el novedoso Tv movie por el soso “película para televisión”

2. Bienvenidos sean los préstamos lingüísticos que llenan el vacío expresivo en el español. La realidad va cambiando a un ritmo desconocido y, como consecuencia, aparecen nuevas palabras ajenas a nuestro sistema de comunicación. En estos casos, la RAE propone:

  • El mantenimiento de la grafía y la pronunciación originarias para aquellos términos con una amplia difusión: chip, jazz, software
  • La adaptación a la fonética y grafía españolas: zapear, mitin, máster, fútbol, chucrut.

3. Por último, no debemos obviar la esperpéntica recomendación de la academia respecto a la búsqueda de reglas comunes en la sufijación de palabras de origen inglés. Todos aludimos con normalidad a deportes como el ciclismo, atletismo, motociclismo, piragüismo y montañismo. Como consecuencia, se recomienda aludir al puentismo en lugar de puenting, senderismo en vez de trekking o carrera por running. ¡Vaya con los académicos!

Consejo final: Balconing, edredoning, fishing, ghosting, breadcrumbing, bumping, catering, overbooking, casting, ranking, standing, marketing, vending... Como dice mi santa madre con su clásico tono estoico: “Anda, hijo mío, que todo lo bonito se te pega. Dame paciencia, Señor”. Vale.

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