Rafael Pérez de Vargas: dos instantes

Tribuna

Han pasado 25 años desde aquel aciago ocho de enero y seguro que hizo muchas cosas buenas cuando se comprueba que el paso del tiempo no borra su proyección y reconocimiento entre sus paisanos

La familia Pérez de Vargas López en la plaza Alta, años 50. Rafael, a la izquierda. En el centro, sus padres Leocadio y Nena; a la derecha su hermana Paquita.
La familia Pérez de Vargas López en la plaza Alta, años 50. Rafael, a la izquierda. En el centro, sus padres Leocadio y Nena; a la derecha su hermana Paquita.
Rafael Silva López

12 de enero 2024 - 22:30

Leo estos días artículos y comentarios que diversos medios de comunicación dedican al jurista algecireño Rafael Pérez de Vargas López, mi primo hermano Rafael, con motivo del veinticinco aniversario de su desdichada muerte en un inexplicable accidente de tráfico, cuando contaba con solo cuarenta y cinco años de edad.

Es la muerte que más he sentido en mi vida. Siento un contraste interior entre el hombre público, destacado ciudadano, apreciado abogado en la comarca -también en Madrid-, defensor de la justicia social en variadas causas -sin duda apelativos merecidísimos-, y mis recuerdos familiares sobre quien fue más hermano que primo -niño bueno y obediente, joven afectuoso, buen estudiante-, estrechamente unidos durante la infancia común y juventud, ambos de nombre Rafael en recuerdo de nuestro abuelo materno, él nacido en agosto de 1953, yo unos meses antes. Días de playa pasados en El Rinconcillo y Getares; muchas tardes de fútbol en El Mirador cuando el Algeciras ascendió a Segunda División –y a punto estuvo de subir a Primera-; encargos mañaneros para recoger en la librería Nogue los periódicos que leía su padre -el también destacado abogado Leocadio Pérez de Vargas- y el jamón cocido en los Ultramarinos Mari Carmen de la plaza Alta; un helado en el carrito de Los Valencianos o La Alicantina; unos discos comprados en la tienda Viuda de Fillol, agradables días de verano en el Mesón de Sancho, lugar de inolvidables recuerdos.

Contraste que no es divergencia, sino complementariedad, perfeccionamiento de las mejores cualidades que sustentan el modelado de un destacado ser humano. En el origen de una gran persona siempre hay momentos que, observados al transcurrir los años, se convierten en decisivos para la formación de la personalidad. Voy a referirme a dos de la intimidad familiar que permanecen muy vivos en mi memoria. Sus muchas y buenas amistades que tanto lo añoran, los lectores de estas líneas que solo conocen su semblanza pública, sabrán apreciar si les aporta algo de valor añadido a la biografía de tan destacado algecireño.

Rafael entró en la Facultad de Derecho de Universidad de Sevilla en 1970. Yo lo había hecho en la de Ciencias de la Universidad Complutense un año antes. Nos veíamos durante las vacaciones y pasábamos unas agradables sobremesas en su casa familiar de la calle Real junto a mi tío Leocadio, quien gustaba relatarnos sus vicisitudes estudiantiles a comienzos del siglo veinte, para examinarse de bachillerato en el instituto de Málaga, al que se llegaba descendiendo a lomos de un burro desde Casares hasta la costa, y luego siguiendo hasta la capital provincial en coche de caballos, así como sus años en la Facultad de Derecho de Granada, sus vivos retratos sobre los notables catedráticos de la universidad y la dureza de sus exámenes.

Rafael Pérez de Vargas, a comienzos de los años 70, junto a su hermana Paquita, debajo; a la derecha el autor de este artículo y Flora Soto, amiga de la familia.
Rafael Pérez de Vargas, a comienzos de los años 70, junto a su hermana Paquita, debajo; a la derecha el autor de este artículo y Flora Soto, amiga de la familia.

Una tarde, a comienzos de esa década de los setenta, conversábamos los dos mientras su padre leía los periódicos del día, aparentemente ausente de la charla. A los dos primos nos había impresionado la lectura del libro escrito por el entonces joven periodista Antonio Burgos Andalucía ¿Tercer Mundo?, recién editado, reivindicativo, de marcado tono andalucista, aunque mi primo Rafael había escuchado una conferencia del autor en su Colegio Mayor y expresaba algunos desacuerdos. En el transcurso de la conversación deslizamos el nombre de Blas Infante, como persona desconocida para nosotros, pero que habíamos visto citada como precursor de las reivindicaciones sociales de Andalucía.

Fue escuchar ese nombre y mi tío Leocadio, por encima del ejemplar que estaba leyendo nos preguntó: "¿Qué saben ustedes de Blas Infante?", usando ese sustitutivo de vosotros, tan andaluz. Sin dejarnos responder, ante nuestra atención, nos dijo: "Blas Infante era mi primo hermano". Salió de la habitación y, al poco, volvió blandiendo unas cartas, diciéndonos que eran correspondencia de su primo, con quien tuvo una estrecha relación familiar y, como supimos más tarde, fue correligionario político durante la República. Allí nos refirió diversas vivencias familiares de los Pérez de Vargas, de Casares, de excursiones hechas en común, del porqué Blas Infante llevaba solo Pérez de segundo apellido. Nada de política. Aún estábamos en el franquismo y de esas cosas no se hablaba, aún menos de lo acontecido en la República. Fue una tarde muy reveladora y creo que a Rafael le sirvió para afianzarse en su compromiso ciudadano. La reivindicación de justicia social en Andalucía estaba en el ADN de su familia.

Leocadio Pérez de Vargas Quirós, padre de Rafael, nacido en Casares, patria chica de los Pérez de Vargas, pero algecireño de adopción desde después de la guerra civil, falleció un día de mayo de 1986. Al día siguiente del entierro quiso Rafael que diésemos los dos un paseo, para tomar el aire y refrescar la cabeza, después de que hubiese pasado tan abrumadores días debido a la enfermedad y fallecimiento de su progenitor, a quien tanto quería. Contaba Rafael con treinta y dos años de edad. Así que nos encaminamos a la plaza Alta, seguimos por calle Convento, calle Ancha, la plaza y vuelta a empezar, una y otra vez.

Me refirió mi primo su decisión de trasladarse a Madrid para trabajar a tiempo completo en el bufete de Rafael Escuredo, con quien había comenzado a colaborar. Se le abría una buena perspectiva profesional en un momento adecuado para la toma de decisiones vitales. Quería que sus hijas e hijo tuvieran la mejor educación y para eso la capital disponía de la mejor oferta. En sentido contrario le pesaban otras razones, pero me pareció que era una decisión firme, aunque siempre que recuerdo esta conversación pienso que más que ponerme al tanto de su deseo lo que buscaba con mi anuencia era convencerse a sí mismo de que tenía que emprender ese traslado, esa nueva etapa. Así que comenzó por combinar el trabajo en su bufete en Algeciras, con viajes semanales a Madrid, de martes a jueves habitualmente, una esforzada vida que, con el tiempo, dando marcha atrás a su primera decisión no fue etapa transitoria, sino etapa definitiva ya que, para el bien de la ciudad, nunca dejó Algeciras y compatibilizó ambos bufetes, lo que le supuso un gran ajetreo personal.

Así, desarrolló aquí una parte sustancial de su destacada trayectoria profesional y atendió numerosas causas sociales, lo que le granjeó un amplio aprecio de sus conciudadanos, como recuerdan numerosas amistades estos días.

Han pasado veinticinco años desde aquel aciago ocho de enero y seguro que hizo muchas cosas buenas cuando se comprueba que el paso del tiempo no borra su proyección y reconocimiento entre sus paisanos. En la familia es un recuerdo siempre presente, una ausencia muy añorada.

stats