Obituario | Flores el Gaditano

Sonreiremos por ti

  • Flores tenía la combinación equilibrada de inteligencia, sensibilidad y finura sin la que son imposibles el talento, el cariño y la risa sinceros

Florencio Ruiz Lara, Flores el Gaditano

Florencio Ruiz Lara, Flores el Gaditano / Erasmo Fenoy

La Algeciras de hoy casi nada tiene que ver con aquella en la que mi bisabuela parió a mi tío Flores. Eran poco más de 19.400 personas censadas en una pequeña y empobrecida localidad costera, ajena al crecimiento y las profundas transformaciones sociales, económicas y urbanísticas que vendrían. La excepción es nuestra conexión ferroviaria, cuya inmutabilidad parece llamada a seguir siendo la mayor seña de identidad que compartimos.

Vivir un siglo es relevante, más allá de la proeza biológica que comporta. Nunca sabemos de cuánto tiempo disponemos, y cuáles de nuestras decisiones nos llevarán por los derroteros adecuados. Vivir es difícil, y más si mantenemos la lucidez y agarramos las riendas con fuerza.

Estos días muchas personas glosan las virtudes de Flores. Su conocimiento profundo del flamenco, su curiosidad inabarcable o su faceta de escritor y autor. Me parece maravilloso que, junto a su evidente talento, todas ellas hagan referencia a su sentido del humor. Todas atesoran anécdotas memorables en las que participaron o que les han contado y que se han convertido en una definición caleidoscópica del hombre y el artista. Una construcción muy particular del personaje, la conjunción de la persona que era y la que proyectaba ser.

Quería detenerme en esto para compartir con ustedes ese don preciado y extraordinario de mi tío Flores, que a su vez lo era y lo es de no pocos miembros de mi familia. La capacidad de contar la vida y sus vicisitudes desde un ángulo que mitiga el dolor y contextualiza la felicidad, aportando sin pretenderlo las palabras que la convierten en un rosario de experiencias que merecen la pena.

El sentido del humor y el gusto por la alegría son balsámicos. He reído a carcajadas oyendo situaciones que narradas por otras personas hubieran servido de alimento a auténticos dramas, porque de hecho lo eran. Pero vividas y contadas por mi tío Flores, por mi abuela Victoria, por mis tías Manuela o Amelia, adquirían otra dimensión. Da igual si se trataba de una inundación, un desengaño amoroso, un accidente o cualquier otro revés, muy frecuentes en una familia tan extensa como modesta.

Aquel plantel luminoso de hermanos y hermanas, afanados en oficios y quehaceres muy dispares, era un grupo selecto de vividores y contadores de historias. Y Flores fue su embajador más ilustre, el que lució orgulloso el blasón familiar y lo llevó a más lugares. El portador de ese escudo que requiere la combinación equilibrada de inteligencia, sensibilidad y finura sin la que son imposibles el talento, el cariño y la risa sinceros.

Flores ha sido un ejemplo de equilibrio, de inagotable creatividad que lo mismo volcaba en un fandango o en una novela del Oeste

El dolor hace personas sabias o resentidas, la frustración hace personas fuertes o iracundas, y el éxito hace personas vanidosas o agradecidas. Ser longevo y lúcido llevó a mi tío Flores a los laberintos del dolor, la frustración y el éxito. A acumular demasiadas añoranzas, pérdidas de seres queridos y experiencias no siempre buscadas. También muchos momentos dulces de reconocimiento y felicidad. Flores ha sido un ejemplo de equilibrio, de inagotable creatividad que lo mismo volcaba en un fandango o en una novela del Oeste. En definitiva, un hombre hecho de resiliencia, arraigo y amor genuino por su vocación y sus raíces.

No he llorado por él, y me he sorprendido a mí misma sonriendo al recordar estos días algunas historias antiguas que protagonizó y que crecí oyendo entre risas. Siempre la risa. Como cuando me hizo saber que pertenecíamos a una estirpe de galápagos y puso otra hebra del hilo de la alegría que siempre ha remendado los rotos de mi familia y que ha fortalecido nuestros vínculos.

Hoy nos arrastra el ruido y una suerte de hipérbole constante que parece dispuesta a sepultar la bondad y la mesura. Faltan perfiles y referencias significadas de personas capaces de cosechar cariño y respeto y conservarlo a lo largo de su vida. El culto a lo efímero se impone en esta época de prisas y gritos. Pero hubo un tiempo forjado de sosiego cabal al que no volveremos, aunque lo reinventaremos para retomar una manera de relacionarnos con más afecto y empatía. En él brillarán para la memoria sentimental y cultural de Algeciras las peripecias y logros de Florencio Ruiz Lara, un hombre bueno, amable e inteligente. El patriarca de esta saga de galápagos que seguirá en nuestras librerías, nuestros vinilos y nuestros corazones. Descansa tito, sonreiremos por ti.

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