Algeciras: la luz siempre termina llegando
Navidad 2025
La ciudad enciende al fin sus luces navideñas en medio de unos breves fuegos artificiales y algo de confeti
A las ocho en punto de la tarde del 4 de diciembre —día de Santa Bárbara, patrona de las explosiones y, en cierto modo, de los encendidos eléctricos improvisados—, tras una cuenta atrás algo desordenada a cargo del alcalde, Algeciras vivió el alumbrado de Navidad más minimalista y a la vez más comentado de los últimos años. Bastó un gesto, un clic, un suspiro en forma de interruptor para que la gran protagonista de la noche, una bola de Navidad gigante plantada en el lateral de la Plaza Alta, se iluminase con la solemnidad de un oráculo luminoso. Hubo unos breves fuegos artificiales, un puñado de confeti y poco más. Pero ese “poco más”, contado en pasado simple, acabó siendo un universo entero.
La ciudad se reunió bajo una lluvia fina alrededor de la esfera como quien vuelve a consultar un mapa antiguo. En tiempos de tantos negacionistas geométricos —gente que, por lo visto, piensa que la Tierra es plana o una torta tamaño familiar— la Plaza Alta se transformó en un cursillo acelerado de astronomía emocional. Allí estábamos todos: rodeando el círculo, recordando que las formas redondas sirven, entre otras cosas, para demostrar que la realidad no tiene esquinas por donde escaparse. Ni aún siendo “especiales”.
La tarde había empezado con música de mal gusto y una fiesta infantil, porque toda Navidad que se precie precisa de niños gritando y al menos un adulto disfrazado de algo cuya dignidad se quedó en casa
El Ayuntamiento, consciente de la austeridad lumínica que se avecinaba, añadió algunos complementos ornamentales: tres arquitos navideños, unos cuantos paquetes de regalo y un deseo tácito de que el público usara la imaginación para rellenar los huecos.
La tarde había empezado con música de mal gusto y una fiesta infantil, porque toda Navidad que se precie precisa de niños gritando y al menos un adulto disfrazado de algo cuya dignidad se quedó en casa. Luego llegaron las zambombas, que ocuparon la Plaza Alta como si fuesen la banda sonora oficial de este planeta esférico recién estrenado. Y cuando ya no quedaba más compás que añadir, un DJ poco navideño cerró la velada con esa misión imposible que es hacer bailar a un público que aún está intentando aprender dónde está la entrada y la salida de la bola.
La esfera, entretanto, acumuló opiniones como un árbol de Navidad acumula polvo si lo guardas en un trastero. Se escucharon comentarios que solo pueden darse en un encendido navideño algecireño, especie literaria en sí misma:
—“Esto se parece a lo del tren: nos mandan lo que no quieren ni en Extremadura".
—“No creo yo que esta esfera sea el epicentro; si lo es, que dimita la concejal, por inútil".
—“La bola está más vista que el tebeo. Ha estado en mil ciudades. Cutrismo navideño".
—“Pa bola gigante, la de la deuda municipal".
—“Esto vale de jaula para meter a más de uno".
La crítica ciudadana es un género literario, y cada diciembre ofrece un tomo nuevo.
Lo curioso del caso es que el contrato, de 558.570 euros, era de los que prometían estrellas, neones y hasta milagros LED; pero la propuesta para la Plaza Alta se quedó corta de puntos
La explicación de por qué este año hubo menos luces que en la nevera de un soltero venía de lejos. La adjudicación del contrato se atrasó tanto que la instalación se hizo contrarreloj, como quien monta un Belén el mismo día 24 mientras niega que esté nervioso. Iluminaciones Ximénez, los eternos sastres de la luz en medio mundo, recibió el encargo. Cuando por fin llegó la firma, quedaban tan pocos días que cada bombilla parecía una maratón.
Lo curioso del caso es que el contrato, de 558.570 euros, era de los que prometían estrellas, neones y hasta milagros LED; pero la propuesta para la Plaza Alta se quedó corta de puntos, y lo que llegó fue lo que suele llegar cuando el calendario corre más que tú: una bola reciclada, tres arcos valientes y mucha historia acumulada.
Y ahí reside la belleza del asunto: la Navidad, como digestión emocional que nunca termina, no depende de los vatios. Las luces son excusa. Lo importante es esa versión de nosotros mismos que sale a pasear cuando se ilumina cualquier cosa. Un pueblo alrededor de una esfera creyendo, por un instante, que el invierno se hacía más amable.
Cuando el DJ apagó su música, la bola siguió brillando. No deslumbraba, pero cumplía. Y al fin y al cabo, ¿qué más se le puede pedir a una Navidad inaugurada un día de Santa Bárbara, mártir decapitada y patrona de los fuegos repentinos? Si algo nos enseñó su historia es que la luz siempre termina llegando. A veces cae del cielo; otras, la trae un operario con prisa y un camión negro de Ximénez trabajando de madrugada.
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