Algeciras y su inexistente puerto entre 1807 y 1859
Algeciras, una ciudad portuaria en el estrecho de Tarifa (siglos VIII-XIX)
El desarrollo de la nueva ciudad a lo largo del siglo XIX fue lento por las deficientes vías de comunicación terrestres y los obstáculos para contar con un puerto que pudiera competir con los de Cádiz y Málaga
El General Castaños y su proyecto de urbanización de la Plaza Alta de Algeciras (1804-1807)
El desarrollo de la nueva Algeciras a lo largo del siglo XIX fue lento, a pesar de la excelente posición geográfica de la ciudad, situada junto a uno de los puertos naturales más abrigados y de mayor calado del litoral mediterráneo español. Sin embargo, dos condicionantes convergieron durante buena parte de la centuria diecinueve impidiendo que, la que había sido gran capital y el principal puerto de la zona en el medievo, volviera a erigirse en nudo de comunicaciones y en cabecera de la comarca: las deficientes o inexistentes vías de comunicación terrestres y los obstáculos que encontró la ciudad para ver satisfechas las aspiraciones de su Consistorio y del comercio local de contar con un puerto que pudiera competir con los de Cádiz y Málaga.
En las tres primeras décadas del siglo XIX Algeciras y su puerto no se vieron favorecidos por las autoridades provinciales ni nacionales ni lograron ninguna mejora significativa en las infraestructuras portuarias. El espía inglés Robert Semple, en 1805, al escribir sobre Algeciras refiere: “La apariencia de la ciudad, en general, no concuerda con lo que se percibe bajando del monte. Su construcción, a excepción de unas cuantas casas pertenecientes a la gente principal, tampoco demasiado buenas, es pobre… Su principal comercio lo constituye el contrabando con los ingleses…”.
Todavía en 1830, el viajero Richard Ford dice lo que sigue de Algeciras: “Y esto es justo lo que es, un hervidero de corsarios en tiempo de guerra y de guardacostas, en misión preventiva, en tiempos de paz”.
La ciudad, en esos años difíciles de crisis económica y guerra, primero con Inglaterra y después con Francia, era el refugio de numerosos aventureros, gente de mal vivir y navegantes de fortuna, procedentes de Andalucía y de Levante, que se instalaban en torno al puerto, aunque sin estar inscritos en la Matrícula de Mar, para embarcar en los faluchos corsarios o en los barcos de pesca y de comercio-contrabando que continuaba realizándose con total impunidad con la vecina plaza de Gibraltar.
En lo que respecta a las infraestructuras portuarias, estas no habían mejorado sustancialmente desde la refundación de la ciudad: un endeble embarcadero de madera con un basamento o pequeño espigón de escollera, mantenido por el Ayuntamiento (existente desde mediados del siglo XVIII), que las frecuentes avenidas del río y los temporales marítimos destrozaban cada invierno, y la playa-varadero de lo que fue después la Marina, eran los únicos elementos portuarios de la ciudad.
En 1824, Isidoro Taylor, en su libro Viaje pintoresco por España, anotaba que “el puerto (de Algeciras), aunque bastante seguro, carece de importancia”. Sin embargo, a pesar de la visión negativa que tiene del puerto, asegura que “la travesía entre Algeciras y Gibraltar la hacen barcos de bellas líneas, cuyas cualidades náuticas son muy apreciadas por los marineros”. Cierto es que los navíos que arribaban al puerto de Algeciras durante buena parte del siglo XIX tenían que fondear en el surgidero situado junto a la Isla Verde y esperar la llegada de las barcas y faluchos que varaban en el curso bajo del río de la Miel para poder desembarcar o embarcar a los pasajeros y las mercancías, si el embarcadero se hallaba operativo, o en la playa de la Marina. James Aitken Willie, todavía en el año 1870, escribe “echamos ancla frente a la pequeña población de Algeciras. Apenas había llegado aquélla al fondo cuando alrededor del vapor se aglomeró toda una flotilla de embarcaciones pequeñas en las que remaban hombres de aspecto salvaje que gesticulaban y pregonaban a gritos sus servicios de barqueros”.
Desde los años veinte del siglo XIX las autoridades municipales y el gremio de comerciantes e industriales de la ciudad eran conscientes de que Algeciras necesitaba contar con un puerto dotado de un buen muelle para que se pudiera desarrollar el comercio marítimo y de pasaje, aunque contara con una Aduana desde el año 1748. En el año 1820 el regidor don Juan Mendoza expuso a los síndicos de la ciudad cuán útil sería para la población la habilitación de un puerto para el comercio “dadas las malas instalaciones que hasta el presente posee el de la ciudad” (Archivo Municipal de Algeciras, Libro de Actas Capitulares, 9 de octubre de 1820).
Preocupado el Consistorio por la escasez de medios con qué seguía contando el puerto, de nuevo en el año 1842 los regidores don Agustín Bustamante y don Valentín Sáenz Laguna presentaron a la Corporación una moción en la que exponían las ventajas que recibiría la ciudad de Algeciras con la construcción de un puerto marítimo. Los regidores concluían diciendo que “asociado el Ayuntamiento con personas ilustradas, se dediquen a proponer las bases, extender el plano de las obras e indicar los medios de realizarlas” (M. Pérez-Petinto, pág. 202).
El Consistorio acogió favorablemente la idea y nombró una comisión para que se dedicara a trabajar sobre el asunto. Encomendó dicho estudio al comandante de ingenieros de la Comandancia del Campo de Gibraltar, pero recelando que los trámites se demorasen, acordó pedir a la Dirección General de Caminos la venida de un ingeniero que acometiese la redacción del proyecto. Éste consiguió que, en septiembre de 1843, al menos, se habilitara al puerto de Algeciras para que pudiera comerciar con determinadas mercancías, que antes le estaban prohibidas (para que no se hiciera competencia a los puertos de Cádiz y Málaga), favoreciéndose con estas medidas el incremento de la actividad comercial. En ese mismo año la Junta de Gobierno Provincial se interesó por el proyecto y pidió que se le enviasen los planos con objeto de remitirlos al Gobierno de la Nación. En octubre le fueron remitidos los documentos solicitados, sin que se tengan noticias de que dichos documentos fueran enviados nunca al Ministerio que sería de Fomento unos años más tarde.
En 1845 las cosas no habían mejorado. Pascual Madoz, refiere que “desde la playa, donde existe un muelle casi inútil, que en pleamar sirve de desembarcadero, a cuyo sitio llaman la Marina, se va elevando progresivamente la población”. En otro lugar de su obra muestra su perplejidad por las carencias que observa en Algeciras, sobre todo en lo que respecta a las comunicaciones terrestres y marítimas.
En lo referente al puerto, escribe que “Algeciras, por su posición topográfica, debería ser una de las poblaciones más importantes de España; mas para llegar a este grado le faltan dos esenciales elementos. El primero es la construcción de un seguro puerto en su bahía y de un muelle cómodo y proporcionado, para cuyas obras se presta admirablemente la naturaleza”.
Pero, aunque Madoz era consciente de las excelentes cualidades con que la naturaleza había dotado a la ciudad de Algeciras y de las posibilidades de desarrollo que tendría un puerto construido en la desembocadura del río de la Miel, también anotó las deficiencias en las comunicaciones terrestres que unían la ciudad con la capital de la provincia con Ronda y con Málaga. “El segundo elemento de riqueza para el territorio de Algeciras, que lo reclama con toda urgencia -escribe el diputado y, más tarde, ministro-, sería su comunicación con Cádiz, el interior de Andalucía y la serranía de Ronda por medio de arrecifes, de que carece absolutamente, a pesar de la importancia militar y mercantil de dicha ciudad”.
En 1848, Luis de Igartiburu, presidente de la Diputación Provincial de Cádiz, señalaba: “Años y años van pasando desde que se empezaron á instruir expedientes para unas obras de tal importancia como son las de un arrecife desde Medina al río Zurraque; un camino desde Chiclana á Gibraltar pasando por Tarifa, Algeciras y San Roque y, sin embargo, aun no se ha colocado la primera piedra en ninguna de ellas; ni se ha hecho más que ir aumentando algunos cuadernillos de papel” (Manual de la Provincia de Cádiz, 1847, citado por Wenceslao Segura González).
Entre los años 1843 y 1859 se llevaron a cabo, desde la Delegación del Ministerio de Fomento en Cádiz, varios proyectos menores, como la reconstrucción del viejo embarcadero de madera, la mejora de la Marina o el encauzamiento del curso bajo del río de la Miel hasta el llamado Puente del Cristo; pero no se acometieron las esperadas y necesarias obras de infraestructura. Hay constancia en el Archivo de la Autoridad Portuarias de que fueron remitidos al Gobierno Provincial otros proyectos sin que se tengan noticias de haber llegado, ninguno de ellos, al gobierno Central.
En el año 1859 parecía que, por fin, se iba a aprobar el proyecto del puerto que durante cuarenta años venían solicitando las autoridades municipales y el gremio de comerciantes e industriales de Algeciras. Fue redactado por Juan Martínez Villa, Ingeniero Jefe de la Provincia (que será analizado en el próximo capítulo de esta serie). Este ingeniero, en el preámbulo de dicho proyecto escribe: “La ciudad de Algeciras como punto o plaza comercial no tiene grande importancia actualmente por encontrarse casi incomunicada con el interior de la provincia y carecer de muchas otras condiciones necesarias; sin embargo, aunque muchas de estas circunstancias y condiciones se han de mejorar y hacer desaparecer mediante la ejecución del plan de vías de comunicación que se estudia en la provincia, no puede desconocerse que la importancia de este punto es debida a las especiales e inmejorables circunstancias de su situación geográfica para el ventajoso establecimiento de un puerto de escala y arribada indispensablemente necesario en él para los buques que tienen que atravesar el Estrecho”.
De ahí la necesidad del proyecto propuesto por Juan Martínez Villa que, como otros anteriores, nunca se hizo realidad.
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