Historia del Campo de Gibraltar

El Obispado de Algeciras (I)

  • En el estudio de la historia medieval de la región podemos encontrar una de las etapas más brillantes del pasado de nuestra zona

  • Durante la Edad Media, el paso del Estrecho constituía un elemento clave para el equilibrio de fuerza entre los distintos contendientes

Mapa con el reino taifa de Algeciras una vez separado de Málaga en 1035.

Mapa con el reino taifa de Algeciras una vez separado de Málaga en 1035.

En noviembre de 1989 aparecía el volumen número 2 de Almoraima. Revista de Estudios Campogibraltareños, posiblemente la publicación más importante de las que han visto la luz en el Campo de Gibraltar. En sus páginas 29 a 40 figuraba un artículo firmado por mí y titulado Una sede episcopal en el Campo de Gibraltar.

Compartía cartel en aquella segunda entrega de Almoraima con José Luis Cano, el padre Martín Bueno, Manolo Martínez Selva, Paco Tornay, Juan José Téllez, Pepe Riquelme, Luis Soler y Pepe Vargas, entre otras figuras señeras de la cultura de estas tierras, bajo la batuta de Rafael García Valdivia. Ese volumen se completaba con un excelente suplemento que firmaba María Rosa Sierra, acerca del mercado Eduardo Torroja. El consejo de redacción estaba integrado, en esas fechas, también por gente grande: además de algunos de los ya citados, lo conformaban Luis Alberto del Castillo y Pepe Chamizo.

Del diseño de la revista se encargaban Pepe Guerra, Pepe Barroso y el propio Rafael García Valdivia. Para concluir con esta nómina de personajes ilustres que tanto han aportado, y aportan, al panorama cultural de la orilla norte del Estrecho, mencionaré a José Antonio Viñas, responsable de Impresur y dedicado durante mucho tiempo a que nuestra revista llegase puntualmente a manos de sus lectores y seguidores.

Unas cuantas de estas figuras nos han dejado, ante el inexorable transcurso del tiempo y sus efectos, pero otros muchos veteranos siguen en activo y vinculados al Instituto de de Estudios Campogibraltareños y a la revista Almoraima, que ya ha alcanzado sus 56 volúmenes y 33 años de existencia.

Era difícil encontrar mejor compañía por mi parte para estrenarme en estas lides al finalizar la década de los ochenta, afanes en los que aun ando, con el mismo compromiso que en aquellos tiempos.

Suena en los últimos el tema de aquel obispado medieval de Algeciras, por lo que me ha parecido oportuno rescatar aquel texto y mis notas de investigación para volver a ofrecerlo a quienes pueda interesar, empleando en esta ocasión el diario Europa Sur como medio de difusión.

Peculiaridades de una comarca natural

Escribía, por entonces, que una característica generalmente admitida para el Campo de Gibraltar es su condición de punto de gran importancia estratégica. Así lo atestigua su privilegiada situación como puente entre la desarrollada y vieja Europa y el continente africano, que ya en aquellos años parecía comenzar a despertar del profundo letargo en que se ha visto sumido durante siglos, aunque no parece que esa perspectiva acabe de cumplirse. Contribuye también a tal relevancia geoestratégica su carácter de llave de paso marítimo, junto a Ceuta, entre el pequeño Mediterráneo, de capital importancia político-económica, y el Océano que da paso a las costas americanas y del norte de Europa.

Las características físicas de la zona aportan un sólido argumento en cuanto a su individualidad: queda definida por nítidos márgenes tanto por tierra como por mar; la abrupta serranía del sur del Aljibe la cierran por el Norte, contribuyendo a un secular aislamiento, que solo queda roto por la estrecha llanura costera que se abre desde San Roque hacia Málaga y la más vasta planicie a que da paso Tarifa; por el sur, el mar, el Estrecho y, de nuevo, África.

Este peculiar emplazamiento, cuyo control ha sido considerado vital desde antiguo para la seguridad de diversos reinos e imperios, ha recibido pocos beneficios de tan especial condición. Sin embargo, en aquella década final del siglo XX se venía desplegando la bandera de la singularidad comarcal en busca de la propia identidad y de las ventajas que de ella debieran derivarse: la propuesta de la novena provincia de Andalucía. El eslogan era del Partido Andalucista de Patricio González, y recuperaba un proyecto del tardofranquismo. En 1969, Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo, secundó la idea del de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, de crear la novena provincia andaluza, que había de denominarse Gibraltar. Iba a estar compuesta por todos los municipios campogibraltareños, Vejer y Barbate y una treinta de la provincia de Málaga, incluidos Ronda y Estepona, así como al propio Peñón. La idea, que iba a tratarse en un consejo de ministros, fue criticada en febrero de ese año por el gaditano José María Pemán desde un artículo para ABC que le fue censurado. Acabó liquidando el intento la acción conjunta de algunos procuradores en Cortes, como el alcalde de San Roque, Pedro Hidalgo, junto a los de Cádiz y Jerez y al presidente de la Diputación de Cádiz. Muy poco después, el linense Salustiano del Campo y el mismísimo Manuel Fraga volvieron sobre el tema, de nuevo infructuosamente. Corría el año 1973. Hasta que el alcalde andalucista de Algeciras lo retomó en los noventa como síntesis del hartazgo ante la marginación que esta comarca seguía sufriendo desde Cádiz, desde Sevilla y desde Madrid. Los celos localistas y las desconfianzas de los regidores del Campo de Gibraltar le restaron eficacia a la idea, volviendo a quedar casi en nada, salvo algunos guiños descentralizadores, como la existencia de una subdelegación del Gobierno de la Junta de Andalucía y una representación del Gobierno de España. Pocas nueces para tres décadas de ruido.

De todos los proyectos para la comarca de los que se llenan los titulares de periódicos, solo el Plan Especial de Seguridad para el Campo de Gibraltar viene aplicándose y prorrogándose en los últimos años, golpeando una y otra vez a la delincuencia organizada que, especialmente en materia de tráfico de estupefacientes, opera en la zona. Los restantes planes ni están, ni se les espera. Así como ocurre con el desdoblamiento de la carretera entre Algeciras y Cádiz, la solución al ferrocarril romántico que sestea entre la bahía y la serranía, la autovía de circunvalación de Algeciras, el tranvía comarcal, alguna solución para la invasión del alga parda (Rugulopteryx okamurae), que arruina a pescadores y empresarios turísticos…

Pero si la historia reciente no ha sido excesivamente generosa con esta zona ni su importancia ha trascendido fronteras, en el estudio del pasado de la región encontramos señales inequívocas de un gran esplendor. Volvamos, pues, la vista atrás, no con el ánimo de refugiarnos en glorias pretéritas sino para encontrar en ellas un estímulo que nos guíe en la construcción del futuro de esta tierra.

La situación en el medievo

En el estudio de la historia medieval de la región podemos encontrar una de las etapas más brillantes del pasado de nuestra zona. De igual manera, la comunidad de rasgos entre las diversas poblaciones de la comarca contribuyó a cimentar cierto carácter de unidad territorial. Eran tiempos en que las peculiaridades de cada zona encontraban cauce de plasmación en entidades políticas, sociales y económicas propias, todavía lejos de una época que tan solo había de descubrir en estas tierras del sur una fuente inagotable de materias primas y mano de obra barata en favor de intereses de otras gentes, de otras tierras.

Durante la Edad Media, cuando la Península se encontraba compartida por españoles cristianos y españoles musulmanes (sin olvidar las minorías hispanojudías de las principales ciudades), el paso del Estrecho constituía un elemento clave para el equilibrio de fuerza entre los distintos contendientes.

El poderío musulmán español llega a su momento álgido en el siglo X, con el Califato de Córdoba (912-1030), tras cuyo derrumbamiento serían los imperios integristas magrebíes de almorávides, almohades y benimerines, quienes intervendrían en las querellas internas hispanas. Para todos ellos, el control del extremo sur de al-Andalus resultaba elemento imprescindible para cualquier tentativa relacionada con el dominio peninsular.

Mientras el gobierno andalusí se mantuvo fuerte y Córdoba aparecía como centro de poder inapelable, las ciudades del Estrecho desempeñaron una función fronteriza con respecto al resto del islam, que se debatía entre conflictos internos desde Ceuta hasta el Indo. Sin embargo, una vez decaída la preeminencia cordobesa y multiplicados los centros de poder en la España musulmana, ese papel se convirtió en el de puente de paso de invasiones africanas hacia la rica y fértil al-Andalus.

Mapa esquemático con los territorios meriníes en al-Andalus y principales rutas marítimas de la época en la zona del Estrecho. Mapa esquemático con los territorios meriníes en al-Andalus y principales rutas marítimas de la época en la zona del Estrecho.

Mapa esquemático con los territorios meriníes en al-Andalus y principales rutas marítimas de la época en la zona del Estrecho.

Con Almanzor (978-1002) el califato de Córdoba alcanzó el final de su época de esplendor. Muhammad Ibn Abi'Amir pertenecía "a una vieja familia árabe de la región de Algeciras", de acuerdo con Rachel Arié (España Musulmana, ss. VIII-XV. Vol. 3. 1982, p. 24), al parecer de Torreguadiaro o de Torrox. Tras neutralizar al joven califa Hisam II (976-1013), Almanzor se convirtió en el verdadero gobernante de al-Andalus. A la muerte de ambos, las discordias internas y el enfrentamiento entre pretendientes al trono harían sucumbir al califato, carente de un gobernante fuerte capaz de neutralizar las fuerzas centrífugas actuantes en el reino. Su unidad territorial se vio fragmentada en un sinfín de pequeños reinos, llamados de taifas, que rivalizarían entre sí para intentar alcanzar la hegemonía.

Los poderosos grupos étnicos sucesivamente importados como apoyo a distintos gobernantes (bereberes, árabes y eslavones) protagonizaron las tensiones que acabaron a la postre con el califato. Los reinos taifas más importantes irían ampliándose a costa de sus vecinos más modestos, aunque se mostraron incapaces de afrontar con éxito el peligro cristiano.

En Algeciras habría de instalarse el centro de uno de los reinos de taifas, el que se fundó en torno a la familia, de origen norteafricano, de los hammūdíes, que abarcaba todo el actual Campo de Gibraltar y zonas limítrofes de las actuales provincias malagueña y gaditana. En 1035, la antigua cora de Algeciras alcanzó su independencia respecto de Málaga, siendo gobernada primero por Muhammad y después por Al-Qāsim b. Muhammad como emires, si bien habría de tener una existencia efímera, puesto que en el año 1055 sería absorbida por los ‘abbādíes sevillanos. Estos reinos, si bien no destacan por sus éxitos en el plano político, sí que lo hicieron en el cultural, ya que se convirtieron en destacados focos de desarrollo de las artes y las ciencias. Así lo explicaba Lévi-Provençal:

"Contrariamente a lo que pudiera esperarse, la cultura andaluza no fue nunca tan radiante y fecunda como durante este siglo XI, tan fértil en trastornos políticos y totalmente sacudido por las luchas intestinas y el persistente avance de la Reconquista cristiana. Las capitales provinciales, con sus actividades artísticas y literarias, provocaron la decadencia casi definitiva de Córdoba. Las cortes de los reyes musulmanes de Toledo, de Badajoz, de Valencia, de Denia, de Almería, de Granada y, sobre todo, de Sevilla, se convirtieron en otros tantos cenáculos donde poetas, literatos, artistas, sabios, filósofos, médicos y especialistas de las ciencias exactas trabajaban, en condiciones materiales favorables, aliado de los príncipes, esclarecidos mecenas que encontraban en su compañía el mejor derivativo para sus preocupaciones cotidianas en el ejercicio del poder. Época de profunda decadencia política, fue acompañada por una incomparable renovación de las producciones del pensamiento, como tenemos otros ejemplos tanto dentro como fuera del mundo del islam" (La Civilización Árabe en España. Colección Austral, 1982, pp. 37-38).

Los reyes cristianos del norte aprovecharían la ocasión que sus disputas les brindaban para someterlos al pago de tributos. La invencible al-Andalus de pocos años atrás, se vería sometida a afrentas aún mayores, como el avance conquistador castellano.

La imposición de parias por los castellanos llegó unida a su progreso territorial. La toma de Toledo por Alfonso VI (1085) y sus ambiciosas pretensiones llevarían a los principales reyezuelos musulmanes (al-Mu'tamid de Sevilla, el soberano aftasí de Badajoz y el zirí de Granada) a pedir socorro a sus hermanos de fe, los almorávides del norte de África. El reino taifa de Sevilla, que englobaba las ciudades campogibraltareñas, se vería sometido por Alfonso VI en 1085 al pago de un tributo anual de 50.000 dinares.

Ante tal perspectiva, los almorávides norteafricanos, tribus de nómadas intransigentes defensores de la doctrina musulmana, fueron llamados en su ayuda. Llegan estos a través de Algeciras, derrotaron a los castellanos en la batalla de Zallaqa o Sagrajas, en 1086, y decidieron incorporar a su imperio las tierras andalusíes a cuya ayuda habían acudido. A comienzos del siglo XII, la España musulmana era ya una provincia almorávide.

El devenir de los acontecimientos resultó, no obstante, muy rápido, y en el norte de África acababa de surgir un nuevo poder que había de suplantar a los almorávides: el imperio almohade. Con la decadencia de los primeros, los andaluces se sacudieron el yugo africano e hicieron renacer los reinos de taifas. La ocasión sería aprovechada otra vez por los cristianos para ir ganando terreno, gracias a la debilidad que presentaban los hispanos-musulmanes, que volvían a estar separados y enfrentados entre sí. Mientras el enemigo cristiano avanzaba desde el norte, los almohades, atravesando el Estrecho esta vez por Tarifa, hacían lo propio desde el sur. Practicaban la yihad contra cristianos y contra musulmanes, fuesen andalusíes o almorávides, llegando en 1148 a conquistar Sevilla. Entre treguas y alzamientos tanto en al-Andalus y el Magreb, llegó el final del siglo, cuando el califa almohade, Yusuf II, alcanzó un importante éxito en la batalla de Alarcos, derrotando a las huestes cristianas de Alfonso VIII de Castilla, en julio de 1195. Pero la revancha cristiana no se hizo esperar y en 1212 infligieron una derrota total a las tropas almohades en las Navas de Tolosa, lo que había de marcar el principio del fin de su permanencia en la Península.

Portada de la revista 'Almoraima'. Noviembre de 1989. Portada de la revista 'Almoraima'. Noviembre de 1989.

Portada de la revista 'Almoraima'. Noviembre de 1989.

En esta etapa de predominio almohade, se recuperan tanto el habitual ritmo ofensivo del islam español contra las posiciones cristianas como el auge cultural que caracterizó a aI-Andalus durante toda su historia. Derrotados en las Navas de Tolosa por castellanos, navarros, portugueses, leoneses y franceses, los almohades solo pudieron mantener un precario poder en la Península durante veinte años más. Los conflictos internos castellanos y aragoneses dilataron su decaimiento, socavado su imperio por luchas dinásticas. El poder almohade sería suplantado en Marruecos por la dinastía benimerín o meriní.

De vuelta los almohades a África, en España la historia siguió su curso, y los avances castellanos fueron constriñendo cada vez más el territorio de al-Andalus. De los distintos reinos que allí aparecieron solo tendría cierto futuro el nasrí de Granada. Su territorio abarcaba desde el Campo de Gibraltar hasta Almería y, desde el principio, tuvo que ser vasallo de los reyes castellanos.

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