"Algeciras me resulta muy interesante porque es un lugar de contrastes"
Entrevista | Ignacio Amaya, artista emergente
El joven pintor pone rumbo a Emiratos Árabes Unidos en octubre para participar en conferencias y exposiciones de la mano de profesores y alumnos de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla
Algeciras y la noche en que la cultura se quedó con hambre
José Ignacio Amaya Sánchez (Villamartin, 2000), de nombre artístico Ignacio Amaya, es un joven pintor que ha pasado su vida a caballo entre la sierra de Cádiz, la bahía de Algeciras y la hermana de la ciudad eterna, Sevilla, donde ha desarrollado buena parte de sus estudios con la paleta.
Su obra, caracterizada por la habilidad para captar la luz y los momentos mágicos de la cotidianidad, es una prueba de su relación con el entorno rural, el más casero y el marino. Este último especialmente a través de sus estancias en Algeciras y Tarifa, que son lugares del Campo de Gibraltar donde veranea y de los que afirma sentirse "profundamente enamorado".
Amaya nos recibe en su pequeña galería de Algeciras, que en realidad es el piso familiar en la ciudad, convertido en una Wunderkammer del siglo XVII (cuartos de las maravillas en español) repleta de pinturas, libros, cerámica y elementos marinos recogidos en la playa. En esta pequeña sala “barroca”, el artista nos acompaña en una visita guiada por su recorrido artístico.
“Nací en el seno de una familia en la cual ya había artistas, mi madre y mi tío Luis concretamente, el cual es profesor a día de hoy en la Escuela de Arte de Algeciras” explica, mientras señala su anagrama -realizado por su tío- en el pecho de su manchada camisa.
El pintor, que ya ha expuesto en el Museo Provincial de Jaén, pero nunca en el Campo de Gibraltar, siente la timidez de quién se desnuda ante un público local, un público al que quiere. Su obra habla por sí sola, aunque él insiste: “me he concentrado casi exclusivamente en mejorar mi técnica”. El realismo de sus obras y el perfeccionismo de Amaya recuerdan al insigne pintor Antonio López, famoso por aquello de que, en sus palabras, “una obra nunca se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades”.
A caballo entre Vermeer -por su estilo que resalta la vida mundana- y Sorolla -por su temática cercana al entorno rural y marino- confiesa que no siempre tuvo claro ser pintor. Su madre, que se pasea por la mini sala de exposiciones improvisada entre la cocina y las habitaciones del piso, comparte que “cuando él era muy pequeñito, yo le compraba cuadernos, rotuladores y cosas para que dibujara, como yo. También le compraba libros cuando iba a algunos museos, pero no lo hacía porque pretendiera que fuese pintor”.
Amaya comenzó estudiando fotografía, un detalle profesional que se aprecia en el estilo y detalles de sus obras, así como su capacidad de captar momentos al vuelo. “Me parece muy atrevido decir que soy fotógrafo -por su formación-. Eso sí, a nivel compositivo, te ayuda mucho el conocer un poco acerca de la imagen y composición de planos”, añadió.
Estilo y futura exposición
Pese a su modestia, el artista ya tiene prevista la participación en unas jornadas de convivencia y conferencias organizadas por la School of Calligraphy & Ornamentation de Fujairah (Escuela de Caligrafía y Ornamentación de Fujairah), de Emiratos Árabes Unidos durante el mes de octubre. “Iremos una serie de alumnos y profesores de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla en representación de la Universidad”, transmite orgulloso.
El pintor, que captura la luz como una cámara de fotos, no se encuadra en ningún estilo y confiesa que plasma lo que le atrae. Detalla que no es la luz lo que le llama, sino que “depende más sobre que la luz incida sobre algo que a ti te emociona y te parece precioso. Entonces, al final, yo lo que hago es una representación de las cosas de mi entorno que por X o por Y conectan más conmigo”.
Amaya parece haber normalizado sus arduos atributos que ha adquirido cone esfuerzo, quitándose méritos. Nos muestra, con pruebas, que no solo se ciñe al estilo realista, “ahora también exploro espacios más simbólicos”. Por ejemplo, en sus obras, en el reverso de los cuadros, ha empezado a incluir poemas propios.
“Para mí, es una forma de que el cuadro se vaya sedimentando de significados y de poder, al fin y al cabo. Y cuanto más sedimento tenga, más peso tiene. Aprovecho el lienzo en su totalidad”, explica.
Inspiraciones del artista
El artista se siente profundamente atado al óleo, que le da “un carácter más vaporoso a las obras”. Tiene, además, muchos referentes modernos, como: Iván Floro, a nivel contemporáneo, Octavio Arrizabalaga, Gonzalo Bilbao (del siglo XIX), García Ramos, Ramón Casas, Lucian Freud y su “padrino artístico”, el sevillano Chema Rodríguez.
“Chema me ha enseñado unos conocimientos que son impagables. Es uno de los motivos por los que digo que la carrera está bien, pero no lo es todo. Si tú no vas a buscar las cosas que te interesan, no te las van a enseñar ni en Bellas Artes ni en ningún sitio”, detalla.
Ignacio Amaya, aunque no es profeta en su tierra -por el momento, aunque lo desea- sabe moverse por el difícil mundo del arte en la actualidad. Prueba de ello, sus pinturas sobre el Atlético de Madrid, club que sigue como aficionado. El pintor elaboró una obra en directo en el Metropolitano para la revista Futbola. En un futuro, cuando exista un museo del club, su obra promete ser de las primeras en ser expuestas en la capital de España.
Algeciras, lugar de contrastes
“A mí Algeciras es un sitio que me resulta muy interesante porque es un lugar de contrastes. Y los contrastes, desde el punto de vista artístico, son muy interesantes. Vemos contrastes entre una ciudad muy urbanizada y luego el entorno de un carácter muy industrial, asociado al Puerto. Luego tenemos una zona maravillosa, con esa naturaleza entre dos aguas. Ese contraste y esa dualidad es muy interesante y es más parecida a la propia vida, con cosas buenas y malas”, abunda.
Amaya lleva en su piel un tatuaje que representa uno de sus espacios favoritos: el faro de Punta Carnero, hecho que prueba su amor por una de las ciudades que le vio crecer. “Es una ciudad que hay que aprender a quererla también. Es un sitio que hay que aprender a apreciar. No es como otros lugares que parecen un decorado de cine. Esto es una cosa muy real y a mí eso me inspira. De hecho, si en algún momento de mi vida me lo puedo permitir, me voy a hacer un estudio en El Faro de Punta Carnero, porque es un sitio que me resulta súper interesante, como la Ballenera o el barrio de San Isidro”, concluye.
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