Historias de Algeciras

En la cuna del hambre (II)

  • Las necesidades hospitalarias aumentan y la Junta algecireña decide poner un impuesto para atender las necesidades del hospital y de los niños expósitos

  • Durante el trienio liberal se alcanzó en las Cortes presididas por el general Riego la aprobación de la Ley General de Beneficencia

  • En la cuna del hambre (I)

Niños en la calle Sagasta de Algeciras.

Niños en la calle Sagasta de Algeciras.

Y a punto de llegar el nuevo siglo, desde las reboticas y sacristías se augura y se teme que como se expresara -parafraseando- décadas más tarde “vengan los ilustrados, cual torna la cigüeña al campanario”. Pero no fue así. Antes, una parte importante de la sociedad española constituida por los sufridos menores, sería testigo y protagonista de un difícil comienzo de centuria. Una de las vías de ingresos más significativa para el caritativo hospital algecireño era, sin duda, la que emanaba de las últimas voluntades no sólo de los que allí eran atendidos sino de los que trabajaban para el mejor funcionamiento del sanitario centro.

Tal fue el caso del presbítero Jaime Canadell, quién sobre su patrimonio decidió: “Era su ánimo y deliberada voluntad que quanto era su Caudal [...]se dividía en quatro partes, una para la citada fábrica de ésta Parroquia, otra para el Hospital de Caridad de ésta Ciudad, otra para los niños Expósitos de la misma, y otra se aplique en misas por mi Alma y la de mis Padres, con la limosna de cinco r.v.”.

Mientras, en nuestra ciudad el Hospital de la Caridad sigue en una fase de auténtica crisis económica -y con ella la amenaza del cierre del hospicio- de la que se salvará gracias al también sacerdote y administrador, Juan de Lima. En el ámbito nacional, se había puesto en marcha el decreto que el generalísimo Manuel Godoy había firmado antes de su marcha, plagado de urgentes medidas económicas como “desamortización de caudales y rentas de los Colegios Mayores; la temporalidad de los jesuitas, el séptimo de los bienes de las comunidades eclesiásticas, bienes relativos a Obras Pías, hospicios, hospitales, casas de misericordia, reclusión, expósitos, etc”.

El más que deteriorado Estado necesitaba dinero y por tanto de suprimir gastos. Como se recogió en el citado decreto, hospicios y expósitos estaban en el punto de mira del -para entonces- ex favorito de Carlos IV y “muy especialmente” de la esposa del monarca. Nuevamente los niños desfavorecidos quedaban sin protección por parte de las altas instancias del poder. ¡Los niños, siempre los niños!

La llegada de José I en el contexto de la llamada Guerra de la Independencia, junto con un romance con la condesa de Jaruco, provocó que por los madriles se cantara: “La señora condesa / tiene un tintero / donde moja la pluma / José primero”. El mojador de la citada pluma -demostraba que en palacio había tiempo para todo- presionó al afrancesado y madrileño Ayuntamiento, según escrito remitido al corregidor de la villa, don Manuel García de Prada, destacando “la escasez de caudales suficientes para atender el gravísimo estado de hospitales, hospicios, inclusas y colegios de niños desamparados”. Desgraciadamente aquellos localizados recursos para obras pías exigidos -ni su ejemplo- llegarían jamás hasta la siempre alejada Algeciras.

Las necesidades hospitalarias aumentan y la Junta algecireña decide poner un impuesto para atender las necesidades del hospital y de los niños expósitos. Tal acción motiva que la Junta Provincial proceda a abrir un expediente bajo el título: Recaudación de un arbitrio establecido sin permiso por el Comandante General del Campo de San Roque, que agrava el paso de personas y mercancías destinado al sostenimiento del Hospital de la Caridad y Casa de Expósitos de la Ciudad de Algeciras. La presión de las tropas francesas en la zona hace posible que el número de refugiados en nuestra ciudad siga día a día aumentando y, por tanto, desbordando los escasos medios de todo tipo con los que cuentan las autoridades algecireñas, ya fuera con permiso o no del Comandante General.

Y mientras en la villa y corte el injustamente llamado Pepe Botella -al parecer y según algunos de sus biógrafos era abstemio- se preocupaba públicamente de los menores en la capital del reino, los pre constitucionalistas concebían para después de la guerra una Carta Magna que facilitara la convivencia nacional. En tierras gaditanas y con la presencia del cura párroco de la Palma, don Vicente Terrero, un progresista texto sería aprobado haciendo referencia a los desvalidos niños a través de su artículo 321 al recoger: “Estará a cargo de los Ayuntamientos [...] Sexto. Cuidar de los hospitales, hospicios, casas de expósitos y demás establecimientos de beneficencia, bajo las reglas que se prescriban. Posteriormente y en el artículo 366, establecía: En todos los pueblos de la Monarquía se establecerán escuelas de primeras letras, en las que se enseñarán á los niños a leer, escribir y contar y el catecismo de la religión católica que comprenderá también una breve exposición de las obligaciones civiles”.

Tras establecerse en la ley de leyes -popularizada con la denominación de La Pepa- los derechos de los niños a la educación y a la protección del Estado, a través de hospicios, casas de expósitos y escuelas, el avance social se tradujo para su implantación en un decreto fechado el 13 de junio de 1813 (Día dedicado a San Antonio de Padua, popular santo lisboeta, para el mundo Fernando Martim de Bulhoes e Taveira Azevedo). A partir de aquel constitucional mandato, los municipios asumieron sus constitucionales competencias. Un año más tarde, y tras el lamentable espectáculo ofrecido por los servilones al colocarse en el lugar de las bestias de tiro en la real carroza escenificando la devolución del poder a Fernando VII, éste recondujo el constitucional papel de los Ayuntamientos en la protección de hospicios, expósitos e inclusas, tras lectura por su Real Consejo, de un memorándum presentado por el obispo de Pamplona y Colector General de Expolios y Vacantes, Su Iltma. Don Javier Uriz, y cuya repercusión trascendió a todo el Estado al devolver a las religiosas manos lo que fue por decreto competencia municipal.

Extracto aprobación arbitrio sobre el carbón que entra en Gibraltar a favor de los niños expósitos. Extracto aprobación arbitrio sobre el carbón que entra en Gibraltar a favor de los niños expósitos.

Extracto aprobación arbitrio sobre el carbón que entra en Gibraltar a favor de los niños expósitos.

Pocos años después, tras el pronunciamiento de Riego y su histórico paso por nuestra ciudad, las autoridades liberales abordaron nuevamente el tema competencial sobre la protección de los niños “dejados de las diosas manos”. En aquel liberal año, la situación de los expósitos algecireños era la que se documenta: “Nos anuncian de Algeciras el deplorable estado en que se halla la Casa de Expósitos de aquella ciudad y el lastimoso abandono en que gimen las infelices víctimas del delito ó de la debilidad de sus padres. En solo un día han devuelto siete niños las amas que los criaban por el miserable estipendio de dos duros mensuales, los cuales no se les pagan en cuatro, cinco ó más meses. El establecimiento está dotado con el importe del derecho sobre los vinos que se consumen en la ciudad, y no hay quién se extrañe verlo reducido al deplorable estado en que se encuentra”.

Así, buscando una solución para atajar los problemas sociales de la Nación, se constituye la división territorial en distritos y conformado el gibraltareño Campo con capitalidad en nuestra ciudad, las resultantes autoridades liberales de la provincia remiten el siguiente texto: “Enterados por lo manifestado por el Gefe Político Subalterno del partido de Algeciras, sobre el mal estado de las Casas de Expósitos [...] no ha podido menos que conmoverse sobremanera del informe de dicho Gefe y documentos que se tiene a la vista, resulta que por Real orden del año 1799, fueron concedidos 15.000 reales al año pagaderos del fondo pío beneficial, que hace siete años no se satisfacen. En tal concepto, creemos debe interponer la mediación de S. Itma Sr. Obispo de esta Diócesis ó del Sr. Gobernador del Obispado para que ejercitando su celo pastoral y caridad cristiana, coopere por su parte a los auxilios de que necesitan los niños expósitos, y al pago del importe de los siete años que adeuda el fondo pío beneficial”.

Prosiguiendo el texto consultado: “Para ello se acuerda se pida al Sr. Gefe Superior Político se sirva oficiar a dicho Sr. Prelado ó Gobernador del Obispado, manifestación de lo que va expresado a fin de que se sirva exigir de quién corresponda y hacer que se remita una razón clara y circunstanciada del origen del fondo pío beneficial, cuales sean sus ingresos, atenciones ó inversión de ellos, que personas lo administran, si tienen la orden citada del año 1799 para contribuir 15.000 reales anuales a los niños expósitos [...] y si se adeuda la cantidad de 105.000 reales por atrasos de siete años, cuál haya sido la causa de estos atrasos y un estado de la alta y baja de caudales en los últimos siete años. Al mismo tiempo acordó se conteste [...] por conducto del Gefe Político subalterno de Algeciras con inclusión de lo que va dispuesto, manifestando tener aprobada la venta de leña que aquel ha propuesto y que tampoco tendrá reparos en aprobar un derecho sobre carboneo, equivalente al que solicita sobre el vino y el vinagre, pudiéndose abrir un empréstito de 6 á 8.000 reales para socorrer á los expósitos hipotecando al pago el producto de las leñas que se tratan vender y el derecho sobre los carbones si lo conceptúan cómodo”.

Y así en aquel liberal trienio -y con la pendiente incógnita de lo ocurrido con el fondo Pío Beneficial-, se alcanzó en las Cortes presididas por el general Riego la aprobación de la Ley General de Beneficencia, texto legal que sería bautizado como Ley General de Beneficencia, publicada el 23 de enero de 1822. Con esta norma se venía a regularizar la actividad que las autoridades liberales provinciales y municipales -como las algecireñas- ejercidas desde que asumieron el poder dos años antes (1820). La búsqueda de recursos dinerarios llevó al jefe del partido algecireño a plantear: “En vista de los expuesto por los ayuntamientos del distrito de Algeciras, en oficio de 25 de Enero, por medio del Gefe Político de aquel Partido, y hecho cargo esta institución provincial de lo que manifiestan acerca de la necesidad de socorrer a los Expósitos del Partido, que muchos de ellos son víctimas de la escasez y falta de alimento que están experimentando; siendo este un objeto que reclama la humanidad y el bien del Estado [...] y atendiendo esta institución el arbitrio que propone de 4 rv sobre cada carga de carbón que se extrae para Gibraltar gravita sobre los habitantes de aquella plaza y por esta razón es el menos gravoso que puede adoptarse en las actuales circunstancias, en su consecuencia se acordó la aprobación de dicho arbitrio, para que se emplee en el socorro y alimento de los niños Expósitos del partido, encargándose los Ayuntamientos cuiden con el mayor esmero encargándose de su recaudación e inversión para que se verifique el digno objeto de aliviar el estado de miseria y abandono en el que se encuentran los niños expósitos; comunicándose así al Sr. Gefe Superior de la Provincia que se sirva trasladarlo al del Partido de Algeciras, y dar cuenta oportunamente a las Cortes de la urgencia y motivo de la concesión de dicho arbitrio afín de que recaiga su aprobación”.

Las Casas de Expósitos volvían al redil constitucional de municipios y diputaciones. Tras el paso de los Cien mil hijos de San Luis por nuestro país y el consiguiente regreso del absolutismo, el denominado oficialmente “problema de los expósitos” pasa nuevamente a manos de la Iglesia a través del restablecimiento de las Obras Pías de la Santa Infancia, dirigidas por las Sociedades de Señoras, Juntas de Damas de Honor y Mérito y Juntas Femeninas. Seglares movimientos que fueron dando paso con el tiempo, y en colaboración con las autoridades de las distintas diócesis, a la presencia en aquellas instituciones infantiles de beneficencia de las Hijas de la Caridad, como así se pondría de manifiesto en nuestra ciudad décadas más tarde. Muchos años más tarde (1909), mi siempre admirado Pérez Galdós -don Benito-, en su obra titulada La Desheredada, pone en boca de un niño protagonista “el Majito”, la canción propia de la procesión del Viernes Santo: “Muchos niños enseguida van con velitas encendidas y delante con decencia va la Beneficencia”.

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