La Conquista de Algeciras (1342-1344): el bloqueo marítimo y el dominio del mar

La capitulación de Algeciras, acontecida en el mes de marzo de 1344, no hubiera sido posible sin el concurso y la contribución de las flotas castellana, aragonesa y genovesa

La conquista de Algeciras (1342-1344): Cavas, bastidas, trabucos, balistas y cañones

La flota de Génova en el asedio a una ciudad (siglo XIV).
La flota de Génova en el asedio a una ciudad (siglo XIV). / ES

Si dificultosas fueron las complejas operaciones que tuvieron como objetivo el bloqueo terrestre de Algeciras (tratadas en el capítulo anterior), no lo iban a ser menos las que se pusieron en práctica para bloquear el puerto y la ciudad por mar. De nada hubiera servido al rey de Castilla establecer tan perfecto sistema de cavas, barreras de tapial, cadahalsos y bastidas en torno a la Algeciras asediada si los sitiados hubieran podido mantener expedita la vía marítima y la comunicación directa y fluida con los puertos musulmanes de Gibraltar y de Ceuta recibiendo ayuda en armas, noticias y vituallas desde ellos.

El bloqueo marítimo

Por ese motivo, mientras que se procedía a establecer y reforzar la línea de cerco por tierra, se ideaban y experimentaban sistemas para poder cercar Algeciras por mar. Comprobada por el rey y sus consejeros la potencia de la defensa estática con que contaba la ciudad y de su excelente posición sobre el terreno, Alfonso XI estaba decidido a rendir la ciudad por hambre, y para que ese objetivo se pudiera cumplir, era condición indispensable que nada ni nadie pudiera entrar en la ciudad sitiada ni por tierra ni por mar.

Las acciones de bloqueo marítimo eran relativamente fáciles de ejecutar durante el día, pues las galeras castellanas, aragonesas y genovesas, cumpliendo la misión que se les tenía encomendada de “guardar la mar”, no permitían que navíos procedentes de Gibraltar entraran en Algeciras; pero, durante la noche, una vigilancia eficaz era imposible de realizar, dada la gran extensión del frente marítimo de la ciudad (unos dos kilómetros). Las pequeñas zabras y saetías cargadas de vituallas, impedimenta, armas y pólvora burlaban con gran facilidad a las naves cristianas y, cruzando la línea de bloqueo, abastecían de lo necesario a los sitiados. “Otrosí había sabido el rey que a veces entraban en la ciudad de noche zabras y barcos pequeños de los Moros que traían refrescamientos de miel y de manteca y de fruta” –refiere la Crónica de Alfonso XI

Sistema de bloqueo por mar de la ciudad con toneles flotantes y mástiles de barcos (febrero de 1344).
Sistema de bloqueo por mar de la ciudad con toneles flotantes y mástiles de barcos (febrero de 1344). / ES

Para evitar que las naves de avituallamiento enemigas rompieran el cerco durante la noche el rey mandó colocar troncos de pino desde el Real, donde estaba el Almirante de Aragón –al Norte de la Villa Vieja–, hasta la Isla Verde. Los dejó flotando unidos unos a otros con cadenas. Pero a finales de marzo del año 1343 una gran tormenta rompió las cadenas arrojando los troncos a la playa, donde sirvieron de inesperada provisión de leña para los sitiados.

A partir de entonces, el rey ordenó que se doblara la vigilancia de día y de noche desde los navíos, embarcando él mismo todas las noches para supervisar las guardas que habían sido establecidas. Dice la Crónica: “el Rey entraba cada noche en la mar y andaba armado en un leño requiriendo a los que había a guardar, porque fuesen tomadas aquellas zabras y saetías que entraban en la ciudad”. En enero de 1344, como a pesar de los esfuerzos realizados por las escuadras cristianas para bloquear el puerto, las embarcaciones musulmanas continuaban burlando la vigilancia y abasteciendo a los sitiados durante la noche, se comenzó a cercar la ciudad por mar con toneles flotantes atados con maromas gruesas. En esta ocasión se procedió a cercar ambas villas con este recinto flotante, tomando la Isla Verde como vértice donde confluían las líneas de toneles. Para mantener los toneles fijados en el mar se colocaron mástiles de navíos empotrados en ruedas de molinos que eran arrojadas al fondo de la bahía en los que se ataron los toneles con las maromas.

Interpretación de la barrera de toneles y mástiles con que se bloqueó el puerto de Algeciras entre 1343 y febrero de 1344.
Interpretación de la barrera de toneles y mástiles con que se bloqueó el puerto de Algeciras entre 1343 y febrero de 1344. / (Dibujo de Francisco García Corral).

Pero a finales de febrero de 1344 (un mes antes de la rendición de la ciudad) aún no habían concluido las operaciones de bloqueo con los toneles y los mástiles. En la noche del 24 de ese mes lograron entrar en Algeciras –refiere la Crónica– “cinco zabras y saetías con vituallas y la pólvora que usaban para lanzar los truenos”. Pero, desde los primeros días de marzo se logró que ninguna embarcación musulmana atravesara la línea de bloqueo. Algeciras estaba definitivamente aislada. Esta circunstancia y la imposibilidad de poder recibir auxilio por tierra después de que fuera derrotado el ejército de socorro granadino-meriní a orillas del río Palmones el 3 de diciembre de 1343, provocaron el derrumbamiento moral de los sitiados y el punto final, mediante capitulación, a veinte meses de sitio.

La pugna por el dominio del mar

En el largo y porfiado cerco de Algeciras, que duró veinte meses, en el que participaron más de quince mil hombres del ejército castellano con la ayuda de numerosos cruzados extranjeros, sería la lucha por el control del mar que mantuvieron en aguas del Estrecho las escuadras cristianas y musulmana, el capítulo más decisivo de cuantos se sucedieron en el transcurso de la campaña. Del análisis de las fuentes cristianas se deduce que la capitulación de Algeciras, acontecida en el mes de marzo de 1344, no hubiera sido posible sin el concurso y la contribución de las flotas castellana, aragonesa y genovesa. Las acciones de esas escuadras y su superioridad sobre la flota granadino-meriní posibilitaron el bloqueo por mar de la ciudad, impidieron la arribada de tropas desde la costa africana –al menos hasta finales de 1343– y facilitaron el abastecimiento del ejército cristiano establecido en torno a la ciudad desde el Puerto de Santa María y Tarifa.

Sin embargo, el mantenimiento de la heterogénea escuadra cristiana en aguas del Estrecho no fue empresa fácil. Las presiones del rey de Aragón para que Alfonso XI aceptara la retirada de sus galeras, que él necesitaba para la guerra con el rey de Mallorca, y las exigencias de los genoveses que amenazaban con abandonar el cerco si no se les pagaba el dinero prometido, sólo se pudieron contrarrestar con el firme propósito del rey de Castilla de no abandonar el cerco y la ayuda recibida en florines del Papa de Aviñón, del rey de Francia, de los recaudadores judíos y de los mercaderes catalanes.

El peligro de un gran desembarco de tropas norteafricanas en la ciudad de Algeciras o en sus alrededores, lo que hubiera puesto fin al cerco de la ciudad, no se disipó en ningún momento hasta el mes de diciembre de 1343, cuando fueron definitivamente vencidos granadinos y meriníes en la ribera del río Palmones después de haber desembarcado, los norteafricanos, en el litoral de Estepona.

Embarcaciones aragonesas en el bloqueo por mar de una ciudad (siglo XIII).
Embarcaciones aragonesas en el bloqueo por mar de una ciudad (siglo XIII). / ES

Las diversas misiones que tenían encomendadas las escuadras cristianas durante los meses que duró el cerco fueron tres: a) Impedir el paso de la escuadra de socorro desde la orilla africana; b) Lograr el efectivo bloqueo marítimo de la ciudad sitiada y c) Asegurar las rutas de abastecimiento del ejército cristiano que partían desde el Puerto de Santa María y Tarifa.

La expresión “guarda de la mar” aparece en muchas ocasiones en la Crónica castellana para designar el conjunto de operaciones navales cuyo objetivo principal era vigilar la amplia zona marítima que rodeaba la bahía de Algeciras para impedir el acercamiento de la flota musulmana, el abastecimiento de la plaza sitiada y el traslado de tropas desde los puertos marroquíes a la costa granadina, así como el obtener información sobre los movimientos que realizaban las embarcaciones enemigas.

Estas misiones se desarrollaban desde Almería hasta Ceuta, el Estrecho y la costa africana hasta Badis. El Almirante de Castilla, Egidio Bocanegra, mantenía en el mar varias galeras que tenían la misión de espiar de cerca a la flota granadino-meriní fondeada en el puerto de Ceuta. Para ello, unas galeras iban cada día hasta las cercanías de ese puerto para observar los movimientos de las embarcaciones que se hallaban en su interior.

Escudo de armas de don Egidio Bocanegra, Almirante Mayor de Castilla en el cerco de Algeciras (1342-1344).
Escudo de armas de don Egidio Bocanegra, Almirante Mayor de Castilla en el cerco de Algeciras (1342-1344). / ES

En el verano de 1343 eran dos las galeras que realizaban ese trabajo de información, permaneciendo día y noche en el mar, hasta que les llegaba el relevo al día siguiente. En algunas ocasiones, estas embarcaciones se acercaban a la costa africana para capturar enemigos o rescatar cristianos que se hallaban cautivos de los meriníes. Otra de las misiones que tenían encomendadas las escuadras cristianas en la campaña de Algeciras, era la búsqueda del combate.

De la lectura de la Crónica de Alfonso XI se desprende que la escuadra cristiana, consciente sus arráeces de su superioridad y de la importancia que tenía para asegurar el mantenimiento del cerco y el control del Estrecho, no rehuyeron en ninguna ocasión el combate. Muy al contrario, se buscó afanosamente en los meses que duró la campaña con la esperanza de poder llegar al enfrentamiento naval decisivo que permitiera la derrota de la escuadra musulmana y, como consecuencia, la pronta rendición de la ciudad sitiada. Sin embargo, y a pesar de los intentos de buscar la batalla en el mar, los musulmanes rehuyeron siempre el combate. Lo cierto es que desde el mes de mayo de 1342 hasta marzo de 1344, las escaramuzas entre flotillas de ambos bandos menudearon, pero no se asistió en esos dos años –cruciales, por otra parte, para los intereses castellanos y meriníes en el Estrecho– a la batalla naval definitiva que Alfonso XI deseaba imperiosamente y el sultán de Marruecos temía.

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