Campo chico

En el Instituto

  • Son muchos los que quedan en cartera, pero las citas son fruto de un capricho de la memoria

  • Debo admitir que aprendí a ser matemático conducido por un físico; casi un imposible

El paseo del Calvario (1950).

El paseo del Calvario (1950). / E.S.

El edificio de nuestro querido Instituto, se construyó con mucho esfuerzo. La falta de recursos debió de ser un verdadero tormento para el alcalde Gázquez. Las primeras promociones y el profesorado sufrieron las carencias de un proyecto inconcluso que hubo de ser puesto a disposición de la sociedad de su tiempo, de modo improvisado. Cuando yo llegué, en mis proximidades estaban unos cuantos de los mejores alumnos que han pasado por la Casa, y nada hay en mi largo discurrir por aulas de todos los niveles, más grato, más satisfactorio, que aquel tiempo de formación básica, de convivencia con gente que ha permanecido para siempre instalada en mis recuerdos y en mis sentimientos. No puedo ser imparcial; ese lugar, mis profesores de entonces y mis compañeros constituyen un pequeño universo que es para mí, la perfección.

Pepe Romero, un granaíno de Guadix, fue mi primer compañero de pupitre. Manuel Gaona, que sería maestro, era el mejor de aquel segundo curso. Enrique Rovira, un pequeño, inquieto y entrañable compañero, compartía pupitre con Domínguez Visuara, grandón y serio como un guarda jurado. Pedrito Gallardo era el sobrinísimo de Paquita, la eficiente secretaria administrativa. René Pagnon, de familia francesa era uno de los ojitos de doña Marina, la de francés, el otro era Pedrito. Antonio Contreras Pérez, de una familia de ceramistas de la calle Sacramento, parecía extraído, por su exquisita educación y su saber estar, de los ambientes cortesanos del siglo XIX; fue mi compi de pupitre en tercero. Personajes como Juan José Nieto, Antonio López Canales, Pepe Pérez Martínez, Domingo Infante, Enrique Muriel, Manolo Soria, Rafael Cuellar y Santiago Sarmiento podrían tenerse como las piezas del grupo más representativo del curso. Entre las muchachas, llamadas a unirse en quinto, destacaban Pilar López García, Inmaculada Vargas Machuca y Encarnita Guerrero Amores, extraordinariamente brillantes.

Cartel del aniversario del Mixto II. Cartel del aniversario del Mixto II.

Cartel del aniversario del Mixto II.

La reválida de cuarto nos cogía recién estrenada. El nuevo plan de estudios, que hizo desaparecer el legendario Examen de Estado y su bachillerato generalista, se implantaron cuando la promoción anterior a la mía llegó a cuarto. Armengol Viñas Castro, José Alberto Gonzalo Platero, Manuel Natera, Juan Peña, Pepe Gallego y José Alfonso Barberán pusieron el listón de calidad tan alto, que parecía que el nivel de nuestro pequeño mundo, se había mudado instalándose al alza definitivamente. Esos jovenzuelos y los que les precedían o seguían a poca distancia, como Milagros Sansalvador, Buenaventura Arjona Morón, Pepe Gázquez, Carlos y José Manuel de las Rivas, Antonio Rus y Pepe Rivera, entre otros, estaban señalando el amanecer de un tiempo nuevo. Contar la historia de cada uno de ellos, uniéndola a la de los pocos que como Luis Alberto del Castillo estudiaron en San Felipe Neri o en los jesuitas de El Palo, o en otros internados, no sólo sería una tarea fascinante sino que, el relato facilitaría la comprensión de la rápida evolución de la sociedad de su tiempo.

Son muchos los que quedan en cartera, pero las citas son fruto de un capricho de la memoria. Ninguno de aquellos con los que compartí estudios o deberes, juegos o estancias, en esa época de mi vida, me es ajeno; todos me han aportado mucho, pero debo limitarme a los que surgen espontáneamente. Como cabría decir de los profesores. Conchita Jurado, la de latín, y Nicolás Sánchez, el de matemáticas, significaron mucho para mí. Me interesaron las asignaturas que explicaban, pero sobre todo ellos. Con Conchita debió de existir una especie de enamoramiento. Era una mujer admirable, dura y exigente como profesora, y de una categoría intelectual decididamente fuera de lo común. A lo largo de los años, mantuve con ella una relación afectiva que se intensificaba cuando me descubría autores y lecturas, con los que seguramente no habría tenido ocasión de familiarizarme de inmediato.

Conchita vivió un tiempo en la calle Convento, junto a la Alcaldía, encima del Coruña, cuando estaba en su viejo emplazamiento. Llegó joven a Algeciras, con menos de treinta años. Había nacido, en el año 1924, en Castil de Campos, una pedanía de Priego de Córdoba, y estudiado Filología Latina en Granada. Contraería matrimonio unos años después de su incorporación a nuestro Instituto, con don Juan Aguilar, profesor de inglés, bastante mayor que ella. De casada, se trasladó a vivir al Callejón, al que me he referido profusamente, y ahí les nació un niño que hoy es –con el pseudónimo “Fray Josepho de la Tarima”– uno de nuestros grandes poetas satíricos. Enviudó pronto y emprendió un regular peregrinaje por institutos muy alejados unos de otros, como queriendo huir siempre de algo. En Luarca volvió a casarse y fruto de ese segundo matrimonio fue Eugenio Llera, que creció en Motril. Su último destino fue un instituto de Almuñécar, donde se jubiló. Nunca más volvió a Algeciras, ni siquiera fugazmente. Murió en Motril en 2011.

Plano del Instituto. Plano del Instituto.

Plano del Instituto. / E.S.

Nicolás Sánchez Herrero, don Nicolás, procedía de algún lugar de Castilla y había estudiado Ciencias Físicas. Marchó en los primeros sesenta al instituto Montserrat de Barcelona, después de veinte años entre nosotros. Vivía en una casa unifamiliar muy modesta de la Villa Vieja, frente al histórico puente del matadero. Tenía cuatro hijos que, con el tiempo, seguramente motivaron su marcha a una ciudad universitaria. Se le veía subir diariamente por el Secano, sin prisas. No era un hombre joven y daba la sensación de ser sabio. Iba a verle cuando yo ya estudiaba matemáticas; se interesaba por lo que hacía, incluso me pedía prestados algunos de mis libros, especialmente “Tensores Cartesianos”, escrito por el profesor Morán Samaniego, padre de la meteorología española. Morán fue el primer catedrático de Física del Aire que tuvimos en España y mi profesor de Física en el segundo curso de carrera. Ya en mi madurez profesional he pensado mucho en don Nicolás, aquel físico que sabía matemáticas como hay que saberlas, y no es muy común que eso ocurra. Su disciplina les habitúa a un ejercicio intelectual en el que la abstracción no es de obligado cumplimiento, y en matemáticas es esencial. Debo admitir lo que entre mis colegas causaría sorpresa, que aprendí a ser matemático conducido por un físico; casi un imposible.

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