Campo Chico

El Coruña, Puyol, Argelés y algo más

  • El regreso a Algeciras de Puyol y de Argelés animó de modo considerable la vida artística y cultural algecireña

La calle Convento, por Helmut Siesser.

La calle Convento, por Helmut Siesser.

Unos pocos bares de Algeciras son como esos pequeños frascos o esas redomas, en los que los perfumistas guardan las esencias con las que fabricar el perfume. No es sólo cuestión de antigüedad ni debiera ser el motivo de referencia sine qua non, para un reconocimiento público, también y más bien es la significación del establecimiento en la vida de la ciudad lo que cualifica su solera. Su continuidad y su capacidad para hacerse inevitable en el relato del deambular por el tiempo, de la gente que ha hecho historia en esa convivencia sencilla y cercana que se nos queda para siempre en el corazón de la memoria.

El rol social de esos bares como lugares de encuentro, de acuerdos y desacuerdos, de momentos mágicos, es inseparable de la personalidad de su creador y conductor. Pocas veces tiene éste continuador, en unos casos porque alguien de la familia, un hijo, por lo general, o un compañero, tal vez un empleado se pone al timón del negocio, pero el trabajo duro de la hostelería espanta, sobre todo a los jóvenes a los que se les ha evitado familiaridad con el esfuerzo.

El Coruña es una excepción entre los mejores, es más que mejor. Ya lo escribí en mi último Campo Chico; su inventor, cuando se disipaba la posguerra, fue un gallego de La Estrada, que se llamaba Pepe Rivadulla. No sé si vino a hacer la mili, pero si no fue a eso lo sería a otra cosa ¿qué más da?, lo cierto es que vino. Tampoco sé qué estuvo haciendo hasta que se le ocurrió abrir un bar pegado a la Alcaldía. En un tiempo con no muchos posibles, el emplazamiento era ideal. El Coruña iba a estar, en una ciudad de funcionarios y militares, próximo a los cuarteles, puerta con puerta con el Ayuntamiento y en el límite urbano entre el complejo de calles de la vida frívola, de allá hacia el mar, y el centro burgués, distinguido y bien visto de la ciudad. Cerca de la Plaza Alta y del Casino, en una época en que la escasa alta burguesía algecireña pululaba alrededor de esa vieja institución que había heredado las primeras iniciativas asociativas de la refundación. A una esquina y a otra, la distinguida confitería Miranda y el bar La Plata con Nicolás y su inarrugable chaqueta blanca y pajarita, dispuesto a atender con ese buen estilo de la gente de hostelería, que él dominaba como nadie.

Ramón Puyol. Ramón Puyol.

Ramón Puyol.

Entrando en la calle Convento desde la Plaza Alta, poco antes del Coruña había una tienda de comestibles un tanto peculiar, allí se podía tomar una copa de jerez con algún embutido de tapa. Los hermanos Ocaña eran gente de bien, abierta y espléndida, a los que el gentío, por su aspecto –eran calvos y de buena planta– llamaba los hermanos Karamázov. La obra maestra, última y póstuma, del gran escritor moscovita Fiódor Dostoyevski, era muy conocida y había sido llevada al cine con gran éxito, por la Metro en 1958. Tardó en llegar a España y en la imagen popular quedó de ella no ya la compleja filosofía de su contenido o la feminidad y la dulzura de Maria Schell y Claire Bloom, en sus papeles de Grúshenka y Katya, sino la personalidad y el singular físico de su protagonista, Yul Brynner, en su papel de Dmitri Karamázov.

Brynner era de origen ruso, había nacido en Vladivostok, una gran ciudad portuaria en el lejano oriente ruso, a orillas del mar del Japón. Llego a Nueva York ya mayorcito, con veinte años y sin hablar una palabra de inglés. Pronto se hizo americano y actor. Decía de sí mismo, y a nadie le parecía raro ni sorprendente, que era mongol, lo que puede dar una idea de ese físico a que me refiero. Los Karamázov (Ocaña) eran un complemento de Los Rosales, en la calle José Antonio, junto a Correos, y ambos compartían clientela, la mayor parte de la cual estaba formada por los ediles y funcionarios municipales de mayor rango, los militares de alta graduación y los ejecutivos de Tabacalera, una institución de mucho postín en aquellos tiempos.

El Coruña era el bar de la bohemia. Le daba la réplica al Centenario, que no le iba a la zaga pero tenía un carácter más reglado. Pepe Vallecillo era más del Centenario porque Juanito le contaba cosas de Algeciras de las que tomaba buena nota para sus fantásticos artículos, llenos de historias más o menos ciertas, que él aderezaba con sus extraordinarias habilidades literarias. Vallecillo era un personaje a la española del corte de aquellos a los que se refería Charles Aznavour en La Bohème. Se lo inventaba casi todo sobre una idea más o menos ajustada a alguna realidad y la hacía danzar sobre una literatura sublime. Juanito el del Centenario era una de sus fuentes de inspiración, mejor dotadas.

Las últimas reformas de la calle Convento y el nuevo cauce de la calle Trafalgar transformaron considerablemente el paisaje urbano, pero en esta ocasión tanto el resultado como la peatonalización del tramo sur de la calle, no dañaron la estética como en otras tantas ocasiones. El Coruña se fue a enfrente y Pepe Rivadulla (hijo) sucedió a su padre manteniendo las esencias y adaptándolas al tiempo nuevo. Ha sido una de las pocas veces que no hemos perdido más que lo inevitable, a las personas que un día estuvieron y ya no están. Porque el Coruña del otro lado de la calle nos permite percibir a los que tuvimos la suerte de vivirlo y podemos contarlo que, en efecto, allí ha quedado depositada su leyenda.

Cartel de "¡No pasarán!", de Ramón Puyol. Cartel de "¡No pasarán!", de Ramón Puyol.

Cartel de "¡No pasarán!", de Ramón Puyol.

El regreso a Algeciras, la ciudad en la que nacieron, de Ramón Puyol y Rafael Argelés animó de modo considerable la vida artística y cultural algecireña de aquello años. A los dos debe tenérseles por exiliados, pues el lamentable conflicto que generó la Segunda República tuvo que ver mucho en sus trayectorias; aunque, naturalmente, con mayor o menor intensidad, también en la de todos.

Puyol nunca salió de España y Argelés lo hizo, no tanto por razones políticas sino, habituado a estar por esos mundos, para mantenerse ajeno al terrible escenario de la guerra de 1936. Pero, en cualquier caso, vivieron y se incorporaron a la vida pública española como verdaderos exiliados y así fueron recibidos y acogidos en Algeciras. Las tertulias del Coruña tuvieron, mientras estuvieron, en ellos esa voz que se escucha en actitud receptiva y sin reservas, con un cierto sentimiento de culpabilidad.

Teníamos entonces a José Riquelme Sánchez, el gran y admirable Pepe Riquelme, cuyo nombre ha sido, como debía ser, perpetuado en la biblioteca pública de La Línea. Jimenato de nacimiento y linense de adopción, a él se deben multitud de aportaciones sobre lo que somos y adonde estamos, entre las que abundan biografías y recopilaciones relacionadas con el Campo de Gibraltar. Fue el hombre de José María Javierre, editor de la Gran Enciclopedia de Andalucía (1979-1981), en la comarca. Una obra faraónica en su tiempo, verdaderamente artesana, en diez volúmenes, que sin los medios de hoy recogía con mucho detalle lo más destacado de la historia próxima, el paisaje y el paisanaje de nuestra tierra, en plena efervescencia autonómica.

Dedicatoria del libro sobre Argelés de Pleguezuelos. Dedicatoria del libro sobre Argelés de Pleguezuelos.

Dedicatoria del libro sobre Argelés de Pleguezuelos.

A Riquelme se le debe, entre otras muchas cosas, que Rafael Argelés –un desconocido en su pueblo, al que no acudía desde 1928– atendiera su llamada para volver desde Argentina, donde vivía, en Buenos Aires, desde los primeros años treinta. Su relación con Algeciras apenas si alcanza a algo más que el nacimiento, pero de lo que no cabe duda es de su relevancia artística. Muy recomendable es familiarizarse con su obra y con su vida, a través de la excelente biografía ilustrada que del artista publicó nuestro admirado paisano José Antonio Pleguezuelos, en 2014.

Ramón Puyol Román era hijo de Lucía, hermana de José Román Corzánego, el conocido y celebrado artista algecireño, pintor, escultor, escritor y hasta torero. Seguramente su caso es el más espectacular del exilio interior que sufrieron muchos españoles, que militaron muy activamente en el Partido Comunista de España y se significaron en los años de la Segunda República y sobre todo en la guerra.

'Las Gitanillas', de Argelés. 'Las Gitanillas', de Argelés.

'Las Gitanillas', de Argelés.

Hasta 1968 no obtuvo la libertad plena, fue entonces cuando regresó a Algeciras, su ciudad natal, y en ella realojó su memoria y sus vivencias ayudándose, como lo hiciera Argelés, de la generosidad y la sensibilidad de aquella gente maravillosa del Coruña, entre la que además de Helmut, Pepe García Jaén y López Canales o el entrañable ceramista José Luis Villar, estaban Julián Martínez, Pepe Riquelme y los cronistas del día a día de esos días, Andrés Siles y, desde La Línea, el letrista de su pasodoble: Gabriel Baldrich, un viejo y querido poeta republicano, amigo personal de Miguel Hernández, de cuya amistad me honro y gusto en proclamar. La familia de Puyol ha tenido el importante gesto de crear y mantener una web sobre su vida y su obra (ramon-puyol.es). Puyol es probablemente el cartelista más significado e influyente de la Segunda República en guerra, la frase de uno de sus carteles, “No pasarán”, llegó a ser, a través de la Pasionaria, una estampa indeleble de la grafía y el verbo bélicos de aquel dramático momento histórico.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios