Campo Chico

Los Callejones, el Pota y Paco Esteban

  • ¡Algeciras! ¡gente grande! me dijo en 1958, Rafael el Gallo, cuando tuve el privilegio de estar con él en Casa Calvillo

  • Francisco Esteban, el otro gran personaje de los Callejones, se convirtió en el primer alcalde constitucional de Algeciras

La Marina hacia 1930.

La Marina hacia 1930.

Ya me he referido repetidamente al dinamismo comercial de la zona marítima y fluvial de Algeciras y a su pérdida progresiva de protagonismo en el día a día de la ciudad. El área urbana delimitada desde la Marina al Secano y desde el eje de la calle Panadería y la Plaza hasta el Río, era el Algeciras de los transeúntes de Málaga a Cádiz o viceversa, de los turistas y de los numerosos viajeros que se proponían atravesar el Estrecho. El estraperlo y el chalaneo convivían con la venta legal sin dar el menor problema. De hecho, eran los propios policías locales los que informaban al personal de paso, de las mejores "tiendas de contrabando", que era como se denominaba a las casas, viviendas particulares, donde dominaba el trasiego y la venta de productos traídos de Gibraltar o de Ceuta, no siempre asociados a la ilegalidad sin paliativos. Mucha hambre y muchas necesidades se driblaban en aquel juego que se mantenía en perfecto equilibrio sobre el filo de la navaja que separaba lo permitido de lo tolerado. La Tía Anica, en los altos de la calle Sacramento y La Tangerina en el callejón Santa María, junto al chaflán de La Chana, eran los grandes del límite con la parte alta, cuyos bordes viarios separaban el centro pequeño burgués que rodeaba a la Plaza Alta, del ambiente que anunciaba el nervio vigoroso de La Marina y se apaciguaba en Los Callejones, en los que vivieron su niñez y adolescencia, Isabelita Luque, y los más jóvenes, el gran torero de plata, Antonio Duarte El Pota, y el primer alcalde constitucional de la ciudad, Francisco Esteban Bautista.

Antonio Duarte fue un torero de dinastía. Con él se terminaron los Potas. Murió en puertas de la Nochebuena de 2012. Fue la madre de Isabelita Luque, vecina de los Duarte, la "profesora en partos" doña Isabel Matías Rosales, la que asistió a doña Obdulia Manso, el 8 de septiembre de 1929, cuando Dios dispuso que Antoñito viera la luz en la calle de la Alameda, entre la iglesia de la Caridad y la del Cristo de la Alameda, muy cerca de donde estuvo la Puerta de Tarifa, sobre las murallas de la Villa Nueva. El padre de Antonio había toreado en las cuadrillas de Juan Belmonte y de Rafael el Gallo, pero sería su tío Antonio, el más relevante de la saga, el que lo metió en el arte llevándolo a debutar con picadores a Tarifa en 1947, con novillos de Concha y Sierra. Inauguró Las Palomas en 1969, en la cuadrilla de Miguelín e hizo el paseíllo con figuras como Curro Romero y los hermanos Girón. Perteneció a una generación algecireña en la que brillaron los toreros de plata, que situaron a su pueblo en la primera línea de las referencias taurinas de la época, cuando nuestras Plazas de Toros, primero La Perseverancia, antes La Constancia, y después Las Palomas, se citaban de continuo en las tertulias de la tauromaquia de toda España y nuestra feria taurina acogía a los más grandes. ¡Algeciras!¡gente grande la de ese pueblo! me dijo un día de 1958, Rafael el Gallo, cuando de jovencillo tuve el privilegio de estar con mi padre, Ignacio, y junto a él en Casa Calvillo, en el corazón de Sevilla. Siempre gustó, aquel gran maestro, de visitar Los Rosales cuando toreaba por nuestras plazas. ¡Don Ventura, qué gran médico, qué gran hombre! repetía mientras Ignacio le hablaba de la buena salud de sus amigos Carlos Núñez y Ramón Gallardo.

Francisco Esteban Bautista, el otro gran personaje de los Callejones, se convirtió en el primer alcalde constitucional de Algeciras. En las filas del Partido Comunista de España (PCE) y con una lista memorable. Su triunfo traducía la tendencia natural de la gente a votar por las personas, más allá de radicaciones ideológicas, aun, como es el caso, en una sociedad que se estrenaba en democracia y procedía de un sistema autocrático edificado sobre el pensamiento único. Pocos, muy pocos años atrás, el comunismo era algo asociado a la perversidad y a la tragedia. Bien es verdad que los jóvenes de entonces, con alguna inquietud y conciencia política, veían en el PCE, la oposición al sistema. En los últimos tiempos del régimen anterior, apoyado en los vencedores del golpe de Estado de 1936 y bajo la autoridad indiscutible del general Franco, el PCE, en la clandestinidad desde luego, atomizaba la oposición al sistema. El PSOE no pasaba de ser algo que colgaba de la historia de una República fallida. Le escuché una vez decir al político malagueño y ministro secretario General del Movimiento, máxima figura ideológica del Régimen de Franco, entre 1974 y 1975, José Utrera Molina –un buen hombre, por cierto−, que durante su época de gobernador civil de Sevilla, entre 1962 y 1967, jamás oyó hablar ni de Felipe González ni de Alfonso Guerra; el clan de la tortilla cuajó en un pinar de las afueras de La Puebla del Río, un soleado domingo de 1974. Para la juventud que apostaba por un cambio hacia la integración de España en nuestro entorno geopolítico de las democracias occidentales, el PSOE no era nada y el PCE lo era todo. La hipótesis de que el PSOE de Felipe González fue, cuando menos, propiciado por los restos de la inteligencia del Movimiento, no es ni mucho menos peregrina.

En una ciudad como Algeciras, de funcionarios y militares, con una burguesía de medio tapón, una aristocracia de cierto relieve social y una economía sumergida no menos notable que la de superficie, en 1979 barría la izquierda y destacaba un hombre bueno, popular y querido, Paco Esteban, de extracción modesta, formado como contable en el trabajo, empleado de Bodegas La Bahía de Manuel Pérez de Vargas, concejal en los ayuntamientos preconstitucionales, entrenado en el Sindicato Vertical del Régimen y afiliado al clandestino PCE. Tras él, algunas de los mejores de nuestros paisanos y asimilados, como Francisco Acevedo Toledo, Luis Soler Guevara o Silvia Alonso Ubierna, mi querida Silvia, constituyeron una candidatura difícilmente repetible en calidad y voluntad de servicio. A pesar de tener enfrente a otra, la de Unión de Centro Democrático (UCD), de tanto aprecio social como aquella, de no menos calidad humana y formada por relevantes y conocidas personalidades de la ciudad, que estaba liderada por el alcalde saliente, José Ángel Cadelo Rivera, un hombre de prestigio, de gran elegancia personal, curtido como abogado de Sindicatos, que desde los años cincuenta, nada más acabar la carrera de Derecho, participaba en la política local. Cadelo supo estar en su sitio y desempeñar con honradez y espíritu democrático un papel muy difícil, el de una transición que para muchos fue traumática.

La abstención superó el 50% en esas primeras elecciones municipales, las de 1979. El 31,04% de los votantes optó por el PCE y el 25,25% por la UCD, seguidos por el PSOE, 22,95%, y el Partido Socialista de Andalucía (PSA), 15,48%. No llegaron al 3%, por este orden, la improvisada Coalición Democrática del inolvidable y querido Alberto González Amador, Fuerza Nueva –el resto nostálgico del antiguo régimen− del bueno y no menos querido Bartolomé Domínguez Plana, y el habitual batiburrillo de la izquierda extrema agrupado bajo la denominación de Movimiento Comunista de Andalucía. De modo que bastante más del 70% del electorado que acudió a las urnas, votó a un partido de izquierda, lo que no deja de ser sorprendente en la sociedad algecireña de aquel tiempo. El andalucismo político era entonces un movimiento desconocido por la práctica totalidad del personal. No obstante, tal vez debamos a Ángel Luis Jiménez, el líder del PSA en Algeciras en ese ayuntamiento, y a Luis Soler, delegado de Urbanismo, la salvación de la capilla de Europa y, desde luego a este último, el diseño de la Plaza de Neda. Fueron unos años decisivos, en los que la peleada, discutida y afortunadamente lograda peatonalización de la calle Ancha, señaló una inflexión en la política urbanística de la ciudad.

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