Campo Chico

Pasito a pasito, casi sin advertirlo

  • Entre 1970 y 1977, desaparecieron el Casino Cinema, el Río de la Miel, La Perseverancia y el cine Almanzor

  • Del Río nos quejábamos tanto que taparon el cauce con un paseo de horcas para almacenar el óxido hasta el paroxismo

La desaparecida plaza de toros de La Perseverancia.

La desaparecida plaza de toros de La Perseverancia.

En el mes de junio del 2007 se viviría una Feria, del 16 al 24, que mantendría una altura razonable en el calendario del mes en el que brota el verano. El largo peregrinar de los días de Feria a través del mes de junio se resistía a llegar a julio; no obstante no tardaría en hacerlo. No es precisamente el mejor de los meses para encajar las fiestas por estos pagos, pero nos basta con decir que somos especiales para dar razón de lo que no la tiene. Bien que los linenses coloquen, para más inri, la suya en julio. Nuestros antepasados, allá por 1850, situaron la Feria en los tres primeros días de junio y por unas u otras causas e incluso sin que las hubiere, ha ido recorriendo el mes hasta alcanzar al de julio tomándole hasta cuatro días. La de 1999, año de cierre del Mesón Algeciras de Madrid y de la Casa del Campo de Gibraltar en la capital de España, llegó hasta el domingo día 4. Como ya señalé en la anterior entrega, en esa Feria, el sábado último, día 3, tomó la alternativa de manos de José Tomás, el fino torero algecireño José María Soler. Fue testigo el maestro Julián López El Juli y no sólo esas dos grandes figuras de la tauromaquia son madrileños sino que Madrileñito se llamaba el toro de la alternativa, un ejemplar de Joaquín Barral que llevaba estampado el número 416 y pesó 475 kg.

La Feria taurina de Algeciras fue largo tiempo referida y celebrada, pero llevamos muchos años pintando bastos. A la crisis existencial que, no obstante, el San Isidro de este año en la Monumental de Las Ventas (del Espíritu Santo) parecía oponerse, se une un claro desinterés por parte de las autoridades municipales que se limitan a soportar una inercia, sin embargo escasamente alimentada por una afición que apunta hacia la extinción. Este año hemos llegado en Algeciras al paroxismo con una bajísima entrada, que en algún caso era inferior a la mitad de la capacidad de la plaza, a pesar de los carteles de primera. No cabía esperar la charlotada del viernes día 24. La empresa adjudicataria prefirió la fachada al contenido y ahorró en personal como nunca se ha visto; hasta faltaba arena para corregir los efectos de la lidia en el ruedo. Cuando el hoy torero de plata, José María Soler, tomó la alternativa, en 1999, aún estábamos en ruta. Pero no tardaríamos en entrar en esta fase de espera de no se sabe qué. No debemos engañarnos con que la causa del debilitamiento de la tauromaquia, se debe al empoderamiento del animalismo. Esa tendencia del no, es tan vieja como los espectáculos taurinos y, con mayor especificidad, como las corridas de toros tal como las entendemos hoy día.

Los antitaurinos no son nada en lo que a atentar contra la fiesta de los toros se refiere, comparados con los taurinos. El chalaneo y las exigencias de algunas figuras del toreo, las concesiones al negocio y la permisividad de las autoridades, no pocas veces infradotadas en el saber y entender lo que debieran, han amasado un totum revolutum en el que se oculta la clave de lo que pasa. Esos cánones diseñados para llevar a los amiguetes y próximos, aún sin afición alguna por la tauromaquia, esos callejones de gente apretujada bajo tendidos vacíos, esas barreras con personajes de reconocida vecindad con regidores y adláteres son la imagen viva de una decadencia íntima a la que no le hace falta alguna, actores o factores exógenos. Se bastan ellos mismos, los que están en la tarima de las decisiones, y sus servidumbres e incondicionales.

El milenio empezó en Algeciras, acogiendo a jóvenes valores que, como José María Soler, se convirtieron en matadores de toros; pero por diversos motivos sus carreras no prosperaron. En algunos casos, esos nuevos maestros, como el doctor Ángel Estella, cursaron carreras que los resituaron en derroteros muy diferentes, o tiraron por caminos alejados de los ruedos, como Gil Belmonte. Con ellos, Juan Repullo, Daniel Duarte y Adolfo Suárez formaron parte de una generación de diestros algecireños que llegaron a tomar la alternativa, con un antecedente algo lejano en Pedro Castillo y un consecuente más próximo en Salvador Barberán. Repullo sustituyó a El Merlo en la Dirección de la Escuela Municipal Taurina de Algeciras y Daniel Duarte se viste de luces en la cuadrilla de José María Manzanares. A estas alturas, sin embargo, hay poco que añadir en lo que a profesionales del toreo, nacidos o crecidos en Algeciras, se refiere. Pero las vocaciones se mantienen vigorosas en el ambiente de manifiesta decadencia que se observa en la Plaza. Si en San Isidro, en Madrid, había una densa representación de la juventud, no ha sido para tanto en Algeciras. La observación de una ancha franja intermedia vacía entre las primeras filas por encima de la contrabarrera y las últimas, destinadas estas a ubicar también a los jubilados, parece indicar que no ha sido un acierto convertir dos opciones de precios en tres. La empresa adjudicataria deberá reflexionar sobre lo sucedido en esta Feria. Y el Ayuntamiento también.

A poco de arrancar el milenio, cuando la Feria enfilaba su transformación por mor de la globalización y en el Ayuntamiento de Algeciras se producían cambios importantes, abordó el Ministerio del Interior la tarea de prestar atención estadística a los espectáculos taurinos. Es curioso que lo hiciera cuando empezaban a ser cuestionados de modo más ostensible, incluso con grupos armados de pancartas que equiparaban la muerte de un animal diseñado para la lidia con la de cualquier ser humano. La portada de la revista El Jueves, haciendo gala del frecuente mal gusto de sus hacedores, publicaría en 2011 una crítica al sacrificio de los toros de muerte, así llamados por ser para lo que están, dibujando una caricatura del diestro Ortega Cano, en una viñeta de Manel Fontdevila, con un volante clavado en el pecho. El torero había tenido, en los últimos días de mayo, un terrible accidente en el que estuvo a punto de fallecer y en el que falleció el conductor del vehículo contrario. En la viñeta un toro picado y banderilleado, con los brazos en jarra, se dirige al torero para, aprovechando la oportunidad de su estado, cuestionar su oficio. Entre 2012 y 2018, el número de festejos taurinos celebrados en España, pasó de 1.997 a 1.521, un descenso cercano al 25%. Después vino la pandemia y pronto se sabrá que estamos en torno al 50% de los números que se manejaban a principios de siglo.

El derribo de la Escalerilla fue una acción que deberíamos adoptar como referencia de lo que hacemos con nuestras cosas, y de cómo permanecemos impasibles ante las ocurrencias de los próceres que habitan donde abundan el parquet y las alfombras. Un cuarto de siglo antes, más o menos, se demolió la histórica Plaza de Toros de la Perseverancia, en el mes de junio de 1975, por acuerdo tomado el día 14 de mayo por la Corporación presidida por el alcalde Emilio Lledó, según nos cuenta Juan León Espinosa en uno de sus rigurosos relatos de nuestra historia. Se detiene este autor en señalar que entre 1970 y 1977, desaparecieron el Casino Cinema (1970), el Río de la Miel (1972), La Perseverancia (1975) y el cine Almanzor (1977), casi una década de decisiones significativas tomadas por nuestras autoridades, que dan idea más que aproximada del modo en que contemplan el devenir de la ciudad. Manuel Tapia Ledesma, en un artículo publicado en Europa Sur (La Perseverancia en 1903, 20/06/2010) se refiere al infame derrumbe y cuenta que "un conocido octogenario" le dijo: "maldita sea la mano que firmó el derribo de la plaza de toros vieja, pero en el pecado lleva la penitencia, nada de lo que pongan en aquel llano funcionará; porque allí siempre estará el espíritu de La Perseverancia".

Si nos detuviéramos en cada paso y nos pusiéramos a reinar sin pausa pero sin prisa seguramente penetraríamos en un mundo de especulaciones fantásticas. Un concejal de la nueva era, me aseguró que con el proyecto que se materializó en la Plaza de Andalucía, las corruptelas encontraron su mejor caldo de cultivo. No sé si es eso: la corrupción, el mal que nuestro octogenario anunciaba en donde tanta sangre de toros, de caballos y de toreros se derramó, en donde tantas meriendas se forjaron cuando en los tendidos había tiempo para todo. La Perseverancia no tenía callejón, bien que en sus últimos años le añadieron uno con afán modernizador. Cabe imaginarse qué harían ahora las autoridades sin disponer de un recurso donde albergar a sus próximos acercándolos a la lidia, entre veterinarios, agentes del orden, periodistas, micrófono en ristre, cuadrillas y cientos de personas inclasificables, de todas las extracciones, que andan pasilleando en círculo de aquí para allá. La explanada de la Plaza, se transformó en parcela para usos comerciales, como ocurriera con el cine Almanzor. Nada como la recalificación de terrenos para hacer de las capas sayos. Con la Escalerilla ¿para qué contar? ¡era el subsuelo y no el suelo! En este mundo traidor nada es verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira (Ramón de Campoamor dixit).

Del Río nos quejábamos tanto que taparon el cauce con un paseo de horcas dispuestas a almacenar el óxido hasta el paroxismo. Pero no nos podemos imaginar el mal que han causado quienes tiraron por la calle de en medio, para eludir la generación de malos olores que invadía la zona de la Marina y la de los Callejones. Se los llevaron frente al Corte Inglés, en un obra de canalización y desvío cuasi faraónica, que trasladó de lugar las aguas fecales vertiéndolas tal cual, empero, al mismo medio, sólo que más al norte. Yo recomiendo a mis queridos lectores que hagan lo que estoy a punto de hacer cuando aflora el mes de julio: leerme con tranquilidad y sosiego un libro que ya ha cumplido casi dos años y se me antoja fascinante. Hasta ahora no he podido ponerme a ello. Se trata ¿cómo no? de El río de la Miel (Imagenta), una densa y formidable obra de dos admirados amigos y paisanos. Pedro Ríos Calvo, el primero de los autores, comisario de policía, biólogo, naturalista forjado en la policía científica, admirable personaje hecho a sí mismo desde una extracción familiar modestísima, con mucho esfuerzo. Juan Ignacio de Vicente Lara, el otro autor, es una de esas personas con las que Dios ha querido hacer un espléndido regalo a su pueblo.       

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