Algeciras Musulmana y Cristiana

La artillería neurobalística en el cerco de Algeciras (1342-1344)

  • Capítulo 13. En los veinte meses que duró el sitio de la ciudad se lanzaron cientos de bolaños sobre la ciudad que aún hoy siguen apareciendo

Grabado de varios trabucos lanzando bolaños sobre una ciudad sitiada.

Grabado de varios trabucos lanzando bolaños sobre una ciudad sitiada.

La artillería neurobalística –sobre todo el ingenio denominado trabuco– tuvo una gran importancia en los asedios de castillos y ciudades durante la Baja Edad Media. Consistían en una viga larga atravesada por un eje sobre el que giraba libremente. Este eje se apoyaba sobre un pesado armazón de madera. En uno de los extremos de la viga se colocaba un contrapeso (generalmente dentro de una o dos arcas de madera), en el otro una gran red u honda en la que se situaba el proyectil esférico de piedra u otros artefactos que se deseaban lanzar contra el enemigo. Se cargaban tensando una cuerda que se amarraba en el lado donde se hallaba la red, con un torno o a mano, y se disparaban soltándola bruscamente.

En Algeciras se han encontrado bolaños de tamaños muy diversos, entre los 25 y los 150 kilogramos. Varias decenas de ellos se hallan expuestos en la zona arqueológica de las murallas en la Prolongación de la Avenida Blas Infante. Su empleo perseguía varios objetivos: la demolición de muros y torres, la destrucción de los “engeños” enemigos, el lanzamiento de piedras esféricas (bolaños), proyectiles incendiarios o materiales infeccioso y la desmoralización de la población sitiada.

Merino Sanuto Torsello, en su Liber Secretorum, refiere que los trabucos se consideraban en 1300 como una gran proeza tecnológica. La primera noticia referida al empleo de trabucos en Occidente la tenemos en los Annales Marbacenses, a principios del siglo XIII. Al reino de Castilla debieron llegar a través de los genoveses –que eran expertos constructores de trabucos– a finales del siglo XIII o principios del XIV. Antes de partir para poner cerco a Algeciras, Alfonso XI había encargado la construcción de trabucos a la colonia de genoveses establecida en Sevilla. Refiere el cronista alfonsino: “Porque de luengo tiempo ante que allí viniese mandó facer mas de veinte engeños… Et por esto el Rey mandó poner en el fonsario dos trabucos de los que avian fecho en Sevilla los Ginoeses, que es cada uno dellos de un pie, et tienen dos arcas, et son muy sotiles, et tiran mucho.”

En los veinte meses que duró el cerco de Algeciras (agosto de 1342 a marzo de 1344) se arrojaron cientos de bolaños sobre la ciudad que se labraban en los afloramientos de piedra arenisca existentes en sus entornos Hoy día aparecen en los lugares más insospechados al realizarse obras de construcción o excavaciones. Fueron tantos los bolaños que permanecieron entre las ruinas de Algeciras, una vez que la ciudad fue abandonada por los granadinos en torno a 1379, que el rey Fernando el Católico, estando en el cerco de Málaga en 1487, envió a Algeciras un destacamento para que recogiera los bolaños que su antepasado Alfonso XI había lanzado contra las dos villas.

En el mes de abril de 1343 observó el rey de Castilla que la parte más débil de la ciudad era el lienzo de muralla que iba desde el cementerio hasta la torre marítima situada en la playa y ordenó que colocaran todos los trabucos y otros “engeños” en ese flanco para que batieran las torres, la barbacana y la muralla. El objetivo era que, una vez destruidas estas defensas, se pudiera acercar con mayor facilidad las bastidas (torres móviles) y las “cavas” o trincheras al foso defensivo y a la barbacana.

El 14 de enero de 1344 envió el Rey a Iñigo Lopez de Orozco, su capitán mayor de los trabucos y “engeños”, a Sevilla para que trajera los trabucos que en ella habían fabricado por artífices genoveses que había hecho venir el Almirante don Egidio Bocanegra desde Génova.

Bolaños recuperados en la intervención arqueológica realizada en la Prolongación de la Avenida Blas Infante. Bolaños recuperados en la intervención arqueológica realizada en la Prolongación de la Avenida Blas Infante.

Bolaños recuperados en la intervención arqueológica realizada en la Prolongación de la Avenida Blas Infante.

Hasta ahora se han estudiado las armas neurobalísticas y de aproche y otros medios utilizados por los sitiadores: “cavas”, barreras de tapial, cadahalsos, bastidas y trabucos. La Crónica no menciona que se utilizasen cabritas en el campo cristiano durante el cerco de Algeciras. Sin embargo, Alfonso XI ya había empleado esos ingenios militares en el asedio a Alcalá de Benzayde y en el cerco de Priego unos años antes, “…tirándole de día et de noche con el engeño et con las cabritas, que los Moros de aquel castiello (Alcalá de Benzayde) non lo podían sofrir”.

Las bastidas, balistas y trabucos utilizados en el cerco de Algeciras representaron el más poderoso despliegue de medios realizado por un rey castellano en el cerco de una ciudad musulmana, hasta esa fecha. Algeciras era el último acto de la Batalla del Estrecho y el rey de Castilla no escatimó dinero, hombres y medios técnicos para conseguir lograr su capitulación. No obstante, y a pesar de haberse rodeado la ciudad con tan descomunal sistema de máquinas y medios de asedio, nunca pensó Alfonso XI –por lo menos no lo deja traslucir la Crónica ni los documentos conservados– que sería posible un ataque directo contra Algeciras. Su perfeccionado sistema de defensa estática y el peligro que representaba la presencia del ejército granadino–meriní establecido cerca de Gibraltar y que podía acudir en ayuda de los algecireños, lo desaconsejaban. Algeciras se rendiría por hambre, aunque antes hubiera que vencer al ejército musulmán, última esperanza de salvación para los sitiados, en los vados del río Palmones.

Los medios usados en el cerco fueron el más poderoso despliegue de un rey castellano

En el bando musulmán también se utilizaron máquinas neurobalísticas. Entre ellas y con funciones defensivas, la Crónica menciona las balistas y las cabritas. Las balistas consistían en grandes ballestas montadas sobre cureñas de madera que se situaban sobre el adarve de la muralla. Al decir del cronista castellano, su tiro era temible por su fuerza y precisión. Con ellas los algecireños lanzaban saetas muy grandes y gruesas; así que hubo saetas que eran tan grandes como un hombre “et avía mucho que hacer para las alzar de tierra”. Sobre el uso de las cabritas, dice la Crónica: “Et tirabanles (los cercados a los cristianos) muchas piedras con los engeños, et con cabritas...”. Poco se sabe en relación a lo que la Crónica llama cabritas. Del estudio de la documentación existente se desprende que lanzaban piedras, aunque su tiro era más tenso que el de los trabucos. Debía de tratarse de un tipo de catapulta que lanzaba bolaños de pequeño calibre basando el disparo en la fuerza de torsión y no en el contrapeso como los trabucos.

Trabucos, balistas y cabritas (más el uso de la artillería pirobalística que se tratará en otro capítulo) –en el lado musulmán– tenían como principal misión inutilizar los “engeños” (trabucos y bastidas) de los sitiadores instalados a no mucha distancia de la muralla y la barrera y matar a los infantes y jinetes que se acercaran al foso de la ciudad. En ese sentido refiere la Crónica que los cristianos hicieron labrar dos bastidas o torres de madera que llevaron sobre ruedas, aunque los defensores lograron derribarlas utilizando los disparos de sus “engeños”.

Antonio Torremocha es Doctor en Historia Medieval. Académico de número de la Academia Andaluza. Director del Museo de Algeciras (1995-2007).

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