Historias de Algeciras

La Medicina (LVI)

  • El médico titular del Ayuntamiento, José Gómez, continúa con su escrito exculpatorio, tratando de defender su praxis ante los argumentos esgrimidos por la parte acusadora

Los domiciliados fuera de los distritos como Joaquín Morales, eran considerados residentes en el Campo.

Los domiciliados fuera de los distritos como Joaquín Morales, eran considerados residentes en el Campo.

Siguiendo la estela que el procedimiento administrativo abierto contra el médico titular del Excelentísimo Ayuntamiento de Algeciras iba dejando tras las diferentes declaraciones acusatorias –la mayoría–, y defensora –prácticamente solo la del perjudicado–, proseguía el galeno afectado don José Gómez con su escrito exculpatorio, tratando de defender su praxis ante los argumentos esgrimidos por la parte acusadora. Tras el análisis realizado a su relación profesional médico-paciente, con don José Sambucety Ottone, le tocaba el turno para reforzar su posición a don Ramón Alcoba, de quién reseñó: “Antes de la invasión colérica era el Señor Alcoba cliente de mi colega don Laureano Cumbre, pero habiendo en ese periodo colérico enfermado dicho profesor fui llamado y acudí solícito a la casa del enfermo á quién visité dos veces en el mismo día. Y tratándose de un cólera fulminante lo dije a sí á la familia, habiendo fallecido el paciente una hora después de mi última visita. Algún individuo de la familia hubo de llamarme luego para que volviese á la casa y me cerciorase de si el enfermo había muerto ó no, y como en particular no me era obligatorio me negué á la petición, pues mi presencia en esos días aciagos era más imprescindibles en casa de enfermos”.

De la presente declaración llama la atención desde un punto de vista actual la necesidad de reafirmación de la muerte del enfermo por parte de los familiares, según la versión del declarante. En aquella época y bien entrado el siglo veinte, aún existía una gran inseguridad social hacía las medidas médicas que determinaban la muerte del paciente; valga como ejemplo, el siguiente extracto de un testamento redactado a caballo entre el siglo XIX y el XX, y en el que el declarante se preocupa de dejar bien puntualizado lo siguiente: “Algeciras a 21 de Mayo de 1894, testamento ológrafo de C. de H. Mi cuerpo ha de estar en el depósito de cadáveres del cementerio custodiado por dos personas de la confianza de mis hijos y albaceas, con la tapadera de la caja abierta, todo el tiempo que sea necesario, hasta que se noten en él, señales ciertas de evidente descomposición, y entonces y no antes, se le dará sepultura”.

Al mismo tiempo que la población algecireña, como la general de su época, temía ser enterrada con vida, teniendo mucho que ver en este miedo social el mundo literario imperante, dominado por los románticos como Bécquer –víctima a los 34 años de la llamada enfermedad romántica o tuberculosis– ó los famosos cuentos de misterios o terror de Edgar Allan Poe, donde estos miedos atávicos tenían una gran presencia; no en vano, una de sus más conocidas obras lleva por título The Premature Burial ó Entierro prematuro (1844). Y fue uno de sus mayores éxitos literarios, con un gran seguimiento social y de divulgación, lo cual significó un gran influjo popular en su época y posteriormente.

Pero volviendo a la autodefensa de don José Gómez, plasmada en su declaración, tras el relato de lo acontecido con D. Ramón Alcoba pasó a dar el protagonismo a Dña. Mercedes Costa, sobre quién expuso: “Esta señora fue invadida del cólera el día 28 de Diciembre, que fue el de mayores invasiones en esta Ciudad y el de más trabajos ó asistencias para los médicos y especialmente los titulares que tenían á su cargo la de todos los enfermos pobres de su distrito”.

En este primer párrafo de su declaración, relacionado con la Sra. Mercedes Costa, Gómez reseña lo que en anteriores capítulos de Historias de Algeciras: La Medicina se ha plasmado –sobre la base documental estudiada– cuando se ha hecho mención exhaustivamente al periodo de la gran epidemia de cólera morbo y/ó sus rebrotes, con anterioridad o posterioridad, a la gran mortandad acontecida a mediados de la década de los años ochenta en nuestra ciudad. Así como a las medidas tomadas por las diferentes Juntas de Sanidad que se enfrentaron al gran problema sanitario que padecieron los algecireños finales del siglo XIX, destacando, como ciertamente reseña Gómez, la división por distrito de la ciudad y el reparto de estos entre los titulares ejercientes en Algeciras.

Prosiguiendo con la declaración de Gómez, este manifiesta: “A pesar de estas contrariedades, le hice once visitas en las veinticuatro horas que vivió, siendo la última que le hice el día veintiocho á las doce de su noche, pasando á visitarla á las seis de la mañana del siguiente día por haberme llamado con urgencia su padre el Señor Coronel Costa, á cuyo llamamiento acudí en el acto, pues acostándome vestido en aquellas tristes noches, sólo tuve que calzarme y coger un abrigo”.Contrasta –y bastante–, la explicación del titular Gómez Vinardelly, con la versión que en su día el coronel don José Costa Alarcón dio ante el juez e instructor del expediente en cuestión, incorporando carta que envió a instancias superiores reclamando justicia: “Que el 3 de Enero del pasado año cuando la epidemia colérica, elevó en carta particular al Excmo. Sr. Gobernador Civil de la provincia, la queja […], por la falta de atención del deber y cicuta de humanidad, cometida en la madrugada del 29 de Diciembre, por el médico titular de esta localidad Don José Gómez […], negativa tan sin razón por su cualidad de médico titular; tan desagradecida con una casa que siempre le había satisfecho sus honorarios con puntualidad; que era considerado y encomiado siempre con la amistad y cariño que se le profesaba, hicieron en la enferma un efecto tan desastroso y fatal, que oír á sus hijos su negativa y notándosele un desplome y abatimiento en su naturaleza, fue un hecho visible en los que la rodeaban”. Tras leer de forma resumida la impactante y sobrecogedora misiva (publicada íntegramente en anteriores entregas dentro del contexto de la declaración, que el afectado padre y militar retirado José Costa Alarcón, envió al Gobierno Civil), recordemos que el galeno protagonista del proceso administrativo abierto en sede municipal, así como el resto de médicos adscritos, proseguían con sus habituales visitas a los enfermos integrados en el Padrón Municipal de Beneficencia de Algeciras, siendo estos, entre otros, según se plasma en la relación de recetas facilitadas: “Juan Delgado, con domicilio en calle de Jesús número 78; Carmen Rodríguez, con domicilio en calle Carraca, 10; Antonio Ruiz, domiciliado en calle Nueva ó Matadero, 51; Manuel Pacheco, con domicilio en la misma calle y número 65; Antonio Jiménez, domiciliado en la calle Carretas número 40; Juan Jiménez, residente en el número 6 de la calle Escopeteros; Diego Baca, con domicilio en calle Carretas número 10; Antonio Cobones, con residencia en calle San Juan número 9; María Martínez, domiciliada en calle Gloria, 44; Manuel Urquijo, con residencia en calle López, 7; Manuel Acedo, con domicilio en calle Monet, 2; Manuel Sampalo, con residencia en calle Nueva, número 59; Rafael Trujillo, con domicilio en calle Nueva, número 62; José González, con residencia en calle Nueva, número 66; Antonio Siles, domiciliado en calle Muro 29; Cristóbal Gutiérrez, con domicilio en calle Muro número 25; Manuel Solano, con residencia en calle San Juan, número 6; Antonio Moreno, con domicilio en calle calle General Castaños, antigua Carretas, número 23; Eduvigis Ruiz, domiciliada en ronda de la ciudad ó Secano, número 15; Juan Cruz, con residencia en calle Alta (posteriormente Juan Morrison), número 19; Rafael Álvarez, con domicilio en calle Nueva, 102; José Acuña, con residencia en calle Nueva, 102; Manuel Coder, domiciliado en calle Anghera (Anchera), número 6; Diego Vázquez, con domicilio en calle Nueva ó Matadero, número 40; Joaquín Morales, campo; ó María Calderón, residente en calle Alta, 52”. De regreso al desarrollo de la declaración del titular Gómez Vinardelly, este mantendría: “Comprendo muy bien todas las amarguras que se experimentan en estos casos por la familia de los enfermos, y todas las impaciencias de un padre y de unos hijos que ven morir á una hija y á una madre, y así no censuro que á cada paso me saliesen al encuentro los hijos y el padre para conducirme casi á la fuerza á la cabecera de la cama de la enferma, pero tampoco me parece propio de personas ilustradas, acusar á un profesor al cabo de catorce meses de ocurridos los hechos, cuando el tiempo calmando sus angustias, habrá debido hacerles comprender que no era posible en aquellas circunstancias una asistencia más frecuente, sobre todo cuando la enferma poseída de un terror pánico se hacía refractaria á toda clase de medicamentos para promover la reacción, lo cual expuse á sus parientes, exhortándoles á que le hiciesen recobrar su espíritu, siendo el terror uno de los auxiliares más poderosos de la epidemia que entonces reinaba con todas sus fuerzas”. En estas últimas líneas parece que el declarante, hace un guiño a las novedosas teorías freudianas, tan de moda en aquellos últimos años del siglo XIX, y de las que parece ser conocedor; sobre las que el famoso padre del psicoanálisis, conjuntamente con Josef Breuer, publicaría un trabajo compartido titulado Estudio sobre la Histeria, en el que sostendrían ambos: “En el origen de lo traumático, existe un lugar para el terror”. “A nadie se oculta que en circunstancias semejantes –prosigue la declaración de José Gómez Vinardelly–, desea cada enfermo tener constantemente á su lado un médico que le asista, pero eso es absolutamente imposible, á no ser que se contrate un profesor especial, que permanezca en la casa desde la invasión hasta la convalecencia ó la muerte”. Recordemos, que según la exposición de los hechos de “los parientes de la aterrada enferma” –como así refiere el declarante–, la relación profesional con el médico cuestionado, es definida por estos, como de: “Tan desagradecida con una casa que siempre le había satisfecho sus honorarios con puntualidad...”; es decir, que existía una relación contractual entre el médico y la familia afectada –desconociéndose los límites y características de la misma–; produciéndose al parecer, una suma imposible de abordar de obligaciones deontológicas para el galeno contratado, al coexistir las derivadas de su condición de médico titular municipal y su actividad personal –parafraseando a García Márquez–, en aquellos tiempos del cólera tan faltos de afecto que los parientes de la fallecida, consideraron que la falta de este por parte del profesor: “Hicieron en la enferma un efecto tan desastroso y fatal, que oír á sus hijos su negativa y notándosele un desplome y abatimiento en su naturaleza, fue un hecho visible en los que la rodeaban”. Siendo hasta entonces la figura del cuestionado médico observado por la familia como: “Considerado y encomiado siempre con la amistad y cariño que se le profesaba”.D. José Gómez con su argumento pondría sobre la palestra un grave problema sobre el que se podría cuestionar los bajos sueldos recibidos de los municipios, la práctica en exclusividad de la medicina ó incluso la no pertenencia, como hasta entonces era obligado, a las Juntas de Sanidad creadas en cada Ayuntamiento y dependientes de los gobiernos civiles. Para finalizar este capítulo, recordar, tras las declaraciones leídas, que si bien las familias con posibles para poder contratar la asistencia particular de médicos reclamaban de estos el mayor de los celos –hubiese cólera ó no–, también es cierto que en sus declaraciones, salvo para acusar de mala praxis al galeno cuestionado, no se hace patente una actitud comprensiva más necesaria aún en los momentos de mayor virulencia de la epidemia hacia una asistencia más compartida, solidaria ó caritativa para con los enfermos que, carentes de posibles, tenían que acudir a solicitar la inscripción y posterior admisión –ó no– en el Padrón Municipal de Beneficencia para poder tener acceso a una mínima asistencia médica. Desgraciadamente desde que en 1822, el médico en cirugía Méndez Álvaro, promoviera la llamada Sociedad Española de Higiene que no pudo ponerse en practica, habría que esperar hasta 1908 y de la mano del presidente Maura, a la creación del Instituto Nacional de Previsión; eran los momentos álgidos de la implantación de los sindicatos y colectivos gremiales en defensa del trabajador; la aplicación de la ley, en un país con escasísima tradición asociativa, dejó mucho que desear; las omnipresentes fuerzas reaccionarias –nuevamente– se opondrían a las ideas de renovación venidas desde el mundo industrializado; pero esa es... otra historia.

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