OBITUARIO

Descanse en paz, un hombre libre

A la edad de 79 años ha fallecido el padre Sebastián Llanes Blanco, un sacerdote gaditano -cadista y cofradiero- que nació en el Barrio de Santa María y que, en las diferentes tareas pastorales desarrolladas en Cádiz y, sobre todo, en Algeciras, siempre hizo gala de su proximidad a la gente sencilla. Como Delegado Dicocesano de Cofradía, nos mostró que estaba dotado de una personalidad poliédrica, de una abierta simpatía y de una cordial amabilidad: hizo compatibles unas cualidades que, en otros resultarían irreconciliables como, por ejemplo, su honda pasión, su indomable rebeldía, su intenso vigor, su aguda sabiduría y su incesante búsqueda de autenticidad.

Entre sus diferentes cualidades prefiero destacar en estos momentos un rasgo que, en mi opinión, constituye la clave del esmero con el padre Llanes cultivaba el valioso patrimonio que había recibido de su familia: su lealtad y su compromiso con sus raíces sociales y con sus convicciones más íntimas. Siempre me llamó la atención de manera especial su permanente defensa de sus "semejantes", su solidaridad inquebrantable con los "iguales" y, sobre todo, su sintonía con un estilo de vida: con la manera de sentir, de pensar y de actuar de los hombres y de las mujeres del Barrio en el que nació y transcurrió su niñez.

Dotado de una singular capacidad de adaptación y de una notable destreza para traducir los mensajes evangélicos al lenguaje de sus oyentes, el padre Chano era un sacerdote jovial y solícito que vivía el ministerio como una respuesta a las necesidades concretas de las comunidades que los Obispos le confiaban, y como un servicio directo a cada uno de los feligreses. Y es que este gaditano, que estudió en el Colegio de la Mirandilla y que fue monaguillo de la Parroquia de la Merced, poseía la habilidad de ser también un algecireño bondadoso y comprensivo que prestaba una atención prioritaria a los enfermos, a las familias heridas por la miseria, y que se esforzaba, también, por escuchar a todos y por explicar el Evangelio con palabras que entendieran los más sencillos.

Recuerdo cómo repetía que su secreto para no desanimarse era acudir a la oración sintiéndose servidor de la comunidad. Él estaba convencido de que el mejor lenguaje era el del testimonio y que su tarea sacerdotal consistía en enseñar mirando al más allá, infundiéndonos ilusión, brindando amistad, partiendo el Pan en la mesa, enseñándonos el misterio de la Iglesia y preparándonos para la vida. Como un creyente inserto en la realidad y en la historia del mundo en el que él vivía, se sentía también comprometido con la tarea de humanizarlo y de luchar por hacerlo más habitable y más fraterno. El padre Chano vivía la libertad, aceptando e interpretando con naturalidad las misiones encomendadas, como una continuidad interna de sus deseos y de sus convicciones profundas; como un crecimiento paulatino y tenaz de su vida de fe, como una maduración progresiva que le conducía a los modelos que él mismo había proyectado desde su niñez y juventud. Hombre perseverante y sacerdote coherente se acercaba sin prisas a las metas siempre soñadas, a sus opciones libremente asumidas y a sus proyectos renovados. Que descanse en paz.

José Antonio Hernández Guerrero

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