Algeciras

Carta a Alejandro

Guillermo Ortega Lupiáñez

Redactor de Granada Hoy

Estimado muchacho:

Mi nombre no te va a decir nada. Podría presentarme directamente como un amigo de tu padre, pero, como te estarás dando cuenta, ahora le salen de debajo de las piedras, con lo que tendrías motivos para dudar. Sí es innegable, en cambio, que fui compañero suyo durante unos trece años, que hemos pasado miles de horas trabajando en la misma redacción y que, no contentos con eso, en numerosas ocasiones nos hemos visto fuera de allí para compartir café, copa o simplemente un rato de buena conversación. Quizás eso ya es suficiente como para que pueda decir que le conocí y para que ahora te diga algunas cosas sobre ese hombre de quien puedes y debes sentirse orgulloso.

Bien, vale, nadie es perfecto. José Luis tenía la memoria de un pez, era un auténtico desastre con los papeles y su impuntualidad llegaba a ser desesperante. De hecho, me sorprende muchísimo que llegara tan pronto a su final, porque le pegaba mucho más demorarlo años y años, esperar vivo hasta que no le quedara más remedio y acudir a su encuentro con indolencia. No tengo ni idea de por qué se saltó el turno, y créeme que eso de que la gente se cuele es de las cosas que más me fastidia.

Pero bueno, que estoy hablando de menudencias, nada de lo anterior es realmente importante. Con el tiempo he descubierto, como tú seguro descubrirás, que lo que más se debe valorar en una persona, y si me apuras lo único, es que sea buena. Lo demás son vainas. Y si eres bueno y además tienes otras virtudes, pues mejor que mejor. Tu padre aunaba muchas, y como no es cuestión de enumerarlas todas, citaré sólo dos de las que, seguro, ya te percataste: siempre fue sincero y jamás escurrió el bulto. En esos trece años de los que te hablé, siempre asumió sus errores con valentía y sin implicar a nadie más en ellos. Nunca, tampoco, dio falsas esperanzas a quienes le fuimos con alguna petición imposible, ni pintó a los que empezaban en la profesión un futuro de color de rosa. Fue honesto con los demás porque lo contrario habría supuesto no serlo consigo mismo, y tu padre pudo cometer fallos, como todos, pero nunca se traicionó. Fue por la vida de sí mismo, sin dobleces y sin engaños. Eso se llama personalidad. Que viene de persona, como se deduce por la raíz de la palabra.

Si te digo que perdí a mi padre con 17 años, a lo mejor quieres saber cómo se supera eso. La respuesta es clara: no se supera. Nunca. Hay que aprender a vivir con ello. Pero es más fácil cuando alguien te pregunta quién era tu padre y tú contestas: Fulano de tal. Y entonces se te quedan mirando con mucha seriedad y te dicen: Pues tu padre era un gran hombre. Cuando eso te pase a ti, que te pasará, notarás algo raro, como si te hincharas por dentro. Es el orgullo del que te hablé antes. Y entonces tendrás claro que su vida, aunque demasiado corta, ha tenido un sentido, ha merecido la pena.

Cuídate, muchacho. Y cuida también de tu madre y de Montse. Un abrazo muy fuerte.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios