Gitanos de la Bética y la casa de Manolo Alcaide
Campo Chico
José Carlos de Luna, el autor de 'El Piyayo', había publicado en 1951 'Gitanos de la Bética', un libro memorable
A Garci el rey lo ennobleció aun más de lo que por su cuna ya poseía, así nació el apellido Pérez de Vargas
La librería, más bien papelería, Bazo se llamaba realmente Castro, que era el primer apellido de su propietaria, María Milagros. Su marido, Manolo Alcaide, era un sevillano de familia bien que recaló por Algeciras y tuvo la fortuna de conocer y de casarse con Milagros. José Luis García Jaén, el gran pintor sénior de la legendaria Tría 75, regentaba la Imprenta Bazo y era primo hermano de Milagros, los dos habían heredado sus propiedades de sus inmediatos ancestros, él de su padre y ella de su madre, descendientes de un emprendedor y animador social y cultural algecireño llamado Manuel García Bazo, que creó el conjunto formado por la imprenta y la papelería, dos comercios muy complementarios, sobre todo en esa época. La imprenta tuvo una importancia social extraordinaria en ese tiempo; muy asociada al periodismo y al dinamismo sociocultural del momento. En Algeciras, Bazo en la calle Convento, Silva en la calle Ancha, Roca en General Castaños, o Carretas, y La Española en la calle Larga, eran las más conocidas. Luego vendría Mazuelos que, en no pocos aspectos, cubriría muchas de las demandas, en el ámbito de las publicaciones locales, que fueron produciéndose en adelante. Cada una obedecía a un patrón definido que las diferenciaba de modo ostensible. La fuerte asociación del establecimiento con la personalidad de su patrón dotaba de un perfil diferenciado no sólo a las imprentas sino a los bares y, en general, a cualquier tipo de negocio. Todos tenían alma, la de sus propietarios, gerentes o encargados.
La imprenta Roca, en General Castaños, frente a la embocadura del callejón del Ritz era la gráfica por excelencia de la Tauromaquia. Ahora ya en el polígono industrial de Los Barrios –como Mazuelos– tras su paso por La Menacha, y en la cuarta generación (fue fundada en 1878), su proyección hacia el exterior la ha alejado de su familiar proximidad con Algeciras. Hasta la adjudicación de la madrileña Plaza de Toros Monumental de Las Ventas a la actual empresa, Plaza 1, Gráficas Roca confeccionaba los carteles y programas de mano de la primera Plaza del mundo. Antonio, fallecido no hace mucho, con poco más de setenta años, había situado a su empresa en primera línea de la cartelería taurina y en la confección de publicaciones de alta calidad. La imprenta Silva, vino de la mano de Juan, hermano del alcalde Ángel Silva y confeccionó durante muchos años, con un estilo propio e innovador, las publicaciones oficiales del Ayuntamiento. La publicidad estaba tan ajustada a la calle, que las imprentas suponían una actividad comercial de gran dinamismo y popularidad. Los carteles callejeros y los programas de mano constituían los recursos más importantes para llegar al consumidor potencial.
Garci Pérez de Vargas
Con Manolo Alcaide y con su esposa Milagros, pasaba buenos ratos en la papelería Castro, tan bien situada en el tramo inicial de la calle Convento, desde la Plaza Alta. El escenario es para los algecireños del último tercio del pasado milenio, inolvidable. Algeciras siempre fue una ciudad de mucho nervio. Me lo repetía con frecuencia el entrañable anarcolibrero, Carlos Prieto. Hay algo en esos pocos metros cuadrados, frente al edificio del hospital militar en el que se le siente y donde lo sentiremos siempre los que pudimos mantener grandes ratos en sus proximidades, los que en la soledad mañanera de algún domingo caluroso, nos detuvimos a husmear en sus tenderetes. Ese nervio tenía ahí, entre Bazo y El Coruña, su cerebro. Pepe Bazo podría tener la culpa de ello porque el escaso trayecto que separaba el uno del otro, lo había convertido en el pasaje del arte y de la intelectualidad. Sobre todo desde que apareció la majestad de Helmut, cuando dejaba sus dominios en Getares, compraba sus viandas en la Plaza y se ayudaba del tinto y del celta corto y sin filtro, dos elementos que aquel gran artista germano reconvertido en especialito, integró en el rito como hizo Caracol con el fandango en el Cante Grande.
Hay una pequeña historia –grande en su dimensión verdadera– asociada a mi apellido, a la que a Manolo Alcaide le divertía aludir. Tal vez, Garci Pérez de Vargas fuera un antepasado mío, bien por ascendencia directa, bien por vía colateral. Los apellidos compuestos que lo son desde siglos y tras muchas generaciones, son visiblemente asociables. A veces, incluso fáciles de concatenar si algún desastre natural o provocado no ha interrumpido la trama, destruyéndola, y con ella el hilo conductor de ancestros y sucesores. Pero eso es lo de menos, no me faltan anécdotas provocadas por ese hecho, pero no es de lo que se trata ahora. Garci y su hermano Diego eran toledanos, miembros de una poderosa y noble familia madrileña cuya casa, la de los Vargas, puede hoy visitarse por formar parte de la oferta patrimonial turística del Madrid actual, en el centro histórico de la capital. Y es que en esa casa trabajaba el matrimonio formado por el que sería San Isidro Labrador y la que sería Santa María de la Cabeza, y ahí se encuentra el pozo en el que la leyenda sitúa el milagro. Un muchacho cayó por el brocal a muchos metros hasta la superficie del agua y las oraciones del matrimonio lograron que esa superficie se elevara hasta poner al niño a su alcance.
Gitanos de la Bética
La importancia social de los Vargas convirtió el apellido en un icono de la onomástica, lo que generalizó su adopción, por ejemplo entre la etnia gitana, cuya llegada a Andalucía se sitúa en 1462. El día 22 de noviembre es el día de los gitanos andaluces porque en esa fecha, de ese año, se registra por primera vez, documentalmente, su llegada a nuestra región, bien que ya aparecen citados en las crónicas de Juan II de Castilla (1405-1454). Podemos afirmar que los gitanos llegan a España y se quedan, antes de que España fuera España. Mucho hablaba de ello con mi querido Juan Chirobao, que no hace mucho ha marchado junto a su querida esposa, a la casa del Padre. Como yo, era un admirador de José Carlos de Luna, al que conocí y con el que tuve el privilegio de hablar, siendo yo niño, en Los Rosales, cuando se desplazaba desde su Málaga natal, a visitar a la familia de Tatín, un entrañable yanito que formaba parte de mi infancia. El bar de Ignacio estaba a dos pasos de la casa de Tatín, que fue residencia del General Castaños y de mis queridos amigos, los Acosta, en ese magnífico edificio, pegado a Fillol, tan bien restaurado por la familia Landaluce. José Carlos de Luna el autor, grande entre los grandes, de El Piyayo, había publicado en 1951 Gitanos de la Bética, un libro memorable, y tanto Juan como yo teníamos uno de los más que raros ejemplares que existen. El hecho de haber desempeñado cargos públicos durante el régimen anterior, ha hurtado al gran público el conocimiento de la obra de este gran poeta y ensayista malagueño que tanto quiso al Campo de Gibraltar y a sus gentes.
Juan se inventó una peña, que en realidad era un bar, que ya un tanto desfigurado por el deterioro de la zona, situó en los bajos de su casa, en el Callejón de las Moscas (o Isaac Peral). Un lugar de trasiego cuando nuestros gitanos le habían imprimido un dinamismo extraordinario. Abundaban los artículos importados de Gibraltar o traídos de Ceuta, los tejidos y paños al gusto oriental y miles de productos ornamentales de bajo precio que habían convertido en los aledaños del Gobierno Militar en una zona de atracción turística y de gran impacto comercial. Frente a la (supuesta) Peña Cultural Camarón de la Isla que se había inventado el bueno de Juan, estaba la tienda del muy querido José el Pañero, gran persona, elegante y distinguido, patriarca de una familia entrañable. Como la de Miguel Lara, ya al final de la calle Río. Su esposa era toda una señora, una mujer cuya mirada destellaba paz y cercanía. Eran los padres de ese gran empresario algecireño que responde al nombre de José Luis Lara y ha recibido algunas de las distinciones de tantas como merece. Hace poco, al recoger una de ellas, decía públicamente, con esa modestia y sencillez tan propia de las grandes personas, que él no era más que un gitano de la calle Río. Como si eso fuera cualquier cosa, como si eso no fuera ya suficiente para personificar en él algunas de las mejores cosas que tenemos sus paisanos. Hasta el Nazareno, cuando el inolvidable Juan Martínez dirigía sus pasos por la ciudad, se detenía el tiempo que hiciera falta en la calle Río añadiendo a la Semana Santa de Algeciras una componente gitana que rezaba a su modo a Ondebel y Dai-Timuji (Dios y su Madre Divina) y nos tenía a todos un buen rato con el alma encogida.
Fernando el Santo
Tanto Garci como Diego de Vargas combatieron en la Reconquista bajo la autoridad del Rey Santo, San Fernando, Fernando III de Castilla y León, en el que se reunieron las dos coronas, separadas desde 1157. La de Castilla a la muerte de su tío Enrique, en 1217, y la de León a la muerte de su padre Alfonso IX, en 1230. El reinado de Fernando es fundamental para el conocimiento del proceso que culminaría más de dos siglos después, en 1492, con la toma del reino nazarí de Granada, último bastión del dominio del islam sobre la península. El rey santo estableció el castellano como lengua oficial de sus reinos, sustituyendo definitivamente al latín. Con unas cuantas licencias vamos a permitirnos señalar el año 1246 como aquel en el que el rey tomó la decisión de ponerse los machos para conquistar Sevilla, que acabaría siendo la ciudad de sus ensoñaciones. Contó para ello con el caballero Garci de Vargas y con su hermano Diego, ambos hijos del caballero toledano Pedro de Vargas, ligado a la famosa familia madrileña de los Vargas. Tan importante fue la actuación militar de Garci que el rey lo ennobleció aun más de lo que por su cuna ya poseía, convirtiendo su apellido en compuesto. Pérez era el modo de aludir a su filiación como "hijo de Pedro" o de "Pero". Así nació el apellido Pérez de Vargas. De Diego, cuenta la leyenda que rota la espada echó manos de una rama grade, fuerte y seca de un árbol y arremetió a golpes contra la morería. De esa acción derivó su nuevo apellido "Vargas Machuca" que, si hacemos caso de El Quijote (y debemos hacerlo pues si no es verdad es una feliz ocurrencia), Pérez de Vargas y Vargas Machuca son ramas del mismo tronco. Pues ¡hay que ver lo que son las cosas!, en la sevillanísima Puerta de Jerez está la embocadura de una calle, Maese Rodrigo, en cuyo muro y en alto, hay una placa que dice "Hércules me edificó; Julio César me cercó, De muros y torres altas; Y el Santo Rey me ganó, Con Garci Pérez de Vargas". La casa sobre la que está la placa era precisamente la de Manolo Alcaide, el de la papelería de la calle Convento, en su ciudad natal.
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