Torremocha descubre a Antonio Meulener, el Oppenheimer español que evitó destruir el mundo
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El escritor publica su última novela, la historia de un inventor algecireño que pudo cambiar el devenir de Europa a las puertas de la Primera Guerra Mundial
En el año 1912 creó una bomba denominada 'Tóspiro' que, cuando la probó en los montes de Toledo, produjo tan devastadores efectos que destruyó la fórmula del explosivo
Antonio Meulener: el militar algecireño que destruyó los planos del arma mortífera que inventó
Antonio Torremocha Silva, veterano colaborador de Europa Sur, ha descubierto a un personaje fascinante que ha convertido en el protagonista de su última novela, editada por Almuzara y titulada Antonio Meulener: el Oppenherimer español. Este visionario nacido en Algeciras podría haber cambiado el curso de la historia a través de sus inventos militares a las puertas de la Primera Guerra Mundial pues a punto estuvo de darle a España un arma de destrucción masiva.
En sus manos tuvo la posibilidad de arrasar, en un instante, ciudades enteras. Si no lo hizo fue porque su alma atormentada, tras comprobar los terribles efectos de su invento, y su espíritu humanista se lo impidieron. Justo antes de morir, el militar algecireño destruyó los planos, diseños, dibujos y fórmulas de su terrible creación, el Tóspiro, en recuerdo del cohete desarrollado previamente por Manuel Daza, llamado Tóxpiro, que en griego viene a significar "fuego venenoso".
"La impresión fue profunda; no hallé ni un árbol, ni un hierbajo, ni rastro alguno del ganado, ni piedrecilla en el suelo. Los campesinos del lugar estaban aterrados; la Guardia Civil me informó de que la explosión de la granada había sido como un terremoto y de que de los rebaños cercanos no habían hallado ni sangre, ni pelos, ni huesos", describió el teniente general Luis Bermúdez de Castro, quien visitó el lugar en el que se probó por primera y única vez la bomba Tóspiro en los montes de Toledo treinta días después de la deflagración, en el verano de 1912.
-¿Cómo supo de la existencia de Antonio Meulener Verdeguer?
-Se trataba de un personaje totalmente desconocido, incluso por mí, que soy historiador en Algeciras. Todo comenzó el pasado 9 de octubre cuando, por casualidad, encendí la televisión y apareció el programa Cuarto milenio de Iker Jiménez. Estaba dedicado a Meulener y a su última invención, una bomba termobárica o de vacío, el arma nuclear de los pobres, como se ha llamado después.
-¿Hubo otras invenciones anteriores antes de llegar al Tóspiro?
-Claro. Entre ellos, el torpedo Meulener, un cohete revolucionario que empleaba una pólvora modificada para alcanzar distancias impresionantes. Ojo, que se trataba de un misil balístico, el primero de la historia. Y algunos otros de los que he encontrado sus patentes. Pero el asunto del Tóspiro, en cambio, se llevó con absoluta discreción, como un arma secreta. Los expedientes en el Ministerio de la Guerra y los archivos militares se destruyeron. En parte porque, en aquella época, España era un hervidero de espías ingleses, franceses y alemanes.
-Para sacar adelante esta novela usted ha tenido que desarrollar una ingente labor de investigación.
-Imagínese. A través de la Real Academia de Historia, conseguí una breve biografía de Meulener. Una página donde se detallaba su carrera militar. El resto, tuve que descubrirlo yo y en apenas tres meses. Casi todo lo que se encuentra en la novela es real. Al principio, no creí que fuera capaz de escribir un libro de 250 páginas con tan poca información de salida.
-¿Uno de estos datos reales es su partida de bautismo?
-Por ejemplo. Acudí al archivo parroquial de la iglesia de Nuestra Señora de la Palma de Algeciras y, gracias a Antonio Villatoro, que es amigo, conseguí la partida que me aportó más datos sobre Meulener, cuyo padre, Antonio Meulener Casano, fue destinado a la comandancia de Carabineros del Campo de Gibraltar en 1858. Su único hijo, llamado como él, nació el 16 de abril de 1861.
-¿Cómo logró dar con su tumba en el cementerio viejo de Algeciras?
-Aquello supuso cerrar el círculo sobre este personaje. Meulener muere el 17 de agosto de 1912, a los 51 años. Su fallecimiento se le atribuye a que padecía tuberculosis y, además, a los efectos perniciosos que sobre su delicada salud tuvieron los gases tóxicos que respiró durante un reconocimiento en los montes de Toledo, un mes después de explotar el Tóspiro. Al principio pensé que estaría enterrado en Madrid y contacté con el cementerio de la Almudena, pero me respondieron que allí no se encontraba su tumba. Después probé con Toledo, por la cercanía con la Fábrica de Armas, pero tampoco. Entonces me dirigí a la delegación municipal de Cementerios, en Algeciras. El señor Castillo, que es el vigilante del cementerio antiguo, me ayudó a dar con la lápida de Meulener. Estaba enterrado aquí, en el patio Virgen del Carmen, propiedad de la familia de Aurelio Méndez Miciano, vicecónsul de Bélgica en la ciudad, porque Meulener murió sin familia. Yo ya había enviado la novela a la editorial, a Almuzara, y llamé de inmediato para que pararan la impresión porque tenía que añadir este descubrimiento.
-Cuando Meulener le comunica al ministro de la Guerra, Agustín de Luque y Coca, su decisión de destruir los planos y la fórmula del Tóspiro, enterrando para siempre su peligroso legado, este le responde: "¡De manera que adiós a nuestra supremacía internacional, adiós a la recuperación de Gibraltar, ilusiones perdidas, tiempo perdido, todo ha sido un sueño". La obsesión por recuperar el Peñón para España viene de lejos. ¿Cuál es su opinión como historiador?
-Es una espina que los españoles tenemos clavada desde 1713. Y todo se debe a que España nunca ha tenido arrestos militarmente desde entonces hasta nuestros días. Reino Unido llegó a renunciar a una colonia muy rica, como era Hong Kong, por miedo a los chinos. Pero España nunca ha presionado ni ha demostrado fuerza. Como la tontería de las aguas territoriales, que no existen. Pero eso es otro asunto.
-El embajador ucraniano en Estados Unidos confirmó en febrero de 2022 que Rusia había utilizado una bomba de vacío causando la muerte de 70 soldados, como parte de su invasión.
-Las bombas termobáricas, fundadas en el descubrimiento de Meulener, están prohibidas por la convención de Ginebra dado su gran poder de devastación. Provocan un vacío que todo ser viviente, incluso los edificios, se convierten en arena, desaparecen. Supongo que Rusia la ha utilizado en pequeñas cantidades porque, de lo contrario, una ciudad como Kiev habría quedado arrasada por completo.
-¿Considera que el último deseo de Antonio Meulener, al contrario que Oppenheimer, creador de la primera bomba nuclear, fue ejemplar?
-Absolutamente. Él estaba entusiasmado con su proyecto hasta que comprobó su poder. Era un hombre muy cristiano y con un profundo espíritu humanista. Por ello, renegó a tiempo de su invento, a diferencia de Oppenheimer, quien llegó a decir: "Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos". No escribiríamos esto sobre Meulener si el Tóspiro, por ejemplo, hubiera servido para recuperar Gibraltar a costa de miles de vidas humanas.
-¿Cree que, por todo ello, Algeciras le debe algún tipo de reconocimiento a Antonio Meulener a raíz del descubrimiento que ha hecho usted con su novela?
-Es un personaje tan importante para la historia de la ciudad que sí debería tener una calle, plaza o monumento en su honor.
Fragmento de la novela
Cuando Meulener bajó del tren en la estación, ubicada junto al río, en el Camino de la Molinilla, y alquiló un carruaje para que lo llevara, con sus pesadas maletas, hasta el Cuartel de Infantería de «El Calvario», donde estaba establecido el Regimiento Extremadura n.º 15, quedó agradablemente sorprendido por los cambios que observaba en Algeciras, su ciudad natal.
La halló diferente, con las calles bien adoquinadas, todas las fachadas de las casas encaladas, nuevas zonas ajardinadas y muchos puntos de luz pendientes de farolas en las aceras. Lo que había sucedido era que en los meses que precedieron a la inauguración de la Conferencia Internacional sobre Marruecos —el día 16 de enero de ese año—, desde que se supo que Algeciras había sido designada como sede de la citada conferencia, el Ayuntamiento, con su alcalde, don Emilio Santacana Mensayas a la cabeza, con la aportación económica del Estado y de algunos empresarios y comerciantes de la ciudad, había emprendido una serie de obras que el Gobierno español entendía que era necesario acometer para ofrecer a los embajadores plenipotenciarios de las naciones participantes la imagen de una urbe moderna y acogedora (página 201).
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