Tragedias como la ocurrida el pasado miércoles en Algeciras marcan con una cruz durante largo tiempo el signo de las ciudades, posándose sobre ellas un niebla negra de tristeza. La memoria de Diego Valencia quedará entre nosotros dando nombre a una plaza iluminada por el sol que le rendirá homenaje y que simbolizará todo aquello que nos une como algecireños: la convivencia por encima de credos y procedencias.
Evidentemente debemos sacar consecuencias de lo ocurrido. En el plano más cercano, hay que subrayar la capacidad de reacción de la Policía Local algecireña, que en pocos minutos supo reaccionar, inmovilizar y detener al asesino. Es en situaciones como las vividas cuando apreciamos de verdad su presencia en las calles. Hay que destacar también el papel desempeñado en estas durísimas jornadas por José Ignacio Landaluce, un alcalde a la altura de las circunstancias que ha estado junto a la familia del fallecido y junto a los algecireños, dando la cara por sus vecinos y atendiendo sin descanso desde la Plaza Alta a todos los medios de comunicación que así se lo solicitaron. Desde ella ha defendido la convivencia que impera en la ciudad, espantando los mensajes de quienes pretenden encender la mecha del odio y distinguir entre religiones buenas y malas, obviando que el mal está en la interpretación y manipulación que los más radicales hacen de ellas. Las redes sociales están saturadas de basura incendiaria y también la política, como lo demostró el portavoz parlamentario de Vox, Manuel Gavira, apenas una hora antes de que los algecireños guardásemos unos minutos de silencio en recuerdo del capellán de La Palma, o Núñez Feijóo, quebrando el discurso conciliador marcado desde su partido por Juanma Moreno y Landaluce.
En un plano más general, el Ministerio del Interior debe dar explicaciones sobre por qué Yassine Kanjaa permanecía en España de manera ilegal si se tenía constancia de su presencia desde junio de 2022, sobre por qué no se ejecutó la orden de repatración hacia Marruecos pese a estar localizado en una casa ocupada y, también, si hay más personas en circunstancias parecidas que puedan en riesgo nuestra seguridad. Lamentable que el jueves no hubiese en La Palma ningún miembro o representante del Gobierno de la nación presente en el funeral.
El miércoles, el ministro Grande-Marlaska dejó otro titular que ha pasado desapercibido pero que es necesario recuperar para someterlo a reflexión: la negativa a declarar el Campo de Gibraltar como Zona de Especial Singularidad, un proyecto en el que el Gobierno venía trabajando a lo largo de los últimos años. O eso decían. Ahora, dijo el titular de Interior el miércoles, se está "pensando en otras zonas de España, como zonas despobladas, para la Guardia Civil en Cataluña y otras zonas". ¿Acaso las grandes mafias del narcotráfico, del contrabando, de la inmigración ilegal y, también, el yihadismo, no son motivos suficientes para que el Campo de Gibraltar sea singular en el ámbito de la seguridad?
De forma prioritaria, nos toca recomponer nuestro presente para poder construir un futuro compartido. Deseo una ciudad abierta en la que, por encima de los agoreros y majaderos, los marroquíes puedan seguir celebrando con normalidad sus victorias deportivas y en la que sus hijos jueguen cada día a la pelota con los de las familias españolas -y ucranianas- en la Plaza Alta.
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