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Algeciras/Pasear por el centro de Algeciras es ahora recorrer un laberinto de ópticas, un desfile de escaparates que parecen ofrecer algo más que monturas y lentes. La ciudad, con sus 123.639 habitantes según el último padrón municipal, alberga 19 establecimientos dedicados a la visión, la mayoría agrupados alrededor de la Plaza Alta y extendidos en las calles adyacentes como Regino Martínez, Alfonso XI, avenida Fuerzas Armadas o Blas Infante.
Una cifra que sitúa a Algeciras por encima de la media europea de ciudades de tamaño similar, con una óptica por cada 6.507 habitantes, aunque todavía por debajo de la media nacional, que es de una óptica por cada 4.701 personas, según datos del Libro Blanco de la Visión. Entre cristales pulidos y carteles coloridos, el centro parece haberse transformado en un mercado de miradas, en un lugar donde la corrección visual se ofrece con la inmediatez de quien necesita, más que unas gafas, una manera de ver el mundo sin intermediarios.
El negocio de la óptica en Algeciras —y en el resto de España— crece al ritmo de las necesidades visuales de sus habitantes. En un país donde las gafas se han convertido en un artículo de primera necesidad, la óptica no depende de largas de listas de espera ni de la sanidad pública, como ocurre en otros lugares de Europa. Aquí, el paso por la óptica es casi tan cotidiano como la visita al mercado. Quizá por eso, mientras en otros países los servicios visuales se prestan en el sistema sanitario, en Algeciras son una oferta ubicua.
El cambio se hace más evidente en el centro, donde las ópticas han ido desplazando a antiguos comercios, ocupando incluso locales de larga tradición. Pronto, la histórica cafetería Okay de la calle Ancha pasará a ser un punto de venta óptico más, donde las personas ya no buscarán el aroma del café, sino un cristal que les permita ver la vida con mayor nitidez. Este trasvase de negocios antiguos por otros nuevos responde a un mercado donde cada vez más personas requieren algún tipo de corrección visual o protección solar. Se estima que más de 25 millones de personas en España necesitan gafas o lentillas, y que el 85% de la población usa gafas de sol. Esta dependencia no solo transforma la fisonomía de las ciudades, sino que reordena sus rutinas: el paseo habitual por el centro es, para muchos, un recorrido por las ópticas, una suerte de búsqueda del cristal perfecto, ese que podría ofrecer una claridad de visión equiparable a la que el ojo humano alguna vez disfrutó.
Entre los más jóvenes, la necesidad de corrección visual es especialmente alta. Uno de cada tres adolescentes de entre 12 y 18 años padece miopía, una cifra que no ha dejado de aumentar en los últimos años y que parece casi un peaje inevitable de las horas frente a la pantalla. Cuatro de cada diez jóvenes, de hecho, experimentan sequedad ocular al estar expuestos a dispositivos digitales durante tanto tiempo, lo que ha impulsado la venta de gotas humectantes como una solución cotidiana a la fatiga visual. A causa de ello, en los escaparates de las ópticas destacan también estos pequeños frascos: discretos remedios líquidos que ofrecen, más que alivio, la promesa de resistir otro día en el universo digital.
En el plano económico, el sector óptico también marca un crecimiento sostenido. En 2023, las ventas de productos ópticos en España alcanzaron los 1.883 millones de euros, un incremento del 5,9% respecto al año anterior, mientras que los servicios relacionados subieron un 6,9%. Entre los productos más vendidos, las lentes para gafas dominan el mercado con una facturación de 988 millones, seguidas de las monturas y las lentes de contacto. Paradójicamente, aunque en España hay muchas más ópticas que en otros países de Europa, la rentabilidad promedio es menor. Con ingresos anuales que rondan los 187.572 euros por establecimiento, las ópticas españolas están lejos de las cifras de sus homólogas francesas o alemanas, que superan los 500.000 euros de media.
Pero para el paseante de Algeciras, estas cifras no son más que una danza de números en la distancia. En el día a día, la óptica es ese lugar donde se repite un ritual casi hipnótico. Se entra, uno se sienta frente a un óptico que le coloca unos artefactos sobre la nariz y le pide que lea la línea más pequeña proyectada en una pantalla luminosa. "¿Mejor así, o así?", pregunta el oftalmólogo, mientras ajusta los cristales y calibra las dioptrías, en una especie de negociación de la claridad que bien podría ser una metáfora de la vida misma. Uno sale con una receta o con unas gafas nuevas, y al incorporarse al bullicio de la ciudad, los escaparates de las otras ópticas relucen tentadores, como si detrás de cada cristal hubiera una visión más nítida, más precisa, esperando solo a ser elegida.
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