A VECES es mejor dejar las cosas estar, en su sitio, no tocar nada, no rebuscar, que todo se asiente, se deposite y sedimente en el calmado e inexplorado océano de la presencia. A veces no es necesario intervenir sino observar desde la más fructífera pasividad cómo todo se desmorona como lo haría un castillo de arena sostenido en unas trémulas manos. A veces es necesario abandonar el cansino fluir del pensamiento esperando encontrar una respuesta que traerá más dolor al dolor ya adquirido, más confusión a la enredosa maraña. Observar es la salvación, sin identificarte nada con el pensamiento. ¡Qué apacible liberación!

Dice Carlos Castaneda que "cada vez que el diálogo cesa, el mundo se desploma y salen a la superficie facetas extraordinarias de nosotros mismos, como si nuestras palabras las hubieran tenido bajo guardia". Llegar a ser un devoto cazador de luz con siglos de experiencia, consiguiendo que no se apodere de ti el cansino y repetitivo diálogo interior como si fuese el duro mendrugo de pan de cada día. Qué sutil inmensidad se parapeta detrás de las palabras, qué respeto produce el estar ante tu propia presencia consciente; cuando uno se detiene a observar la emoción que le invade sin modificarla en nada, sin contaminarla con ideas pasadas o sueños futuros, abrazándola mientras la sientes palpitar en el pecho con todo su fuego dejándote quemar en su llama sin juzgarla.

Pobres mortales siempre temerosos del fracaso, la pérdida de posesiones o el desprestigio. Tenemos vanos deseos que nos hacen insensatos y nos empujan a perseguir fantasmas, apartándonos de nuestro verdadero fin natural. Esa faceta extraordinaria de cada uno de nosotros de la que habla Castaneda, oculta entre tanta palabrería y engaño, es la que desea que tomemos conciencia de que la finalidad de la existencia es vivir conforme a tu naturaleza y darte cuenta de que lo exterior no depende de ti, que el único ámbito en el que puedes ser libre y realizarte como ser humano te aguarda dentro. Una vez que caiga el velo y lo descubras, se acabó la búsqueda. Llegaste a casa.

Cuando te haces observador de tu propio pensamiento la identificación con todo lo que te dices a ti mismo, creyendo que eres realmente así, se rompe. La luz de tu presencia debe ser lo suficientemente intensa como para no verte arrollado por esa otra parte de ti que siempre se impone como pensador, haciéndote sentir una profunda confusión de saber quién eres realmente.

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