Através de la indiscreta abertura el ojo lo vio todo. Todo lo visible y lo invisible. Justo en el momento en el que parecía existir una serena armonía, sin apenas esperarlo, una gran muro se interpuso entre ella y el mundo dejándola atrapada. Aturdida e inmóvil, observando la gran puerta, no le quedó más remedio que pararse a descubrir qué estaba sucediendo. Palpando, a oscuras, encontró en la áspera superficie de madera un nudo hecho agujero que más tarde le serviría de mirilla. Aunque la extraña sensación de sentirse prisionera no le dio miedo, sí que experimentó una profunda tristeza por intuir lo que esa puerta cerrada en sí representaba. De momento, en el fondo, se sentía protegida en aquel oscuro lugar sin habitantes. Necesitaba recomponer toda su historia. Nacía una tímida curiosidad ante el nuevo paisaje que la esperaba al otro lado del muro; muro que, a sabiendas, durante tanto y tanto tiempo ella misma había ido levantado. Metió primero el dedo meñique, como queriendo limpiar el estrecho cañón por el que un momento más tarde miraría o como adelantando una pequeña parte de su cuerpo, una valiente vanguardia, a lo que al otro lado la esperaba intacto.

Cuando encontró algo de sosiego, cuando su corazón se acostumbró al latir de la caverna, sintió la necesidad de asomarse. Su pasado y su más reciente presente proyectándose a través del minúsculo espacio que al otro lado adquiría una magnitud inmensa. Una pantalla en la que transcurría toda su vida. Un ojo que por momentos prefirió estar ciego aunque por más que quiso le fue imposible unir párpado con párpado; en otros, hubiese querido congelar la imagen. Ninguno de los dos deseos consiguió llevar a cabo.

Después de aquel viajar errante, sin la cruel necesidad de juzgar nada, separó de la mirilla el ojo; esta vez sí que pudo unir los pesados párpados y se quedó dormida. Soñó que el muro de su casa, ese que tantas veces la había protegido, se derrumbaba hasta verse, sintiéndose desnuda, ante todo el que sorprendido la miraba mientras tranquilo daba un paseo por la larga avenida. La sensación de exponerse le recorrió todo el cuerpo y ese mismo estado de indefensión le hizo despertar del premonitorio sueño.

Al abrir los ojos la gran puerta estaba abierta, una luz cegadora entraba. Sin importarle hacia dónde, se levantó y con valentía emprendió el vuelo. Al traspasar el umbral y dejar la jaula, el antes infranqueable muro… se deshizo.

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