Teherán ha encontrado la manera de reconciliarse con ese 90% de la comunidad musulmana internacional que no practica esta rama heterodoxa y esotérica del islám que es el chiísimo. Aunque la mayoría de los gobiernos de los países musulmanes sunníes hacen filigranas para hacer creer a su gente que se han posicionado al lado de los gazatíes sin enfadar a Israel, en la sociedad civil de estos países no se aprecia la menor fisura: los pueblos y las calles están incondicionalmente del lado de esos musulmanes palestinos contra los que está descargando su ira Netanyahu. El pueblo marroquí es buen ejemplo de ello.

Las guerras son un asco, un horror. La nación que ataca necesita siempre denunciar que su enemigo, de una manera o de otra, le atacó primero. Las bombas que se lanzan deben parecer, a ojos de la comunidad internacional, bombas legítimas (por eso el recurso al atentado o ataque de falsa bandera ha sido tan recurrente en la historia universal de los conflictos). Netayahu lleva meses en eso de justificarse ante las naciones democráticas: invadieron sus fronteras y mataron y secuestraron a cientos de inocentes civiles de todas las edades. Su respuesta, al principio, parecía justa, legítima, si es que esta palabra tiene cabida en un conflicto en el que mueren diez veces más civiles que soldados. Pero la desproporción de la fuerza empleada por el ejército israelí desde octubre del pasado año hasta hoy hace cada vez más comprometido electoralmente un posicionamiento gubernamental abierto de apoyo a Tel Aviv. Los líderes occidentales ya no saben dónde mirar cada vez que una foto espeluznante y una nueva cifra de civiles muertos en Gaza aparece en la portada de un periódico.

Y, en esto, aparece Teherán, ahora ya sin el disfraz de Hezbolá, Hamás o los Hutíes. Ha dado la cara abiertamente el régimen iraní, sabedor de que esta acción militar directa contra Israel le va a reportar el aplauso de una buena parte de la sociedad sunní mundial, la umma. Irán es ahora el gran libertador, el único régimen que se atreve a desafiar a Israel y a EEUU, el héroe, el Séptimo de Caballería. Su chiísmo duodecimano, que tanto rechazo generó entre los cientos de millones de musulmanes sunníes de todo el planeta, ya no resulta ni tan herético ni tan despreciable. La Chía se está redimiendo de sus tradicionales pecados: reconocer a Alí como primer califa del islam, anunciar que Mahoma nació en Persia, creer que existe un imam oculto en el mundo que reaparecerá un día de estos, guerrear contra países sunníes, tergiversar el Corán y, sobre todo, infiltrar misioneros en ciudades de todo el mundo (también del mundo árabe) para debilitar el poder de la Sunna. Peccata minuta: no tardaremos en ver banderas iraníes y escuchar vivas a Irán en las manifestaciones en favor de Palestina.

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