Cuando hay crianza en casa, ya se sabe, todo se paraliza. Y esta semana ha sucedido así. Todo ha girado en torno al mimo y el cuidado y el resto de acontecimientos pasaron a un segundo plano.

Hasta el jardín llegó una cría de tórtola que, aprendiendo a volar o a equilibrarse, se cayó del nido. Ahora que escribo la tengo aquí enfrente encaramada a un nido que le he habilitado y que nada tiene que ver con el que sus padres le hicieron en lo alto de la rama y que paso a paso fueron construyendo portando una minúscula brizna en el pico. Y lo sé porque los he visto venir a buscar la materia prima y porque ya una vez vacíos me he encontrado con alguno abandonado o que el viento tira y son auténticas obras de arte. Mi simulacro es un precioso recipiente de barro que hace poco me regaló una querida amiga hecho por ella y lo he sentido muy similar a nivel de arte y de cariño, así que poco dista el hacerlo con las manos o hacerlo con el pico. Su finalidad era plantarle una flor pero antes le he plantado un pájaro.

La verdad, no da un ruido y viene ya casi criado. Sabe picotear, se limpia las plumas con elegancia, su sitio favorito es el sillón y le gusta dormir en la estantería, entre los libros. Pía muy bajito todavía y lo hace cuando escucha el cantar de las tórtolas fuera y solo insiste con uno de esos cantos: el de su madre.

Salimos todos los días a practicar el vuelo. He de decir que mejora por horas. Primero recorría con un planear asustadizo pequeñas distancias, ahora es capaz de subir hasta ramas que me las veo y me las deseo para rescatarlo. Y es que todavía es pequeño para dejarlo solo. Siempre salía al jardín con la esperanza del reencuentro. Y no tuve que esperar mucho para ver el milagro que a cada momento guarda la naturaleza.

La primera mañana se le acercó una tórtola. Aquí está, me dije entusiasmada. No reaccionó y el pichón se quedó agazapado. Nada que ver con el verdadero encuentro de la tarde. Esa sí era su madre porque ambos se volvieron locos de alegría; no paró de alimentarlo metiéndole en su pico comida. Qué ternura cuando se encuentran. Ahora, solo tiene que llamarlo y se lo llevo. Hasta que vuele bien y su madre lo decida, tendremos crianza compartida.

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