La tribuna

José María García León

El federalismo, ¿la gran solución?

HISTÓRICAMENTE hablando, el federalismo (que viene de la palabra latina foedus, pacto) , como forma de Estado moderna, se acordó en América del Norte cuando las trece colonias se independizaron de Inglaterra, sin, hasta ese momento, tener una idea muy clara de cuáles iban a ser sus respectivos destinos. Cabían dos posibilidades, seguir cada una su camino de forma independiente (como luego ocurriría con las colonias españolas), o unirse en una sola gran nación. Al final, tras serias reticencias entre ellas, se acordó esta última opción. De ahí nacieron los Estados Unidos, una federación donde cada estado conservaría sus propia particularidades bajo una Constitución por encima de todos ellos, que respetaría aquéllas y siempre bajo el leal compromiso de participar en un juego limpio, solidario y democrático. Tal es así que hoy, California, con 39 millones de habitantes, tiene los mismo senadores, dos, que Wyoming, con medio millón. Otra cosa es, naturalmente, la Cámara de Representantes.

En cuanto a España, el único proyecto federal que hemos tenido se dio durante la Primera República, al socaire de las ideas pactistas de Pi y Margall, aunque pronto todo aquello degeneró en un fenómeno incontrolable, por rupturista, como el cantonalismo. Fue entonces cuando los particularismos de todo tipo, regionales, provinciales y, hasta, locales, afloraron por toda España. Por poner tan sólo dos ejemplos, la Diputación de Barcelona proclamó la república independiente de Cataluña, y Cartagena, bastón irreductible del cantonalismo, le echó un desafío tan fuerte al Gobierno, que éste optó por bombardear la ciudad, quedando el 70% de sus edificios destruidos. Sin ir más lejos, nuestro Fermín Salvochea apostó decididamente por este proyecto, sin olvidar que cincuenta años antes, un diputado liberal radical, José Moreno de Guerra, abogó por hacer de Cádiz una república independiente y "dar una patada al Puente Zuazo" para, así, aislarla del resto de España. Aun así, conviene tener muy en cuenta que, bajo esta capa, supuestamente liberadora, del federalismo cantonalista, latía una profunda crisis social y económica, con una alarmante falta de capitales, un alto paro y unas clases obreras y campesinas que vivían en condiciones verdaderamente lamentables, ante el egoísmo y la inhibición de los poderosos.

En cambio, la Segunda República no fue muy explícita con el modelo federal, instaurándose, en cambio, un proyecto de convivencia territorial en el que se reconoció las particularidades "diferenciadoras" de Cataluña, País Vasco y Galicia, con la concesión de sus respectivos Estatutos. Una buena prueba de ello es que en la Constitución de 1931 no existía ni el Senado. Aun así las tensiones nacionalistas, sobre todo las provenientes de Cataluña, nunca se calmaron del todo, hasta el punto de que el propio Gobierno de la República no tuvo empacho alguno en suspender durante dos años su Estatuto, a raíz de que el presidente de la Generalidad, Luis Company, proclamara "el Estado libre de Cataluña dentro de una España Federal". Posteriormente, con la llegada del Frente Popular en 1936, dicho Estatuto sería rehabilitado.

En la actualidad, la solución federalista se esgrime por algunos sectores de la sociedad y de la política como la gran panacea, capaz de solucionar o, al menos, amainar las tensiones soberanistas. Sin quitarle su razón, conviene que esta solución sea suficientemente definida y explicada al pueblo español, so riesgo de quedar meramente en un vago concepto de dudosa aplicación (los mismo que ocurre con el concepto República). No olvidemos que nuestro Estado de las autonomías participa en buena medida de un federalismo, aunque imperfecto. En una España federal lo primero que se exigiría, si de verdad estamos hablando de un auténtico federalismo, es de un gran pacto de lealtad entre todos los territorios de España, seguido de otro de gran solidaridad, sin contar con que toda una serie de prerrogativas de las que disfrutan algunas comunidades en la actualidad, como las fiscales, quedarían condicionadas, cuando no en entredicho, por dicho pacto federal. Ni que decir tiene que en un contexto así, una cámara territorial, como el Senado, debería alcanzar su máxima expresión, dotándola de las atribuciones necesarias para velar, constitucional y democráticamente, porque esas ideas de lealtad y solidaridad se cumplieran siempre.

Con todo, nos cabe una interrogante básica. ¿Aceptaríamos el federalismo, tal cual, o le pondríamos algunos condicionantes, como esa barbaridad del "federalismo asimétrico"? De ser así esto último, estaríamos hablando de otra cosa y mucho nos tememos lo que pensamos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios