El amor en los márgenes: Natalia Leiva y las 400 noches en La Rocío

La fotógrafa algecireña convierte un bar al borde del puerto en una declaración de amor y memoria colectiva

La exposición se puede visitar en los Boxes de Alcultura, en la Dársena del Saladillo, hasta el 15 de octubre

Galería: Conoce la exposición Miénteme, dime que me quieres

Natalia Leiva, en su exposición 'Miénteme, dime que me quieres'.
Natalia Leiva, en su exposición 'Miénteme, dime que me quieres'. / Claudio Palma

Hay lugares que desaparecen sin dejar rastro y hay miradas que los rescatan del olvido. La fotógrafa Natalia Leiva eligió un escenario improbable: La Rocío, un bar cercano al puerto de Algeciras con fama de “poco recomendable”. Allí pasó 400 noches buscando algo que muchos no esperarían encontrar: amor. Su proyecto, Miénteme, dime que me quieres, es una declaración en imágenes a quienes habitaron ese rincón de la ciudad hasta que bajó la persiana en 2020.

Lo que Leiva retrató no fueron las heridas —vidas rotas, abusos, adicciones—, sino la ternura escondida en la rutina de los clientes. “Un amor real, sin adornos. El que se da en un gesto o en una mirada”, resume. Convivió, escuchó, bajó la cámara cuando tocaba y, poco a poco, dejó de ser “la fotógrafa” para convertirse en Natalia, alguien más dentro de aquel universo nocturno.

La clave fue Rocío, la dueña del local, protectora y cómplice. Fue ella quien la presentó, quien la legitimó y hasta quien inventó pequeños trucos para cuidarla, como aquellos chupitos de “whisky” que en realidad eran de manzanilla. Un gesto simple que refleja la complicidad y el cariño que se tejió en aquel espacio.

El cierre del bar marcó un final inevitable. “Sentí emociones contradictorias, además de la gran pregunta: ¿ahora qué?”, confiesa la fotógrafa. La respuesta vino después, cuando el proyecto encontró forma en exposiciones en la sala Kursala de la Universidad de Cádiz, en Alcultura y, sobre todo, en un fotolibro que funciona como una mirilla a un mundo ya desaparecido.

Su misión fue preservar la belleza de cada persona, "con toda su complejidad, sin reducirla a víctima ni héroe". Y en ese equilibrio entre respeto e intimidad, sus imágenes construyen un relato de dignidad que huye del morbo.

Hoy su mirada se posa en otro lugar cercano: el barrio del Saladillo, donde creció. Veinticinco años después, quiere volver sin nostalgia, con la misma atención que dedicó a La Rocío, para hacer de sus raíces la próxima declaración de amor.

“Cada lector del fotolibro lo interpreta a su manera”, explica. “No quiero que sientan algo en concreto. Para mí, es una mirilla. Lo que se vea depende de quién mira y cómo mira”. Quizá ahí radique la fuerza de su trabajo: en recordarnos que la belleza puede estar también en los márgenes, en lugares donde nunca se esperaría encontrarla.

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