Daniel Luque: historias personales
Contracrónica de la sexta de abono
El diestro de Gerena, pletórico, abrió su segunda Puerta del Príncipe. Más allá de los trofeos está la constatación de su excelente momento.
La ambición de Luque es infinita
El triunfo de Daniel Luque esconde una intrahistoria que merece ser desmenuzada. El diestro de Gerena acudía a su primera cita maestrante -aún le quedan tres más en 2024- acompañado de algunas circunstancias que, de una u otra forma, son inseparables del triunfo y hasta del gran momento que atraviesa. No, no nos vamos detener ni un segundo en la legitimidad de esa Puerta del Príncipe -discutida en no pocos cenáculos del toreo- que algunos quieren ver como un fin en sí misma. Las orejas, las salidas a hombros... esos oropeles sólo son un certificado de lo que se ha hecho en el ruedo. No son metas por sí mismas.
Podríamos seguir hablando de la madurez asolerada de Diego Urdiales -la faena al primero fue una delicia; la del cuarto un tratado- o de la insustancialidad de un Talavante histriónico y escondido detrás de la mata. Pero no nos interesa hoy más el estado de forma, fondo y sitio de un torero, Daniel Luque, que venía a torear. Así de fácil; y tan difícil. Conviene rebobinar: el rastrojo del indisimulado veto que ejerce Roca Rey sobre su antiguo vecino le ha acabado ardiendo en los pies al peruano que, verbigracia, no ha encontrado ni un gramo de reconocimiento en el gesto de apuntarse a la corrida de Victorino Martín, este mismo sábado, en un cartel que esconde no pocos riesgos. El relato -que se dice ahora- ha sido ganado por la mano por Luque que desembarcó en Sevilla con todo a favor para concluir la tarde como la concluyó: traspasando ese mítico arco de piedra que se ha convertido en parte del jolgorio.
Pero hay más: el propio torero lo esbozó en el brindis de su primer toro. Su padre atraviesa un momento delicado de salud que hace relativizar cualquier componenda. No, no han sido días fáciles para el diestro de Gerena que ha alternado el entrenamiento con esas luces mortecinas que amparan el dolor en el hospital.
Vamos a seguir rebobinando para terminar de encajar todas las piezas: Daniel Luque había nacido al toreo con un don precoz. Los taurinos más encopetados veían en aquel fresco y descarado adolescente de Gerena el germen de una figura grande. Pero L<uque fue víctima de su precocidad en los ruedos -se dejó llevar por los peligros de la facilidad- y de una personalidad inmadura en la calle. Todo ello le pasó una factura altísima. Pero el gran acierto del torero fue asumir que había fallado para reconstruirse como hombre y como torero. Esa reconquista, partiendo de su propio sótano, comenzó más allá de los Pirineos. Esta segunda etapa de su carrera no podría entenderse sin esos puertos de refugio en los ruedos franceses. Pero quedaba el asalto a la gran temporada, la recuperación de la primera línea, la entrada en los grandes carteles, romper el cerco...
Esa contrición sincera y asumida fue el gran motor de su égida. Pero nada habría sido posible sin sacar de su mejor fondo todas las cualidades taurinas que atesora. Luque es, hoy por hoy, el torero de mayor capacidad; el de más amplia resolución. Navega por encima del resto de la grey -lo de Morante es de otro mundo- con una única asignatura pendiente que aprobará tarde o temprano: la fortaleza en las taquillas.
A partir de ahí lo de los trofeos, las puertas y demás zarandajas son lo de menos. El papel del gran torero de Gerena sigue elevándose. El propio matador resumía a la conclusión del festejo, antes de ser elevado a hombros, todos esos sentimientos encontrados: “Esto es un sueño y no tengo palabras para describir este momento. No voy a tener tiempo de devolverle a la gente todo su cariño; esta tarde va para mi padre, se lo merece”.
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