Religiosidad popular en Tarifa en la edad moderna: Exaltaciones
Retazos de Historia
Tarifa implantó las celebraciones en honor a la Inmaculada Concepción y Santa Teresa de Jesús hacia 1617
El cabildo municipal participaba activamente, junto con el clero, en la fiesta de Purificación de la Virgen o la Candelaria portando velas bien adquiridas por el Ayuntamiento o cedidas por el cabildo eclesiástico, gasto en cera que en 1618 fue de 80 reales.
Hacia 1617 comenzó a celebrase con gran alarde e importancia la fiesta de la Inmaculada Concepción. Así, en octubre de aquel año se acordó por un lado celebrar un novenario en honor de la Virgen, en rogativa por la buena climatología que se disfrutaba, y por otro escribir al señor obispo de la Diócesis para que, según los dictados papales, autorizase celebrar el día de la Purísima para hacer fiesta y procesión por las calles.
Las actas municipales nos ofrecen una magnífica descripción de la festividad mariana: “La ciudad dijo que en otro cabildo antes de este tiene acordado que por cuanto su Santidad mando... publíquese y guarde la opinión de la limpieza de la Virgen de Nuestra Señora concebida sin mancha de pecado original y por el mando... tiene acordado se haga por ciudad todas las fiestas que fueren posibles el día de su fiesta y se traigan toros y jueguen cañas en la calle San Francisco donde está la imagen de Nuestra Señora y que esta noche se hagan luminarias y se pregone que todos en sus puertas enciendan lumbres y se hagan todos los regocijos que fueren posibles...”. (Acta Capitular de Sesión 30 de noviembre 1617).
El día 10 de diciembre, tras las celebraciones se estimó que los gastos de la fiesta y sermón habían costado seis ducados, cantidad que se libró sobre los propios del concejo y más tarde un resto de 43 reales se cargaron sobre las carnicerías.
Al año siguiente, 1618, volvieron a celebrarse fiestas en honor de la Purísima, como no en la iglesia de San Francisco, que era donde residía la imagen, trayéndose flores y verdes para el arreglo de la iglesia.
Otra fiesta religiosa que comenzó a celebrase fue la de Santa Teresa de Jesús. En septiembre de 1618 se recibió una carta del licenciado Alonso de Estina, provisor general del obispado de Cádiz, en la que se recogía un mandamiento del señor obispo por el que se ordenaba se hiciese fiesta a la “Bienaventurada Santa Teresa de Jesús” y que se tuviese por “patrona y abogada después del Bienaventurado Santiago”, haciéndose fiestas espirituales y temporales, acordándose juntarse a cabildo pleno para tratar sobre el tema.
Al día siguiente se nombraron por diputados para tratar la fiesta con el vicario de la ciudad a los regidores Alonso Gil de Ribera y a Alonso Muñoz Rodríguez, quienes debían hacer la fiesta el día 5 de octubre “con invenciones y regocijos y alegrías”, permitiéndose las máscaras y premiando a la persona que llevase la mejor con unas varas de tafetán, destinando para todos estos eventos una parte de los beneficios de la venta de las bellotas de los troncos de los Derramaderos.
Con motivo del enlace matrimonial del rey Carlos II en París con la princesa María Luisa de Orleans, se ordenó a los lugares, villas y ciudades de sus reinos, tal y como recoge el cabildo de 25 de agosto de 1679, la celebración de una misa solemne y una procesión general. El consistorio municipal acordó realizar las celebraciones el día “de Nuestra Señora de la Luz, el ocho de septiembre”, en la iglesia mayor de San Mateo, patrono de esta ciudad, donde por entonces se encontraba la imagen de la Virgen, al tiempo que acordaba celebrar igualmente procesión general “con la solemnidad y devoción que se debe hacer en la festividad” .
Hacia 1723, por orden de Felipe V comenzó a celebrarse anualmente la Fiesta de los Sagrarios del Santísimo Sacramento. Ese año el cabildo municipal de 6 de diciembre acordó “que por cuanto es llegado el tiempo de la fiesta de los Sagrarios y está mandado por S. Mag. se haga, desde luego”. La ciudad libró 20 ducados, encomendando a los regidores don Sebastián de Velasco y don Domingo Serrano que hablasen con vicario de las iglesias de Tarifa, y en caso de realizarse un sermón se agregarían otros treinta reales más.
El año de 1761 fue un año mariano, en el que el monarca Carlos III proclamó a la “Soberana Reina Concebida sin pecado original, por patrona Universal de todas las Españas, e Islas adyacentes”. Con tal motivo se realizaron celebraciones en todas la ciudades, villas y lugares de los reinos de la monarquía. Para las celebraciones en Tarifa, el cabildo eclesiástico nombró a los señores don Alonso Bartolomé Serrano y Moreno cura y beneficiado de las iglesias de Tarifa y al Bachiller don Francisco Serrano y Lara, penitenciario de la iglesia mayor parroquial de San Mateo, quienes encargaron la confección de dos romances. Las celebraciones tuvieron lugar en la iglesia mayor de San Mateo, a donde se trasladó a la Virgen bajo la advocación “del Dulcísimo titulo de la Concepción”, que se veneraba en la capilla del Hospital de la que era cotitular junto a San Juan Bautista”, la antigua fundación de Juan Jiménez Serrano.
La imagen fue sacada en procesión vespertina, que fue saludada por una salva de artillería, que se repitió cuando el cortejo paso por delante de la torre de los Guzmanes.
No pararon aquí las celebraciones. Ese año se habían terminado unas andas de plata realizadas a expensas del vecindario por el maestro malagueño don Juan de Porras, afamado ya por entonces “en toda la provincia”, que costaron diez mil pesos de a quince reales de vellón. Andas que se estaban destinadas a Nuestra Señor de la Luz y donde fue colocada la devotísima imagen a la que se ofreció un novenario que sería sufragado por “los sujetos más poderosos” de la población, cada día uno de ellos. El día 8 de septiembre, festividad de la Virgen, predicó un religioso franciscano del convento de extramuros, con un altar preparado para el mayor lucimiento posible, comenzando el novenario el día 22. Aunque los festejos comenzaron el 21 costeados por el clero con un gran castillo, fuegos de mano, iluminación dentro y fuera del templo, música, vísperas, misa y sermón predicado por don Hiscio de Castro y Araujo, presbítero natural de Tarifa y cura en la villa de Puerto Real. Ç
El siguiente día correspondió a la Congregación de Labradores “con lucidos fuegos con castillos”, predicado por don Antonio de Amaya, presbítero de Jerez de la Frontera. Los cultos del tercer día fueron sufragados por don Miguel de los Santos y su hermana doña Magdalena “viuda de don Antonio Arturo”, predicado por el mismo fraile franciscano que lo había hecho el día 8. El cuatro día corrió a cargo de don Martín Pablo de Villanueva y Morales, caballero del hábito de Santiago y regidor de preminencias, cuya predicación corrió a cargo de Fray Antonio Montero, predicador jubilado del convento de la Santísima Trinidad de Tarifa. El quinto día corrió a expensas de don Bartolomé Moreno Nuñez de Prado, natural y vecino de Tarifa, corriendo la predicación a cargo de Fray Jerónimo de Mendoza superior del convento de San Agustín de la ciudad de Cádiz. El sexto fue sufragado por varios devotos, entre los que destacaba don Luis Bermúdez de Mendoza, vicario, cura y beneficiado de las iglesias de Tarifa y Comisario del Santo Oficio, predicado por fray Francisco Carmona, religioso descalzo, de Nuestro Padre San Francisco, predicador conventual en el convento de San Juan de Prado de Tarifa (en realidad ostenta la dignidad de beato). El séptimo corrió a cargo de los herederos de don Alonso de Rivera y predicado por fray Bartolomé Sorroche, religioso trinitario descalzo del convento de Ceuta, Maestro de la provincia de la Andalucía, de la que había sido varias veces ministro. El octavo día fue realizado a expensas de don Sebastián de Ayllón y Esquivel, predicado por fray Sebastián de San Joseph, lector jubilado de la orden de Carmelitas descalzos y presidente del convento en la villa de Grazalema. Por último el noveno día fue a cargo de la Muy Noble y Leal ciudad de Tarifa predicado de nuevo por el ya referido don Antonio de Amaya.
Ese último día de novena por la tarde hubo procesión donde la Virgen iba colocada en las nuevas andas, seguida de la ciudad y de la tropa y bajo el entusiasmo del pueblo que coreaba repetidos vítores. Terminada la procesión, la Virgen con sus andas fue colocada en el altar mayor y se prosiguieron los cultos aunque sin la solemnidad anterior, hasta que llegado el día 4 de octubre fue trasladadas en sus antiguas andas a su casa Santuario acompañada del clero, ayuntamiento y pueblo, una vez en su altar se celebró una misa y allí “quedó esta Sagrada Reina, desde donde nos cuida, nos guarda, nos favorece y nos ampara, por medio de quien esperamos lograr ver a su Smo. Hijo en las eternas mansiones (Libro XX de Bautismos de San Mateo. Ad Perpetuam Reim Memoriam).
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