Juana Medero: un siglo de amor, coraje y alegría en el corazón de Tarifa

Rodeada de su familia venida desde Francia y Japón y sus seres queridos, Juana celebró sus 100 años en una fiesta donde la memoria, la vida y el cariño latió con mucha fuerza

Galería: La vecina de Tarifa Juana Medero cumple 100 años rodeada de su familia

Sus hijos, Juani y Pedro, besando a Juana.
Sus hijos, Juani y Pedro, besando a Juana. / Andrés Carrasco
Gloria Maza

05 de julio 2025 - 21:17

Tarifa/El pasado 1 de julio, Juana Medero sopló cien velas bajo el cielo de Tarifa, en el patio blanco de su casa del número 10 de la calle María Antonia Toledo. En torno a ella, una familia llegada desde Francia e incluso Japón. Este sábado, más de setenta personas se reunieron para homenajear a una mujer que ha hecho de la bondad y la alegría su forma de vida. Al verla sentada, sonriente, entre globos y niños correteando, una entiende que hay vidas que no solo se cuentan por años, sino por el amor que siembran.

Juana nació en el Miramar, hija de Agustín Medero, piloto de barco y músico —lo apodaban El trompa—, y de Juana Sánchez, una mujer que compartía con su esposo un amor que marcó a todos sus hijos. Fue la pequeña de ocho hermanos: Agustín, Manolo, Enrique, Fernando, José, Ana y Lola. De ellos guarda recuerdos luminosos de infancia en las calles de Tarifa, de juegos con amigas y días de mar, hasta que la guerra civil lo oscureció todo.

Una parte de la familia de Juana acompañándola durante la entrevista.
Una parte de la familia de Juana acompañándola durante la entrevista. / Andrés Carrasco

“Cuando estalló la guerra salimos corriendo, cogimos por detrás del cementerio y llegamos a casa de don Mariano Vinuesa, el médico de Tarifa. Él nos acogió. Éramos muchos durmiendo con las ovejas, y bajo los árboles… pasamos mucho miedo”, recuerda Juana con la mirada fija en el pasado. Aquellos años dejaron huella, pero no le robaron la luz.

En 1952 se casó con Pedro González, un joven de La Carolina (Jaén) que hacía la mili en Tarifa. Fue amor a primera vista. Pedro, carpintero y “manitas”, decidió mudarse a Tarifa para formar una familia con Juana. Juntos criaron a cuatro hijos, aunque solo sobreviven dos: Pedro y Juani, que la acompañan durante esta entrevista cargada de emoción. “Nos fuimos a Francia porque en España había mucha miseria”, recuerda. Allí, la comunidad española se reunía los domingos para comer, reír y echar de menos la tierra.

Toda la familia junto a Juana, con chaqueta azul.
Toda la familia junto a Juana, con chaqueta azul. / E.S.

Juana tuvo un hijo en cada ciudad en la que vivieron: La Carolina, Madrid, Bourgoin-Jallieu… Una vida marcada por la búsqueda de lo mejor para los suyos. “Los momentos más felices de mi vida han sido los nacimientos de mis hijos”, dice. Y también aquel “pellizquito” que le tocó en la lotería, que la hizo sonreír en una época de apreturas.

Hoy, con cinco nietos y cinco bisnietos repartidos entre Europa, Asia y África, Juana es el pilar de una familia internacional que no olvida sus raíces. Y aunque viaja a Francia en invierno con sus hijos, tiene claro que su hogar es Tarifa. Volvió hace más de veinte años, instalándose precisamente en la casa que un día perteneció al médico que la salvó en su infancia.

Allí vive junto a su querida Mari Luz, su vecina desde hace 22 años. “Nunca la he visto enfadada”, confiesa. “Mis hijos la llaman Mémé y Cucú. Siempre ha sido como una abuela para ellos”. También lo es María, su cuñada, su amiga del alma, inseparables desde los 17 años. “Siempre están juntas. Les encanta arreglarse e ir el día de la Patrona a verla y tomar café”, cuenta Mari Luz entre risas.

Juana junto a sus hijos Juani y Pedro y su vecina Mari Luz.
Juana junto a sus hijos Juani y Pedro y su vecina Mari Luz. / Andrés Carrasco

Juana ha vivido tiempos difíciles. Una posguerra sin recursos, pañales hechos con sabanillas viejas, un marido que, aunque la quería profundamente, no la dejaba trabajar ni conducir. “Era otra época”, suspira. Pero nunca perdió la alegría, ni la vocación de ayudar. “He llegado tan lejos porque soy una muchacha formal, no una churretosa”, dice entre bromas. Siempre ha estado dispuesta a echar una mano en la carnicería, en el bar, en la tienda. Y, sobre todo, a su familia.

Hoy, su dieta mediterránea, su temple alegre y su gran corazón la mantienen viva y despierta. Coqueta, elegante, cariñosa. Al soplar las velas, Juana pidió un deseo sencillo: seguir disfrutando de su gente, de su patio, de Tarifa. Y mientras observa con ternura a sus bisnietos jugar, lo consigue. Porque hay vidas que no solo alcanzan los 100 años. Hay vidas que, como la de Juana, se convierten en faros. Y alumbran a todos los que la rodean con su alegría.

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