Opinión

Innovar para generar valor

Roberto García Torrente, director Innovación Agroalimentaria de Cajamar Caja Rural.

Roberto García Torrente, director Innovación Agroalimentaria de Cajamar Caja Rural.

Durante las últimas décadas el sector agroalimentario español ha sido capaz de incrementar sensiblemente las cantidades obtenidas de la mayor parte de los cultivos y producciones ganaderas. Así ha sido para el aceite de oliva, el vino, las frutas y hortalizas, el porcino, la leche y podríamos continuar con casi todas las orientaciones. Sin embargo, no siempre mayor producción ha estado directamente relacionada con mayor valor. E incluso en muchos casos se ha reducido la rentabilidad de muchas empresas hasta llegar al límite de la supervivencia.

Porque ser muy eficiente, reducir mucho los costes de producción y tener mayor dimensión no es sinónimo de mejora del beneficio. Siendo cuestiones importantes y necesarias, que no debemos olvidar, deben estar acompañadas por una continua preocupación por generar un valor diferencial para el cliente. De esta forma podremos ganarnos su confianza y estará dispuesto a pagar un mayor precio por nuestros productos.

A nivel micro podemos comprobar las diferentes cuentas de resultados que presentan empresas que trabajan en un mismo sector. Sirva como ejemplo el vitivinícola, donde hay bodegas cuyo margen de explotación difícilmente alcanza un 5 % con respecto a las ventas, frente otras que superan ampliamente el 25 %. Este caso extremo se repite, aunque con menor diferencia, en la mayor parte de los sectores. Así entre las cárnicas tenemos empresas sólidas y consolidadas que mantienen márgenes estables del 2 % de los ingresos, mientras que otras pueden multiplicarlo por 3 o 4 veces.

En todos los casos, el principal elemento diferencial de las empresas que tienen altos márgenes está en que estas han innovado para poder acceder a mercados en los que el precio no es el principal criterio de compra. En muchos casos complementando y segmentando una parte de la producción de mucho volumen y poco valor, que le permite alcanzar economías de escala, con otra con una alta componente innovadora con la que consiguen mejores márgenes.

Para poder realizar esta apuesta por la diferenciación tres tipos de inversiones nos parecen necesarias. Una orientada a analizar los cambios en los gustos y demandas de los consumidores, con objeto de poder anticiparnos a las tendencias que se intuyen, y que suelen estar dirigidas por personas dispuestas a pagar un precio más elevado por alimentos vanguardistas. La segunda parte del esfuerzo hay que realizarlo en disponer de un departamento de desarrollo que sea capaz de traducir esas tendencias en nuevos productos, distintos a los que ya hay en el mercado. Por último, tendremos que comunicar el esfuerzo realizado y los resultados obtenidos. Y esta comunicación deberá tener en cuenta las nuevas vías de información que utiliza actualmente la sociedad.

Seguro que a todos se nos vienen a la mente numerosos ejemplos de empresas que han empezado su actividad con esta apuesta por la innovación y que han sido capaces de crecer rápidamente. También tenemos numerosos casos de empresas tradicionales que en un momento determinado han reorientado su enfoque y han conseguido recuperar un dinamismo ya perdido. Pero también se puede dar el caso contrario que empresas que inicialmente habían sido innovadoras a partir de un determinado momento han pasado a tener un comportamiento más conservador con el consiguiente freno.

Apostar por la innovación no siempre es una decisión fácil de tomar, ya que supone dedicar unos recursos, que siempre son escasos, a inversiones que presentan un elevado nivel de incertidumbre y riesgo y cuyos resultados no son inmediatos. Con objeto de maximizar las posibilidades de éxito es importante seguir una cierta metodología en la que empecemos con prudencia, dedicando unas cantidades que no supongan un esfuerzo excesivo para la empresa, que sepamos muy bien donde queremos ir, que contemos con el apoyo de profesionales cualificados y comprometidos, y que nos marquemos sucesivos hitos intermedios de desarrollo. En definitiva, que adaptemos las modernas técnicas “agile” a las necesidades de nuestra empresa para que trabajando en pequeños equipos podamos ir viendo resultados parciales de la forma más rápida posible.

En la medida que vayamos consiguiendo los resultados deseados las siguientes inversiones serán mucho más fáciles de abordar. Y las mayores ganancias nos permitirán incrementar los recursos destinados a innovación. Generando así un círculo virtuoso que se irá retroalimentando.

Como país, el mayor desafío y reto que tenemos pendiente es la mejora de nuestro posicionamiento en los mercados internacionales por el valor de los productos. El aumento reciente de las ventas al exterior ha sido espectacular, hasta el punto de que en 12 años hemos pasado de tener una balanza comercial equilibrada a conseguir en 2019 un superávit de 14.500 millones de euros, el segundo más elevado de la UE tras los Países Bajos. Pero una gran parte de esa competitividad ha estado basada en el precio.

Para poder diferenciar nuestros alimentos, y venderlos más caros, es necesario invertir en innovación. Y en este aspecto el sector español muestra un claro retraso con respecto a los países más dinámicos de la UE. En el año 2019 el esfuerzo inversor en I+D de las empresas españolas fue del 0,54 % con respecto a su facturación, muy lejos del 1,88 % de las empresas belgas o del 2,01 % de las holandesas.

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