La levantá

La casualidad de un encuentro con la Virgen del Socorro

La casualidad de un encuentro con la Virgen del Socorro.

La casualidad de un encuentro con la Virgen del Socorro.

A veces, las cosas de la vida suceden por una casualidad de un determinado momento. Hace unos días fuimos a Jerez para recoger nuestro anual abono de las sillas para Semana Santa. Una vez realizada la gestión, decidimos tomar un café y nos pasamos por un Mesón Rociero situado justo frente a la Catedral de San Salvador, rodeado de naranjos en flor que lucían sus flores a la luz de un sol espléndido.

Las paredes del Mesón estaban cubiertas de cuadros religiosos, pero mi mirada fue directa a un primer plano de un almanaque que mostraba el rostro inconfundible de la Virgen del Socorro, a quien se atribuyen muchas gracias y milagros reconocidos por la Iglesia.

-Mira, Antonio, la Virgen del Socorro.La joven que atendía el Mesón dijo:-Si señora. Mire, la tengo tatuada en mi brazo. Es mi Virgen, aunque hace un tiempo que no paso por la Hermandad. Estoy pasando unos malos momentos.Nos sentamos en la terraza, pedimos unos cafés, y cuando nos sirvió, se sentó con nosotros.-¿Es usted de Jerez?- Sí, hija, ¿Qué te ha pasado con la Virgen?- Mi hermano ha fallecido muy joven de un día para otro. Creo que la Virgen no me escuchó y no quiero saber nada de ella.

Sus frases me conmovieron y empecé a darle razones por las que no podía abandonar la fe en Ella. Le dije que Ella no puede querer nada malo para nosotros, que yo también, debido a mis problemas de salud, había estado retirada de nuestra Madre Celestial. Cruzamos palabras de consuelo mutuo, dándole razones de por qué no se podía perder la fe.

¡Ay amaita de mi arma! –Expresión muy jerezana– me dijo. Me ha convencido usted. Me hacía mucha falta hablar de esto con alguien como usted que me comprenda y me ayude moralmente a recuperar mi fe.

Después de un rato de conversación, me dio las gracias, un beso y siguió con su trabajo.

Cuando ya volvíamos a Algeciras, ya en el coche, pensé: ¡Que casualidad, Madre mía! ¿Lo tenías planeado?

Me llevaste a una joven que estaba distanciada de ti, tu querías que se diera esta situación, y me alegro de haber sido tu palabra.

La verdad que, todas las razones que le di, también me vinieron bien a mí, porque también las necesito en mi vida para desechar las dudas en la fe. La falta de salud completa pone en duda los cimientos, y la muerte te plantea las cosas, porque nunca el fallecimiento de un ser querido se acepta con resignación. Pero yo, al momento, le pido perdón a Dios por ese instante de reproches. Pienso que cuando vi el rostro de la Virgen, su mirada me impulsó a mi charla con la joven. Ella me llevó hasta allí.

Y es que la casualidad me llevó a la razón, y la fe se reforzó en mi corazón.