LA GUARDIA CIVIL EN SAN ROQUE (LI) | CLXXV ANIVERSARIO DE LA CARTILLA DEL GUARDIA CIVIL (1845-2020)

El testimonio del guardia Barragán (Casas Viejas)

  • Cinco componentes del puesto de San Roque que acudieron tras los trágicos sucesos de 1933 prestaron declaración como testigos

Hoja de filiación del guardia 2º José Barragán Vega en el Puesto de San Roque.

Hoja de filiación del guardia 2º José Barragán Vega en el Puesto de San Roque.

En los trágicos sucesos de Casas Viejas acaecidos el 11 y 12 de enero de 1933, resultaron muertos por disparos dos miembros de la Guardia Civil, otro del Cuerpo de Seguridad y veintidós vecinos. Ello dio lugar a la instrucción de dos procedimientos judiciales. Uno contra los insurrectos por el ataque a la casa-cuartel y otro contra el capitán Manuel Rojas Feigenspan por el asesinato de doce detenidos.

En ellos prestaron declaración como testigos cinco componentes del puesto de San Roque que acudieron allí para restablecer el orden y la ley. Se trataban de los guardias civiles de 2ª clase de infantería Antonio Ruiz Sánchez, Rodrigo Vázquez Villalobos, José Espinosa Sánchez, José Barragán Vega y Manuel Medina Martín, cuyas vicisitudes fueron reseñadas en el capítulo anterior.

La Comandancia de Cádiz, a cuyo frente se encontraba el teniente coronel Joaquín Fernández Trujillo, fue la primera en informar de los hechos, por conducto del teniente Cayetano García Castrillón, jefe de la línea (sección) de La Línea de la Concepción, enviado expresamente allí.

Casas Viejas pertenecía al municipio de Medina Sidonia y dependía de la línea cuya cabecera esta ubicada en dicha localidad, mandada por el alférez Manuel Martínez Pedré. Estaba encuadrada en la Compañía de San Fernando cuyo jefe era el capitán Enrique Reula Gómez. Sin embargo, ninguno de ellos dirigió dispositivo alguno a pesar de que hubiera sido lo procedente por ser su demarcación.

En aquella época la vigilancia del orden público en la provincia gaditana correspondía a la Guardia Civil, siendo practicamente inexistente la presencia del uniformado Cuerpo de Seguridad y muy reducida la del Cuerpo de Investigación y Vigilancia, cuyos específicos cometidos los desempeñaban de paisano. Era un modelo policial muy diferente del actual.

La Benemérita debiera haber sido la única fuerza policial que interviniese en una aldea rural como era entonces Casas Viejas. No fue acertado que actuase una unidad de Asalto del Cuerpo de Seguridad sin experiencia en ese entorno. Además había llegado en la madrugada del 12 de enero, procedente de Jerez de la Frontera, sin que sus miembros hubiesen podido descansar desde que dos noches antes saliesen en tren de Madrid.

No fue un problema de coordinación policial pues simplemente no hubo coordinación alguna. Desde el Ministerio de la Gobernación, cuyo titular era Santiago Casares Quiroga, el director general de Seguridad, Arturo Menéndez López, capitán de Artillería en situación de “al servicio de otros Ministerios”, ordenó a su compañero de empleo y arma, Rojas, que marchase a Casas Viejas con su fuerza de Asalto y se hiciera cargo del dispositivo.

Rojas, que nunca debió ser enviado allí pues la historia hubiese sido bien diferente, fue informado de la situación. Lo hicieron el teniente de la Guardia Civil García Castrillón y el de Seguridad, procedente de Infantería, Gregorio Fernández Artal, destinado en la compañía de Asalto de Sevilla. Éste venía de San Fernando, donde estaba concentrado con su unidad para reforzar el orden público.

Rojas hizo caso omiso de lo que ambos le aconsejaron. Cuando llegó con sus guardias de asalto, la situación estaba controlada en la población. Tan sólo quedaba un pequeño grupo de insurrectos armados que no había huido al campo como el resto y se había atrincherado en una choza con sus familiares. No habían podido ser reducidos, por lo que se estaba esperando a que amaneciera para conseguirlo.

Sin embargo, tras recibirse en base a la información facilitada, un telegrama del gobierno civil de Cádiz dando órdenes terminantes de arrasar la choza, Rojas procedió sin contemplaciones a ello. El trágico resultado fue la muerte de ocho de las diez personas que se encontraban en su interior y de un guardia de asalto que intentó entrar.

Al inicio de la mañana del día 12, por orden de Rojas, que estaba decidido a dar un brutal escarmiento, se procedió a la detención de catorce vecinos. La mayoría no había participado en los hechos. Fueron llevados a la corraleta de la choza todavía humeante y salvo dos, el resto murieron allí fusilados sin piedad. Fueron rematados con un tiro de gracia en la cabeza. Varios tenían puestos los grilletes siéndoles retirados después de asesinados.

Los dos detenidos que se salvaron fue gracias al guardia civil Juan Gutiérrez López, del puesto de Chiclana de la Frontera, que había estado destinado anteriormente en Casas Viejas. Convenció al guardia de asalto Luis Menéndez Álvarez para que los dejasen escapar de una muerte segura.

Además de lo expuesto, otros dos vecinos más de la aldea, ajenos a la insurrección, habían resultado muertos por disparos indebidos de las fuerzas de seguridad durante las detenciones y registros.

El periodista Tano Ramos en su libro El caso Casas Viejas. Crónica de una insidia (1933-1936), galardonado en 2011 con el Premio Comillas de Historia, Biografías y Memorias, recogió los principales testimonios judiciales de varios guardias civiles que fueron testigos de lo acaecido.

Ningún componente del benemérito Instituto disparó contra la docena de detenidos en la corraleta de la choza al igual que una parte de los guardias del Cuerpo de Seguridad no secundaron la acción criminal iniciada por su capitán. Otros en cambio sí lo hicieron.

En unos casos hubo guardias civiles que no fueron testigos de la masacre al encontrarse en otros lugares de la aldea. En otros casos, los que la presenciaron se abstuvieron de participar en ese horror perpetrado por los de Asalto que siguieron a Rojas.

De hecho, el teniente García Castrillón, que había quedado relegado a un segundo plano desde que Rojas se hizo cargo de la situación y éste desoyó reiteradamente sus consejos, siquiera se encontraba presente en la corraleta cuando se inició la matanza. Presagiando lo que iba a suceder se retiró impotente, del lugar en compañía del delegado gubernativo, Fernando de Arrigunada Martín-Barbadillo y del carabinero José Canalejo Moreno, perteneciente al puesto de Medina Sidonia de dicho Cuerpo.

Las declaraciones más relevantes prestadas por guardias civiles, además de las del propio teniente, fueron las del mentado guardia Gutiérrez así como las de igual empleo Juan Sánchez Gómez, destinado entonces en el puesto de La Línea de la Concepción, procedente del de San Roque, ya citado en capítulos anteriores.

No obstante, también resultaron de interés las declaraciones del inicialmente mentado guardia 2º Barragán Vega. Relató que como había estado destinado anteriormente durante cuatro años en Casas Viejas acompañó a las patrullas de Asalto porque conocía el pueblo. También declaró que las detenciones y registros de las casas lo disponían los oficiales de dicho Cuerpo. Además del capitán Rojas y el teniente Fernández Artal estaba el de igual empleo de Infantería, Sancho Álvarez Rubio. Barragán no llegó a señalar a ningún sospechoso ya que llevaba más de dos años destinado en San Roque e ignoraba la condición de los vecinos en esos momentos.

Cuando la docena de detenidos se encontraban en el interior de la corraleta Barragán se hallaba a unos cincuenta metros de la choza. De repente escuchó unos disparos seguidos de otros muchos, como fuego graneado. Al aproximarse vio los cadáveres de los detenidos. La tragedia se había consumado.

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