Viajar en un mundo que se derrumba

La tribuna

Viajar en un mundo que se derrumba
Viajar en un mundo que se derrumba

06 de julio 2025 - 03:07

El mundo se derrumba y todos queremos viajar. Se inicia la temporada de éxodos, huidas, vacaciones… La gente se inquieta ante la posibilidad de quedarse en la ciudad que amenaza con ser un infierno. Desgraciado el que esté condenado a pasar el larguísimo y cálido verano en la ciudad.

Pero, viajar para qué, si todos los lugares son iguales. Recorremos las calles del mundo para ver que son copias exactas. Las mismas tiendas, las mismas cafeterías, el mismo aburrido mundo de las franquicias. Viajar a lugares lejanísimos para terminar en paisajes urbanos semejantes a la calle Sierpes en Sevilla o Larios en Málaga. Horas y horas de tren, de atravesar fronteras, espacios en tránsito, máquinas de seguridad, tortura de equipajes para llegar al mismo lugar del mundo.

Hace unos días, en el Centro Cultural La Malagueta se organizó un exquisito ciclo dedicado a viajeros literarios. Un programa diseñado por el escritor Alfredo Taján en el que se proponían recorridos con el Orient Express, el Transiberiano, viajes por la Europa de comienzos del siglo XX, el Mediterráneo y sus islarios de recuerdos grecolatinos, o los míticos templos de la India. Unas jornadas que proponían fabulosos viajes narrados desde Heródoto a Kapuscinski. Y todo con un maestro de ceremonias que es nuestro gran escritor de libros de viajes: Mauricio Wiesenthal, el hombre que ha hecho de las travesías una de las bellas artes.

Wiesenthal vivió durante algún tiempo en Andalucía. En Sevilla demostraba su experiencia de paseador al conocer cómo sobrevivir al verano, pues era capaz de recorrer la ciudad caminando por los lugares en sombra. Pero Cádiz es probablemente la ciudad andaluza de nuestro gran viajero. Por sus calles ha seguido las huellas de Lord Byron. Con la fascinación de los mitómanos de la cultura cuenta cómo encontró la casa donde había vivido en el Callejón del Tinte, sede en su tiempo del Consulado Inglés. Así ha hecho en todos sus recorridos, seguir la escuela de los “escritores viajeros” donde no hay más que tener piernas y corazón y andar atentamente los caminos. Además de algo importante: “Amar –hasta la obsesión, a veces– los libros de memorias y de correspondencia, las biografías, la buena literatura viajera, los álbumes de fotos y las postales, las etiquetas de los viejos hoteles, los planos de las ciudades, las bibliotecas, los mercados, los anticuarios, las reliquias y los fetiches de la cultura”. Quizás ésa sea la única forma posible de viajar descubriendo paisajes diferentes, evitando el desencanto terrible de las ciudades copiadas, de las ciudades-franquicias. Contemplar con visión propia y no siguiendo el ojo algorítmico de un influencer que nos indica los diez lugares que hay que ver. Mirar más que ver.

Antiguamente se viajaba para encontrar lugares distintos. Se viajaba con la esperanza de hallar lo exótico, lo singular. En Andalucía hemos padecido el mal del pintoresquismo, que aún seguimos sufriendo. Los viajeros románticos descubren en el Sur del Sur este lugar diferente. Un paraíso meridional que había quedado anclado en el pasado donde era posible hallar rincones orientalizantes. Un espacio con personajes excesivos y donde siempre se podía encontrar una aventura española, una pasión, un sueño de las emociones. En el fondo, lo que creemos exótico es lo cotidiano de los demás.

Algunos siguen pensando que la única industria andaluza es el turismo. Recibimos a turistas que viajan sin ver, por eso cenan paellas de plástico a las siete de la tarde en verano. Y, cuando nosotros nos convertimos en turistas en el territorio de los otros, hacemos lo mismo. Porque en el fondo ya todos los lugares son iguales. ¿Para qué viajar si siempre estaremos en el mismo sitio? Y, sin embargo, esperamos encontrar el espíritu del lugar, el asombro de lo diferente, la sorpresa del paisaje. El mundo se derrumba, pero nos empeñamos en hallar un rincón que nos conmueva, aunque sepamos que es un trampantojo, una teatralización de lo que una vez fue y ya ha dejado de ser. La mentira piadosa que sospecha todo viajero.

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