Sánchez aprieta los dientes

Al sur del Sur

El presidente del Gobierno ha optado por dar un patadón palante a la pelota, esperar a que arrecie el temporal y rezar para que al PP le llegue alguna factura pendiente de cobro a partir de otoño

Pedro Sánchez, ayer, durante su intervención en el Comité Federal del PSOE.
Pedro Sánchez, ayer, durante su intervención en el Comité Federal del PSOE. / Europa Press

06 de julio 2025 - 04:01

El candidato a presidir el Gobierno que rechazó tajante los indultos a los responsables del procés, que tachó de inconstitucional la amnistía, que sabiendo lo que sabía de Ábalos lo incluyó en una candidatura electoral para que repitiese como diputado (y aforado) y que tuvo el ojo clínico de hacerse fuerte junto al encarcelado Santos Cerdán no puede seguir ni al frente del Gobierno ni del PSOE. Pedro Sánchez confirmó ayer que está lejos de ser la persona capaz de resolver la crisis abierta y de asumir responsabilidades. Ni la bonanza de la economía española ni la posibilidad de que la alternativa de un gobierno del PP, en alianza con Vox, supondría una regresión en materia de políticas y derechos sociales le valen como salvoconductos.

Ningún personaje está por encima de los intereses de España ni tampoco de un partido como el PSOE, clave en la arquitectura institucional del país. Las señales que emiten los sondeos le quitan la razón al presidente, enrocado en la Moncloa y ensimismado: a la par que la inmensa mayoría de los españoles ven insuficientes las explicaciones y las medidas que ha adoptado tras el escándalo, las opciones electorales de PP y Vox crecen de manera exponencial, especialmente las de la ultraderecha, que duplica sus apoyos en el último año.

La peor de las opciones

Cinco opciones se abrían ante Pedro Sánchez para afrontar la grave crisis alentada por él mismo, por su incompetencia para rodearse de una pandilla de mangantes y por no atajar las tropelías de los Cerdán, Ábalos y Koldo -veremos si de alguien más- desde que tuvo conocimiento de ellas.

Una: Su inmolación, con una dimisión y convocatoria de elecciones anticipadas. Era una salida para simbolizar que el mal quedaba cortado de raíz, asumiendo en primera persona las responsabilidades y alejando al PSOE lo más posible de lo ocurrido. La descartó de inmediato porque el ego le puede -“Tengo el corazón tocado, pero la determinación intacta”, sentenció ayer- y porque hubiera supuesto entregar en bandeja el futuro gobierno a PP y Vox.

Pudo marcarse como Adolfo Suárez en 1981 un Calvo Sotelo, es decir, entonar el adiós y dejar a un sucesor de la cuerda socialista al frente del Ejecutivo. ¿Pero a quién?

Dos: Moción de confianza ante el Congreso. Su activación habría sido un ejercicio democrático, previsto para momentos críticos como el presente. Sí, al igual que la primera opción habría supuesto su cese y la celebración de comicios porque no cuenta con el respaldo de todos sus socios de investidura, aunque, al menos, nos habría permitido escuchar sus explicaciones en el foro y en la forma que la Constitución prevé para ello. Y para confrontar con la oposición directamente, sin intermediarios.

Tres: Marcarse como Adolfo Suárez en 1981 un Calvo Sotelo, es decir, entonar el adiós y dejar a un sucesor de la cuerda socialista al frente del Ejecutivo. ¿Pero a quién? Demasiado para un partido vapuleado que, por momentos y como aquella UCD, se asemeja desde hace años a la casa de las dagas voladoras.

Cuatro: Seguir al frente del Gobierno, con promesa de no volver a presentarse como candidato, y convocar un congreso extraordinario para la elección de una nueva dirección y un nuevo secretario general. La reunión de tres horas mantenida con Salvador Illa en la Moncloa alentó en falso esa posibilidad.

Cinco: La opción elegida: patadón palante a la pelota sin control, apretar los dientes, esperar a que arrecie el temporal y rezar para que al PP le llegue alguna factura pendiente de cobro a partir de otoño. Léase: al novio de Díaz Ayuso y a la misma presidenta de la Comunidad de Madrid, residentes ambos en un piso presuntamente comprado con el dinero defraudado a Hacienda por aquel. Pero para el nuevo PP de Feijóo sería un daño colateral y casi que un favor.

Moción de censura

El mapa de variables se abre a una sexta, ésta, en manos del presidente del PP: la moción de censura. El PSOE de Felipe González la activó en 1980 contra Suárez y, aunque la sabía perdida de antemano, asestó un duro golpe al Gobierno. Dos años más tarde llegó en volandas a la Presidencia del Gobierno.

Sacar a Aznar del sarcófago, colocar en el atril a Rajoy para hablar de corrupción y situar a Tellado como número dos no suena ni moderno, ni prudente, ni centrista

Pedro Sánchez hizo lo propio en 2018, tumbando a un Rajoy indolente, pese a no tener previamente asegurados los votos suficientes. Y ahí sigue, terco como un izote.

A Feijóo le faltan a día de hoy un puñado de votos en la Cámara Baja para garantizarse la mayoría absoluta. Una nueva grabación de la UCO o de alguno de los propios implicados (¿quizás Koldo o el empresario Víctor de Aldama?) puede abrir una ventana ahora cerrada. No tienen por qué votarle, bastaría con que varios diputados se abstuvieran.

Sacar a Aznar del sarcófago para arengar a la tropa, colocar en el atril a Rajoy para criticar la corrupción y situar a Tellado como número dos no suena ni moderno, ni prudente, ni mucho menos moderado. ¿Comparte Juanma Moreno ese rumbo? En las autonómicas de 2108 y cuando ni muchos de los suyos daban un céntimo por él, fue elegido presidente andaluz con solo 26 diputados; cuatro años más tarde, con un discurso de centro, abrazando el andalucismo y libre de ataduras, los populares alcanzaron los 58 escaños. Hay estrategias y estrategias.

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