Igual se encuentra usted entre los 10 ciudadanos que aseguran que no le gusta leer. No le pediremos, por tanto, que proceda al tormento de tener que leer la presente y, ni mucho menos, que intente acercarse siquiera al tochazo de dos cabezas que han publicado ahora el Ministerio de Cultura (Encuesta de Hábitos y Prácticas) y la SGAE (Anuario 2025). Hallará usted acomodo entre guarismos y porcentajes en estos dos informes como no lector declarado y podrá dar vivas a la influencer María Pombo por reconocer que no lee y por decir que los que sí leen no son mejores que usted.
La polarización llega a todo lugar. Está de moda cavar trincheras entre lectores militantes y reacios a los libros o, como ha hecho ahora el maniqueo Juan del Val (reciente ganador del Premio Planeta), entre quienes escriben para la gente y quienes escriben para la élite intelectual. Sea como sea, los informes citados revelan lo poco que nos parecemos unos a otros en hábitos culturales (incluida la insumisión).
Parece ser que las mujeres pintan más, leen más (prensa deportiva no por favor), van más a exposiciones y acuden más al teatro y a conciertos. Los hombres escuchan más música y juegan muchísimo más a los videojuegos. Quienes crecieron en familias con hábitos culturales los siguen practicando en edad adulta. Y, al contrario, la fiesta de la democracia revela que hay mucha población que ni participa ni siente interés alguno por la cultura (tres de cada cuatro personas no ha ido nunca al teatro en un año y existe ese 10% perteneciente a Insumisión Lectora, el movimiento impulsado por la influencer que comparte linaje familiar con Álvaro Pombo, último premio Cervantes). La estadística demuestra también el poco influjo que tienen críticos, prescriptores culturales y premiados en la elección de un libro, una película o una obra teatral. El pueblo escoge su libro o su concierto simplemente o por el tema o por el artista y no porque lo recomiende un crítico de la vieja guardia que cree enternecedoramente que aún hoy su prescripción marca tendencia (su influjo va del 5% al 1%). Otra cosa sería analizar el impacto de Booktubers y Tiktokers en plan Dua Lipa y en razón de qué joyita o bazofia recomiendan.
Los toros evidencian la ya consabida polarización causada por el cuñadismo y la gresca ideológica antes y después de Morante de la Puebla, el torero amigo de Vox, icono de la muchachada viril y mito mayor para la tauromaquia desde Francisco Romero y Acevedo a hoy según los versados en la lidia. Si los toros a nivel nacional interesan (entre 9 y 10 de puntuación) al 6,4%, en Castilla La Mancha, Navarra o Extremadura la cifra se duplica.
Otros datos sobre hábitos culturales muestran el descascarillado país que somos. España federal. España plurinacional. España multiorgásmica en lo territorial. Como quieran. En Castilla La Mancha hay pocos libros en los hogares (un 82% frente al 91% nacional). El 74% de la población está suscrita a plataformas digitales (Cantabria sólo llega al 59,2% e incluso el 22,7% dice no usar el móvil frente al 14% nacional, lo que permite especular si fue demasiada larga la noche de Miguel Ángel Revilla). Si un 47% en España visitó exposiciones en el último año, en Canarias sólo lo hizo el 36%. De la media (64,9%) de quienes leyeron al menos un libro al año, la pluridiferencia abruma: aumenta al 76,6% balear y baja al 47,9% extremeño. ¿Y dónde se lee más a la semana? Pues en Ceuta y en Melilla (un 39% frente al 32% nacional).
Los catalanes son los que más van al teatro. Los navarros optan más por la danza y los conciertos. Los extremeños son los que menos van al cine, pero están por encima de la media en cuanto a los padres que llevan a sus hijos a las salas. Y los andaluces, casi siempre sospechosos, aún celebran, entre otros hitos, que se haya pasado del 57% al 62% en índice de lectura desde 2019 a hoy. Habrá que ir a comprobarlo en Santiago de la Espada, hoy Santiago-Pontones (Jaén), donde Luis Bello, en su hermoso libro Viaje por las Escuelas de España (1926), halló la gran cordillera del analfabetismo español. Tempus fugit.