Javier González-Cotta

El demérito de ser joven

La tribuna

En el primer ardor impulsivo y en todo idealismo por forjar un mundo mejor hay mucho de vana petulancia. No hace falta vernos con el pelo ya entrecano para saberlo

El demérito de ser joven
El demérito de ser joven / Rosell

06 de junio 2024 - 00:30

No se trata de ensalzar el clásico De senectute de Cicerón o de releer la oscura visión de la juventud de Viaje al fin de la noche de Céline para observar con fría distancia las acampadas de universitarios que protestan contra el supuesto genocidio del estado de Israel en Gaza. El inconformismo viste de joven. Pero en el primer ardor impulsivo y en todo idealismo por forjar un mundo mejor hay mucho de vana petulancia. No hace falta vernos con el pelo ya entrecano para saberlo.

Nada más viejuno y escénicamente ridículo que una agitación estudiantil. En los universitarios con kuffiya yo sólo veo fósiles del 68, arqueología de carreritas antes los grises y estampas ochenteras del Cojo Manteca rompiendo farolas en la España de Felipe y el ministro Maravall. Escucho hablar a estos jóvenes propalestinos y dan ganas de reprimirlos, al menos, con el gas pimienta más efectivo: el humor. Decía Bernard Shaw que la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo. Y para Gracián, en parecido modo, no era más que un defecto que se pule cuando los años se apilan en trasteros donde el tiempo discurre entre relojes de arena.

Siguiendo la estela de los campus estadounidenses, en Valencia comenzó la primera acampada en España contra Israel. En el camping de la Complu de Madrid algunos chicos dicen pertenecer a la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (su lema es “Contra el genocidio en Palestina, la guerra y la Europa fortaleza: la salida es anticapitalista y socialista”). Pudiera ser que la momia de Lenin –se cumple justo un siglo desde que don Vladimiro doblara la servilleta– haya perdido esfínteres al saber que la cachorrada de los Z y la llamada generación de cristal aún sueña con un mundo regido por el socialismo sin anestesia.

Estas acampadas son sólo un picnic de demagogia sin base ni poso y no un verdadero ágora para la reflexión sobre la causa palestina en toda su hondura (más allá del horrible victimario de civiles en Gaza). Aquí en Andalucía, en Granada se establecieron los llamados Paseíllos Universitarios de protesta y en Málaga la Biblioteca General de su universidad fue convertida en acampada. En Las Lagunillas de Jaén los universitarios han levantado ya sus jaimas al saber que la UJA romperá vínculos con universidades israelíes. Es lo que en Sevilla pedían los jóvenes de la Pablo de Olavide y de la US (estos últimos al grito de “Israel asesina, la US patrocina”). Los rectores han decidido ya romper vínculos con las universidades israelíes en respuesta a los inhumanos excesos del ejército hebreo en Gaza. Pero, entre otros centros, se ha roto con la Universidad de Tel Aviv, una de las urbes más heterodoxas del mundo y crisol de libertades (se ha olvidado que antes del pogromo de Hamás se decía que en Israel estaba a punto de estallar una guerra civil por el clima de discordia que se vivía bajo el gobierno extremo de Netanyahu y sus acólitos de coalición).

El conflicto palestino-israelí es un avispero de aristas que exige larguísimas horas de estudio, incontables lecturas y contraste de fuentes en artículos contrapuestos entre israelíes y palestinos de nombradía y autoridad moral. Y aún así nunca supera uno sus carencias y lagunas al respecto. Me dijo Tomás Alcoverro (largos años corresponsal para La Vanguardia en Beirut) que había llegado a una clara conclusión respecto al tremendo embrollo de El Líbano: no entendía nada. Por eso, aceptar la validez de los estudiantes que opinan a brochazos sobre Palestina me causa el mismo sonrojo y malestar que la visita del trujamán Abascal a Netanyahu. La polarización de los lerdos podría ser un buen título para un ensayo sobre nuestra mala hora binaria.

Quienes protestan en los happenings universitarios no son ni siquiera el reflejo de la juventud por el todo. Refería aquí Tacho Rufino los resultados del barómetro Open Society Foundations. De 36.000 sondeados en 30 países, los menores de 36 años priorizan la seguridad a un sistema democrático de libertades. Un alto porcentaje considera que la dictadura militar es un sistema de gobierno factible. Y muchísimos jóvenes estarían de acuerdo con que su país estuviera gobernado por un régimen civil pero autoritario. A toda la juventud sí le afecta el precariado (el desempleo según la OIT es del 15,6%, tres veces más que en la plena adultez) y el suicidio (cuarta causa de muerte entre los 15 y 26 años). Pero en política, para los jóvenes la democracia empieza a segregar claroscuros. Decía Víctor Hugo que “en los ojos del joven arde la llama y en los del viejo brilla la luz”. La edad también nos polariza y habitamos en mundos disímiles.

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