Biopsia a cinco horas de tenis: una lección para directivos
El mundo del deporte enseña mucho al management porque nos traslada una realidad tangible y visible que no puede verse en el día a día de las organizaciones
El mundo del deporte enseña mucho al management porque nos traslada una realidad tangible y visible que no puede verse en el día a día de las organizaciones. Son innumerables los ejemplos, como aquella eliminación del PSG a manos del Barcelona (6-1) hace unos años, aquella carrera magistral de Moto GP de Jorge Lorenzo que acabó ganando Valentino Rossi en Montmeló o la final más larga de la historia en Roland Garros, que Alcaraz le gana a Sinner, quizá el mejor partido de la historia y que está en condiciones de competir con aquel legendario McEnroe-Borg de Wimbledon.
Pero centrémonos en la final de Roland Garros. Les invito a hacer una reflexión sobre el talento, cuyas conclusiones he ido alcanzando a través de la observación, tanto en las empresas como de las imágenes que nos deja el deporte.
"El talento siempre supera la regularidad". Aquí hay que detenerse, porque la afirmación es engañosa: sí, es cierta, siempre y cuando el talento alcance los niveles de la regularidad excelsa. Es decir, si el talento no alcanza los niveles de la regularidad, se quedará por debajo. Por tanto, la definición de talento es aquella cuya ejecución técnica superior permite conseguir mejores resultados en comparación con la regularidad y método más excelso, en el ámbito de la modalidad específica en que se desenvuelva.
Y aquí el talento suele tener un hándicap, que no es otro que la constancia, pues el talento tiende a ser inconstante y perezoso. Lo cual nos lleva a una segunda conclusión: para que el talento se manifieste en conexión a los resultados constantes, debe ser regular y mantenido en el tiempo. Lo cual nos lleva a un tercer axioma sobre el talento, que es que el talento tan solo es la capacidad de hacer lo excelso por encima de la mejor constancia.
El talento necesita muletas para sobrevivir: la fe infinita en las propias capacidades y el trabajo humilde y esforzado para llevarlo a la práctica
Todo ello nos lleva a la conclusión de que talento, lo que se dice talento, solo lo tiene el mejor en el ámbito específico donde se desarrolla, o aquellos que innovan en la forma de hacer las cosas y consiguen resultados constantes. Los genios son los que cambian paradigmas y funcionan a nivel de resultados. Lo cual nos lleva a una nueva conclusión: que llamamos talento a cualquier cosa, y talento de verdad, auténtico, hay poco, muy, muy poco. Y genios, aún menos. Lo que sí hay es bastante más excelencia y brillantez, por debajo una legión de muy buenos y, por la base, una infinidad de mediocridad.
Viendo el partido de Alcaraz, estuvimos cinco horas y media observando talento frente a la mejor excelencia superlativa. Pero el talento casi siempre gana a la excelencia, porque tiene ese punto diferencial que lo hace mejor. Cuando no interviene la suerte, la excepción deja de confirmar la regla y el talento pierde, pero eso pasa muy pocas veces.
El talento necesita muletas para sobrevivir: la fe infinita en las propias capacidades y el trabajo humilde y esforzado para llevarlo a la práctica. En el tenis, como en la vida, la depurada técnica no es casual y se adquiere a base de repetición y sacrificio.
A ojos del espectador o del buen directivo, la realidad es preciso desmenuzarla con análisis de biopsia. Ayer, la mayoría vio un partido de tenis, pero la realidad era otra. Es preciso detenerse en el micro para observar a los equipos y las individualidades, cosas que a menudo no se hace en esta época tan frenética como absurda. Más slow y menos agendas repletas, sobre todo en el nivel directivo, que es el de pensar y no el del hacer.
Una final épica. No todos los días vemos el talento en estado puro en acción durante cinco horas seguidas.
Quizá la última conclusión es que, mientras la excelencia suprema puede levantar las cejas y soltar una admiración, el talento te levanta de la silla. El genio, además, te abre la boca.
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