Oficio de riesgo

Los responsables de los espacios públicos no pueden ni seleccionar ni descartar discrecionalmente a los profesionales de la información que vayan a cubrir un acontecimiento en función de sus propios intereses

Roca Rey, el pasado jueves en La Línea.
Roca Rey, el pasado jueves en La Línea. / Erasmo Fenoy

23 de julio 2023 - 01:10

La inmensa mayoría de los periodistas sobre la faz de la tierra se han vistos afectados en alguna ocasión por acusaciones falsas e injustificadas por mor de su oficio. En los tiempos que corren, basta un teléfono móvil en manos de un bobo para que una jauría de semejantes se ponga en marcha para lapidar a quienes ofician como informadores. El problema viene cuando los dedos que prenden la cerilla, que se convierte luego en hoguera, pertenecen a un cargo medianamente relevante, a veces ni eso, en el mundo político o empresarial de un ámbito territorial concreto.

No somos los plumillas una casta de intocables. Ni ganas de serlo, que aquí ni se reparten ni se demandan aforamientos. La mejor prueba de ello son los buzones abiertos en las webs y en las redes sociales por los propios medios de comunicación para que los lectores -como desde antaño se hace con las cartas al director en las ediciones impresas- expresen a través de ellos sus opiniones y las críticas sobre cualquier asunto, dentro de unos márgenes debidos de corrección. Y aguantamos con lo que nos venga y digan a través de esos espacios.

En el caso de Europa Sur, no solo presumimos de ser una cabecera abierta, independiente y plural, sino que también ejercemos como tal, fórmula de la que no nos apartamos aunque alguno allende de la Verja trate de modificarla poniendo un cheque por delante. Con nosotros, al menos, no. Lo que no tiene remedio, remediado está.

De la transparencia -y vulnerabilidad- de nuestra labor da fe también que firmamos con nuestros nombres y apellidos y que hasta exponemos nuestras caras públicamente, no porque tengamos un afán especial por ser conocidos, sino porque cada día nos hacemos responsables personal y jurídicamente de aquello que firmamos; todo lo contrario de lo que hace el lobo de la jauría, que aprovecha el ruido y el amparo del grupo para lanzar dentelladas. Pocos oficios como el periodismo obligan a sus ejercitantes a, metafóricamente, desnudarse todos los días y dar cuenta de su trabajo ante sus decenas de miles de jefes, los lectores. Como usted, que nos lee ahora.

Francisco Duarte ha demostrado ser un personaje indigno a todas luces de gestionar un espacio público como El Arenal

Esa pulsión por el oficio, ese vértigo por la noticia se hace notar especialmente en las crónicas parlamentarias, en las deportivas o en las taurinas, escritas a veces en una cabina de prensa o en medio de una grada, rodeados a veces de aficionados poco amistosos. Los profesionales que se dedican a esas tareas tienen un amplísimo y profundo conocimiento de la materia prima que tienen entre manos. Tal es el caso de quienes forman parte de la plantilla de Europa Sur. Sus opiniones y criterios pueden ser discutidos, pero nunca objeto de censura. Mucho menos de una crítica con ofensivas alusiones personales.

Por desgracia, esto último fue lo que ocurrió el pasado viernes en La Línea, cuando Francisco Duarte, empresario concesionario de la plaza de toros municipal, denegó las acreditaciones de prensa a la redactora y al fotógrafo de Europa Sur que acudieron a cubrir la corrida de la tarde. La legítima, aunque miope discrepancia del citado personaje con el contenido de la crónica que la periodista había realizado sobre el festejo celebrado el día anterior, le llevó a denegar a ambos profesionales el acceso al coso. Sus improperios estuvieron perlados de comentarios que merecerán una consideración al margen de este artículo.

Fue, en definitiva, un lamentable episodio que supuso un ataque frontal contra la libertad de prensa, pretendiendo impedir que desarrollásemos nuestro trabajo, y contra la libertad de información, a la que tienen derecho todos nuestros lectores. Su intento fue vano. Fieles a nuestro deber con los lectores de Europa Sur, la crónica sobre la corrida y las fotos se hicieron después de que ambos periodistas abonasen las correspondientes entradas para entrar a la plaza.

Discutible como empresario, ahí están las cifras de aficionados que han acudido estos días de Feria a los tendidos, Duarte ha demostrado ser un personaje indigno a todas luces para gestionar un espacio público como El Arenal. El Ayuntamiento de La Línea debe tomar nota de lo ocurrido, actuar conforme a lo que dicta el sentido común y rescindir por las vías legales oportunas el contrato de concesión del coso.

Un peligroso precedente

La transcendencia de lo ocurrido va más allá porque, de no enmendarse de forma ágil, generaría un peligroso precedente. Los responsables de los espacios públicos no pueden ni seleccionar ni descartar discrecionalmente a los profesionales de la información que vayan a cubrir una obra de teatro, un partido de baloncesto o una corrida de toros en función de sus propios intereses.

La Constitución española recoge en su Capítulo 2, sobre derechos y libertades, el derecho "a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción", un derecho que "no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa". Justamente, lo que hizo el empresario de la plaza de toros.

Los medios de comunicación, desde su vasta pluralidad en la España del S.XXI, cumplen la misión constitucional de informar con libertad al público desde sus diversas plataformas. Y corresponde, en primer lugar, a los poderes públicos garantizar el ejercicio de la libertad de prensa y de información, hasta sus últimas consecuencias. Mantenerse impasible o falsamente neutral no es una opción válida.

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