Tribuna

Fernando Castillo

Escritor

El Morand más oscuro

Ciertamente fueron años negros y extremos, en los que era habitual ajustarse el correaje, en los que surgen preguntas complejas para las que hay explicaciones difíciles

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El Morand más oscuro

Fue hace ya algún tiempo, cuando Joaquín Romero Murube tituló un artículo dedicado a su amigo Paul Morand, El viudo de Europa. No puede haber mejor calificativo para el escritor y diplomático francés, un autor total, admirado y requerido, que, desde el final de la II Guerra Mundial que se llevó definitivamente a un mundo, ha cruzado por túneles de olvido periódicos. Brillante y mundano, que es la versión culta y elegante de lo frívolo, viajero y esteta, gourmet y coleccionista, figurante en los salones proustianos y del propio Marcel Proust, amigo de Cocteau o Chanel -L'allure de Chanel es una crónica de la época-, y casado con otro personaje, la princesa rumana Hélène Soutzo, que parece le inoculó el virus del antisemitismo, una más de las siniestras pandemias que azotaron Europa en estos años de entreguerras.

Personaje brillante y fino que transita entre modernidad y tradición, su obra siempre sorprende, aunque quizás sus novelas de preguerra se hayan ajado un poco. Por el contrario, sus diarios y ensayos mantienen su interés y jerarquía literaria, al igual que su poesía -apenas unos cuantos libros y plaquettes como el maravilloso Lampes à arc- que tiene la vitalidad del que, como dice Juan Bonilla en el prólogo a la imprescindible edición y traducción de sus poemas realizada por Marie-Christine del Castillo-Valero (Oda a Marcel Proust y otros poemas), sabe inventarse un aire. Y eso es lo que tiene siempre Morand: aire propio, tan deudor como original especialmente en la poesía y en la literatura viajera, por la que uno tiene especial debilidad, que se combinan de manera excepcional. En estos libros viajeros hay una mirada lírica y otra de curioso insatisfecho e impertinente; hay ocurrencia de cronista y párrafos de erudito que esconden el antídoto que evita la pedantería y el exceso. Todo ello le destaca entre los autores de este género. Para los escépticos bastan dos ejemplos: Venecias, hay traducción, insuperable, de Monique Planes, y Méditerranée, mer des surprises, asombrosamente inédito en español, un recorrido que tanto inspiró a César González-Ruano.

Hombre de su tiempo, es como el reverso de Malraux, que atravesó con las dosis de cinismo elegante del que se alimenta el dandi que ha visto mucho, Morand pasó los años negros de la Ocupación alemana tropezando con todas las trampas que aparecían, de manera que acabó en el recinto de la colaboración, pero la de Vichy, la de su amigo Pierre Laval, no la de la más entregada y nazi de París, la de Déat y Doriot, de Je suis partout, de Robert Brasillach, de la NRF de Drieu La Rochelle o del Instituto Alemán. Y es que Morand fue de los que hizo el camino inverso de De Gaulle en 1940: de la embajada de Londres al Hôtel du Parc de Vichy. Luego, tras cantar el Maréchal, nous voilà, pasó un tiempo en el ostracismo de París: veladas con Ernst Jünger, quien le trata con respeto en sus Radiaciones, o con Josée de Chambrun, la hija de Laval, y alguna recepción en la embajada de Otto Abetz. Fue embajador en un Bucarest agónico en el que ya se oían los motores de los T-34 soviéticos, de donde no tardó en salir rumbo a Suiza siguiendo a sus libros y pinturas. La Francia Libre le declaró persona non grata condenándole al exilio en Vevey, lo que le evitó algún disgusto aunque nunca fuera de los que, al menos públicamente, pidió la cabeza de nadie, al contrario que Céline, Rebatet o Brasillach o, luego, el depurador Louis Aragon. Todo lo contó a modo de expiación y disfrazándose de afrancesado en el trasunto de la colaboración que es El flagelante de Sevilla, la novela escrita en la casa alcazareña de Romero Murube. Una obra publicada veinte años antes de convertirse en mentor de Patrick Modiano.

Durante décadas se han esperado los diarios morandianos de estos años oscuros e intensos que nunca pasan. Se dudaba de su existencia. Ahora, cuarenta y cuatro años después de su muerte, esos cuadernos escritos nerviosamente para evitar el olvido por un testigo tan privilegiado como fino, los publica sin retoques Gallimard bajo el título Journal de guerre. Londres-Paris-Vichy (1939-1943). Parece que en esos asientos surge, sin velos, el Morand más oscuro, el que sufre cierta inversión de valores, el crédulo de su propia propaganda a pesar de saber lo que ocurría. Es el défaitiste, el petainista fiel, el antidemócrata, el antisemita y germanófilo, el lavalista entregado, el anglófobo a pesar de su Londres... De nuevo aparecen los casos Céline o Sachs, por citar los más extremos: ¿dónde está el hombre y dónde la literatura? Si es que son separables. Ciertamente fueron años negros y extremos, en los que era habitual ajustarse el correaje, en los que surgen preguntas complejas para las que hay explicaciones difíciles.

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