Viejas máscaras

11 de noviembre 2025 - 03:06

Hace mucho que sabemos que la persistencia de pulsiones oscuras en las sociedades civilizadas no supone ninguna paradoja, como si por debajo de los avanzados conocimientos, las razonables instituciones y las sofisticadas costumbres siguiera alentando el recuerdo de lo que el filólogo e historiador alemán Walter Burkert llamó el origen salvaje. En sus fascinantes inquisiciones el estudioso abordó el sustrato oriental de la cultura griega, sus mitos, sacrificios y formas de religiosidad –no las más difundidas, sino sus antecesoras primordiales– y el nacimiento de la conciencia de lo sagrado en un pueblo, el de la Grecia antigua, que como afirmó él mismo, valorando la proyección de ese viejo caudal transmitido durante milenios en una civilización extraordinariamente refinada, ofrecía una oportunidad única para investigar el nacimiento de las religiones arcaicas. Ya Nietzsche había puesto el foco en el reverso dionisiaco de la cultura griega y otro gran filólogo, Dodds, exploró su hasta entonces desatendida vertiente irracional, pero el linaje de Burkert remitía también a autores como Frazer que se atrevieron a relacionar los antiguos ritos de los helenos con los de los pueblos llamados primitivos. Tal asociación fue rechazada por los clasicistas alemanes, que optaron por deslindar, recelosos ante una idea que cuestionaba la singularidad de Grecia, las narraciones (los mitos) de los actos (los ritos). Para Burkert, sin embargo, el mito y el rito no solo se iluminaban mutuamente, sino que podían revelar estructuras de alcance universal o lo que Durkheim llamó formas elementales de la vida religiosa. La extrañeza hacia ciertos aspectos de su cultura, en otros aspectos tan cercana, ya la sintieron los propios griegos de la Antigüedad, por lo escabroso de las historias heredadas y por lo contradictorio y enigmático de un legado, en parte incomprendido, que constituía la única fuente para aproximarse al pasado remoto. Algo de aquellas “máscaras de lo primigenio” se ha conservado en el arte y la literatura, datos indirectos que excluyen las certezas, pues más allá de unos pocos miles de años cualquier deducción es una conjetura. Los sacrificios, la iniciación en los misterios, los homicidios rituales o las ceremonias de purificación encubrirían esas “energías terribles” a las que se refirió Nietzsche, más o menos reprimidas y encauzadas. Venimos de ahí y ese orden arcaico pervive de alguna manera en la memoria genética de la especie

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