
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Tiempos de rebelión
Que yo sepa la separación de poderes en nuestra democracia no excluye la crítica del judicial, más allá de las formas. Es más, se paga y da el poder a la judicatura para que ejerza libremente, indiferente a comentarios. Que se lo pregunten a quienes se encargan de los narcos. La crítica no es presión, quien ejerce el poder judicial no puede elevarse por encima de los otros poderes ni de la ciudadanía porque es al revés: debe contribuir a la igualdad, a la propia separación y todo ello en el ejercicio de la justicia entendida como equilibrio de la sociedad democrática y no un mero ejercicio de poder de clase.
Yo comparto el temor de quienes protestan ante el menoscabo de formación jurídica en las futuras oposiciones. Pero les recuerdo que el empobrecimiento de lo intelectual es un signo de nuestro tiempo y que el silencio interesado de los bien situados ha destruido el concepto de la educación como ascensor social desde hace mucho, no sólo con esta reforma.
Algunas de las mejores bibliotecas, colecciones de arte, algunas de las instituciones culturales que mejor han contribuido al mimbre intelectual de este país han existido gracias a la gran formación de nuestras abogadas, jueces, fiscales, notarias... más allá del Derecho, o con el Derecho como deriva lógica del humanismo.
Se empiezan a echar de menos reflexiones del judicial que avalen que no son una IA cutre aplicando literalidades; porque si verdad es que no se deben tolerar reformas que den ventajas de control al ejecutivo, deberían aclarar si un sistema de preparadores de oposiciones de pago (del propio cuerpo que protesta “Cui prodest?”), sostenido años tras la carrera universitaria, no nos condena a soportar generaciones, sagas de togas familiares con posibilidades pecuniarias y por tanto ideológicamente con las cosas bien claras.
En los 80, en las cafeterías de la Fábrica de Tabacos de Sevilla se sabía si uno estaba en Derecho, Filología, Historia, Antropología... por el brillo de los castellanos, los tobillos fuera de los 501, la gomina, el olor a porro, los trajes de abogado, el café infinito con un libro, el aire acondicionado o las ventanas a los hermosos tejados recalentados y patios del egregio edificio. Hoy es peor. En las facultades de Letras no hay nadie y hace muchos años que a nadie oigo en las aulas hablar del Derecho o la carrera judicial como ideales humanísticos sino como prestigio social y salida con sueldo grácil.
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