
La esquina
José Aguilar
Salario mínimo, bronca menor
Ala espera de acontecimientos, el cambio de escala en una de las rutas de Maersk desde Algeciras a Tánger-Med es otro síntoma de la pérdida de peso europeo en el mundo. Frente al coloso chino, el gigante con pies de barro ruso y el imperio yankee con capital en Silicon Valley se encuentra una Unión Europea fragmentada en facciones alentada desde fuera, tanto por sus socios tradicionales como por otros actores. No quedan aliados para la UE, que además mantiene un régimen de parias moderno con los países a los que externaliza las fronteras para dificultar la vida de las personas que huyen de condiciones horrorosas en sus países.
Si la pasada legislatura europea fue la de la sostenibilidad, esta va de competitividad y autonomía. “Autonomía estratégica” es el término que se oye desde Bruselas para hablar simple y llanamente de una soberanía plena, con independencia económica, militar e industrial. La guerra de Ucrania puso de manifiesto más que nunca esta necesidad: un ejército europeo, una industrialización de Europa, que durante décadas ha deslocalizado todas sus producciones –hasta el punto de que ni un gramo de paracetamol es producido en el continente– y, lo más importante, la necesidad de convertir la UE en algo más que un aglomerado de soberanías impostadas que entorpecen las decisiones políticas. ¿Hacia el estado federal?
Conjugar sostenibilidad y competitividad es el reto. Los europeos necesitamos ser competitivos e innovadores, pero el mundo exige reglas justas para la sostenibilidad (en el caso más optimista). No todo el mundo está dispuesto a asumir ese tipo de reglas, por ende, no se compite en igualdad de condiciones. Por ello se oyen términos como “cláusulas espejo”, que gustan mucho en París, por el temor al sector agrario. Es el palabrejo para venir a decir que exigen mismas condiciones productivas al país con el que acuerdan un tratado comercial. Un arma de doble filo susceptible de ser utilizado como baza populista, ya saben, para ellos los españoles producimos con trampas cuando no es el caso.
En este punto viene bien recordar el discurso del presidente de Uruguay en 2013, don Pepe Mújica, que dijo en la ONU: “No podemos manejar la globalización, porque nuestro pensamiento no es global”. La crisis climática es global, la pobreza es un problema mundial, las enfermedades son un problema de la humanidad, las condiciones laborales son un aspecto que nos atañe mundialmente, etc. No obstante, nos empeñamos en darle respuestas locales y en algunos casos, incluso se llega a defender la inexistencia de estos desafíos para nuestra especie.
Las noticias de estos días son la punta de un iceberg que está por verse a lo largo de la difícil legislatura europea, con ausencia de los amigos tradicionales y una situación interna y mundial compleja.
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