Diafragma 2.8
Paco Guerrero
De facilidades
Hay en el ser humano ánimo de vivir y hay en el médico vocación de alargar la vida cuanto sea posible. Uno visita al de cabecera con unas placas de pus como monedas de 10 céntimos para que le recete el antibiótico cuanto antes porque el sábado tiene jarana con los camaradas y quiere empinar el codo. Otro, en caso menos anodino, se busca al mejor oncólogo para que le cure un cáncer de colon porque el niño tiene 13 años y no puede quedarse sin padre. Y al guaperas de turno le cose el enfermero la brechaza de la frente para que pueda continuar engatusando ángeles y los demás, atiborrados de caldos de envidia, podamos seguir llamándolo gilipollas.
Es indudable ese afán de continuidad de la especie y cómo a ella contribuye el galeno, pero conviene no olvidar que tan necesario es el sereno de la vida como el guardián de la muerte. De nombre mesiánico, bilbaíno con aspecto de rockerillo simpaticón, a Jesús se le encaprichó la vocación de adentrarse en la oscuridad para encender las luces que anulan nuestro miedo. Médico de cuidados paliativos pediátricos, este loco celestial no solo ha optado por aliviar el dolor del moribundo, sino aquel otro que viola la ley no escrita de que son los hijos quienes tienen que enterrar a sus padres: el dolor del niño mortecino.
Hace unos días, como tantos otros, se presentó de madrugada como un milagro en la casa de unos padres desesperados para ayudar a morir a su hija de cuatro años. Fiel al juramento hipocrático, Jesús no entiende de calendarios ni jornadas laborales y acude a la llamada de auxilio sin que la cuenta bancaria se le multiplique. A este santo bonachón le ha tirado de las orejas el jefazo por socorrer a esa cría fuera del horario permitido y con medios del hospital en el que trabaja. Y Jesús, que conoce el mundo y no entiende nada, se ha derrumbado como su tocayo se derrumbó ante la tumba de Lázaro. Pero sus lágrimas han inundado de vergüenza los despachos y, desde ahora, en las Vascongadas se implantará el servicio de cuidados paliativos pediátricos 24 horas. Una criatura ya puede elegir morirse un domingo a las diez de la noche y no de lunes a viernes entre las 08:00 y las 15:00. Y ahí estará Jesús, suministrándole la dosis que ponga fin a su agonía, dedicándole palabras tiernas y tranquilizadoras, saliendo de la habitación discretamente para que unos padres digan adiós a una hija, dejando la puerta abierta, las luces para siempre encendidas.
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