
Verbos transitivos
José Juan Yborra
Los sitios del rey
Los villancicos, esas cancioncillas tradicionales protagonizadas por escenas costumbristas de los pueblos al llegar la Navidad, son ya productos culturales de otra época. En la actualidad los centros de los pueblos y también de las ciudades se llenan de Christmas songs que acompañan las horas punta de un nuevo espectáculo callejero: un alumbrado centelleante lleno de bombillas de colores que interactúan a un ritmo trepidante, más cercano a generar un ataque epiléptico que a provocar ninguna emoción. No hay municipio que se atreva a no despachar una buena dosis de brillitos musicales en diciembre, una manía costosa que gana en los presupuestos frente a otros gastos menos importantes, como los relacionados con la cultura, la salud o la educación. Para algunas cosas casi nunca hay dinero.
Recuerdo algunas de las letras de esos villancicos que nos acompañaron durante buena parte del siglo pasado, canciones empeñadas en festejar el nacimiento de un niño elegido, el hijo de un ser divino en la tierra. En mi cabeza suenan las melodías de los estribillos que celebraban una nueva vida, mientras que para conmemorar esta época de amor fraternal lo único que parece que necesitamos son muchas muertes. Cuerpecillos con patas, estómagos y ojos son adquiridos con gusto y colocados en la mesa tras preparaciones complejas basadas en recetas tradicionales, y me pregunto de dónde viene esta manía.
En los villancicos aparecen algunos animales que acompañan a los protagonistas de las Escrituras: un buey y una mula, camellos, un burrito sabanero, peces que beben y beben; seres vivientes que parecen tener alguna otra función en la Tierra mucho más allá que la de ser sacrificados para alimentar a una sociedad saciada de todo. Las fiestas giran en torno a una abundancia pobre basada en el sufrimiento. ¿Querría esto Dios?
Comprendo que en épocas protagonizadas por el no tener, la Navidad podía ser un acto casi performativo en el que que hacer un merecido esfuerzo, durante unos días, para celebrar el recuerdo de un nacimiento, celebrar la vida con aquellos que teníamos cerca, que todavía no se habían ido. En la actualidad, un momento histórico en el que no nos falta de nada excepto la compañía, nos seguimos empeñando en despilfarrar y consumir más que en compartir o cuidar.
Cómo saber en qué momento del desarrollo de la humanidad nos acostumbramos a adquirir trozos de cuerpos con unas necesidades biológicas tan parecidas a las del Homo sapiens; cuándo decidimos que era algo normal y justo que la vida de algunos vertebrados pudiera comprarse con algunas monedas o tirarse a la basura; cuándo dejó de darnos miedo la sangre y los gritos de dolor; cuándo dejó de ser violento pedir un filete sin nervios, las costillas del ternero más joven, el muslo te un cabrito que debería estar correteando libre en el campo o los sesos de un cerdo que también siente alegría y desconcierto. Solo me queda pensar que, a pesar de tenerlo todo, las personas tenemos mucha hambre, pero no podría determinar exactamente de qué.
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